La Metamorfosis
Enviado por Dalo • 13 de Septiembre de 2013 • 4.893 Palabras (20 Páginas) • 245 Visitas
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La Metamorfosis
de Franz Kafka
I
Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño
intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto".
Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar
un poco la cabeza, veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes
duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el
cobertor, a punto ya de resbalar al suelo.
Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su
tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos. «¿Qué me ha ocurrido?»,
pensó. No era un sueño. Su habitación, una auténtica habitación humana, si
bien algo pequeña, permanecía tranquila entre las cuatro paredes harto
conocidas.
Por encima de la mesa, sobre la que se encontraba extendido un muestrario de
paños desempaquetados – Samsa era viajante de comercio –, estaba colgado
aquel cuadro, que hacía poco había recortado de una revista y había colocado
en un bonito marco dorado. Representaba a una dama ataviada con un
sombrero y una boa” de piel, que estaba allí, sentada muy erguida y levantaba
hacia el observador un pesado manguito de piel, en el cual había desaparecido
su antebrazo.
La mirada de Gregor se dirigió después hacia la ventana, y el tiempo lluvioso
se oían caer gotas de lluvia sobre la chapa del alfeizar de la ventana – le ponía
muy melancólico.
«¿Qué pasaría – pensó – si durmiese un poco más y olvidase todas las
chifladuras?» Pero esto era algo absolutamente imposible, porque estaba
acostumbrado a dormir del lado derecho, pero en su estado actual no podía
ponerse de ese lado.
Aunque se lanzase con mu cha fuerza hacia el lado derecho, una y otra vez se
volvía a ba lancear sobre la espalda.
Lo intentó cien veces, cerraba los ojos para no tener que ver las patas que
pataleaban, y sólo cejaba en su empeño cuando comenzaba a notar en el 2
costado un dolor leve y sordo que antes nunca había sentido. «iDios mío!»,
pensó.
«iQué profesión tan dura he elegido! Un día sí y otro también de viaje. Los
esfuerzos profesionales son mucho mayores que en el mismo almacén de la
ciudad, y además se me ha endosado este ajetreo de viajar, el estar al tanto de
los empalmes de tren, la comida mala y a deshora, una relación humana
constantemente cambiante, nunca duradera, que jamás llega a ser cordial.
¡Que se vaya todo al diablo!» Sintió sobre el vientre un leve picor, con la
espalda se desli zó lentamente más cerca de la cabecera de la cama para poder
levantar mejor la cabeza; se encontró con que la parte que le picaba estaba
totalmente cubierta por unos pequeños puntos blancos, que no sabía a qué se
debían, y quiso palpar esa parte con una pata, pero inmediatamente la retiró,
porque el roce le producía escalofríos. Se deslizó de nuevo a su posición
inicial.
«Esto de levantarse pronto», pensó, «le hace a uno desvariar. El hombre tiene
que dormir. Otros viajantes viven como pachás”. Si yo, por ejemplo, a lo largo
de la mañana vuelvo a la pensión para pasar a limpio los pedidos que he
conseguido, estos señores todavía están sentados tomando el desayuno.
Eso podría intentar yo con mi jefe, en ese momento iría a parar a la calle.
Quién sabe, por lo demás, si no sería lo mejor para mí. Si no tuviera que
dominarme por mis padres, ya me habría despedido hace tiempo, me habría
presentado ante el jefe y le habría dicho mi opinión con toda mi alma. ¡Se
habría caído de la mesa! Sí que es una extraña costumbre la de sentarse sobre
la mesa y, desde esa altura, hablar hacia abajo con el empleado que, además,
por culpa de la sordera del jefe, tiene que acercarse mucho.
Bueno, la esperanza todavía no está perdida del todo; si alguna vez tengo el
dinero suficiente para pagar las deudas que mis padres tienen con él – puedo
tardar todavía entre cinco y seis años – lo hago con toda seguridad. Entonces
habrá llegado el gran momento, ahora, por lo pronto, tengo que levantarme
porque el tren sale a las cinco», y miró hacia el despertador que hacía tictac
sobre el armario. «¡Dios del cielo!», pensó.
Eran las seis y media y las manecillas seguían tranquilamente hacia delante,
ya había pasado incluso la media, eran ya casi las menos cuarto. ¿Es que no
habría sonado el despertador?» Desde la cama se veía que estaba
correctamente puesto a las cuatro, seguro que también había sonado. Sí, pero...
Cera posible seguir durmiendo tan tranquilo con ese ruido que hacía temblar
los muebles? Bueno, tampoco había dormido tranquilo, pero quizá tanto más 3
profundamente. ¿Qué iba a hacer ahora? El siguiente tren salía a las siete, para
cogerlo tendría que haberse dado una prisa loca, el muestrario todavía no
estaba empaquetado, y él mismo no se encontraba especialmente espabilado y
ágil; e incluso si consiguiese coger el tren, no se podía evitar una reprimenda
del jefe, porque el mozo de los recados habría esperado en el tren de las cinco
y ya hacía tiempo que habría dado parte de su descuido. Era un esclavo del
jefe, sin agallas ni juicio. ¿Qué pasaría si dijese que estaba enfermo? Pero esto
sería sumamente desagradable y sospechoso, porque Gregor no había estado
enfermo ni una sola vez durante los cinco años de servicio. Seguramente
aparecería el jefe con el médico del seguro, haría reproches a sus padres por
tener un hijo tan vago y se salvaría de todas las objeciones remitiéndose al
médico del seguro, para el que sólo existen hombres totalmente sanos, pero
con aversión al trabajo. ¿Y es que en este caso no tendría un poco de razón?
Gregor, a excepción de una modorra realmente superflua des pués del largo
sueño, se encontraba bastante bien e incluso tenía mucha hambre. ¡Mientras
reflexionaba sobre todo esto con gran rapidez, sin poderse decidir a abandonar
la cama – en este mismo instante el.despertador daba las siete menos cuarto –,
llamaron caute losamente a la puerta que estaba a la cabecera de su cama.
Gregor – dijeron (era la madre) –, son las
...