La Nao de la China
Enviado por ivon111 • 22 de Noviembre de 2012 • Informe • 1.216 Palabras (5 Páginas) • 498 Visitas
La Nao de la China
Texto: Cristina Bonfil
Ilustración: Jorge Best
Por fin, después de tanto desearlo, el joven Gonzalo haría su viaje a Filipinas. Don Álvaro, su padre, le dio la autorización, aunque doña Francisca, su madre, se opuso. Como el padre se dedicaba al comercio de libros, le encargó a su hijo el cuidado de un pedido que debería entregar en el puerto de Manila. Allá lo recibiría un librero español, amigo de don Álvaro.
Ya hacía una docena de años que había concluido el siglo xvi y la Nueva España se encontraba en su apogeo.
Desde el archipiélago de Filipinas llegaban embarcaciones españolas cargadas de miles de productos de Oriente. Luego, los comerciantes los distribuían por toda la Nueva España y los transportaban al virreinato del Perú. Y llevaban no pocas mercaderías al puerto de Veracruz y de ahí a la misma España, dando de este modo la vuelta al mundo.
Muchos jóvenes de la época, deseosos de aventura, anhelaron hacer la travesía por el Océano Pacífico. Esta vez le tocó a Gonzalo.
Una mañana muy luminosa, formando parte de un gran grupo, partió hacia el puerto de Acapulco, donde debía abordar el galeón. Iba al cuidado de seis mulas: cinco sobrecargadas de libros y una para montar él. Lo esperaban varias semanas de duro camino antes de hacerse a la mar. Se sentía temeroso, confundido, indefenso, pero también ansioso, inquieto y, sobre todo, decidido. Para él estaba claro: no podía dejar pasar esta oportunidad.
Ya muy noche, varios kilómetros antes de Cuernavaca, los viajeros acamparon. Entre bromas, pláticas y cantos, prendieron fogatas y cenaron. Poco antes de dormir, Gonzalo recordó algunas escenas previas a su partida.
Hacía como una semana que, desde Baja California, había llegado la noticia de que la Nao de la China arribaría al puerto de Acapulco. Inmediatamente la ciudad de México se convirtió en una loca algarabía. Luego se realizó el obligado y solemne Tedéum en la Catedral para bendecir a los viajeros.
Doña Francisca despidió llorando a su hijo, le hizo mil recomendaciones y le dio una bolsa repleta de limones:
—Guárdalos —le dijo—, son para el viaje; pueden ser tu salvación —y lo bendijo.
La primera luz del día despertó a los viajeros. Éstos recogieron el campamento y reiniciaron el camino.
Pasaron días y días viajando a lomo de mula y, a veces, andando a pie.
Subieron y bajaron montes y peñascos, salvaron barrancos y despeñaderos, hasta que quedaron atrás Cuernavaca, Taxco y Chilpancingo. En el trayecto, Gonzalo se enteró que en el grupo había mercaderes, religiosos, familiares de la tripulación, empleados del gobierno virreinal, futuros pasajeros y hasta contrabandistas.
Supo que al galeón de Manila le decían la Nao de la China; no porque fuera y viniera de China, sino porque muchas de las mercaderías que transportaba provenían de allá. Tan no era chino que algunos galeones se construían en los puertos de Zihuatanejo, La Navidad y hasta en el de Acapulco. Otros los hacían en los astilleros de los puertos filipinos de Manila y Cavite.
Estaban a corta distancia del camino real de Acapulco y comenzó a llover, igual que los días anteriores. La lluvia fue arreciando hasta que se convirtió en un vendaval furioso. En tanto que buscaban protección, una de las mulas de Gonzalo rodó por una ladera, quedando atorada a pocos metros entre unos arbustos. Utilizando cuerdas, Gonzalo y un pequeño grupo la rescataron.
Luego, todos se pusieron a cubierto bajo grandes árboles mientras escampaba. Así pasaron la noche.
A la mañana siguiente, hechos una verdadera sopa, encontraron el camino real de Acapulco. El calor, que aumentaba minuto a minuto, pronto los secó. Y la vegetación se fue
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