La Seducción De Las Palabras
Enviado por ossbeyda • 8 de Agosto de 2013 • 7.146 Palabras (29 Páginas) • 572 Visitas
LOS SÍMBOLOS DE LA PUBLICIDAD
Aquella canción de los años setenta que la voz de Niño Bravo llenaba, una melodía tantas veces reinterpretada y re-escrita, y empleada después en la publicidad, decía en su estribillo: "Libre, como el Sol cuando amanece, yo soy libre; como el mar. Como el ave que escapó de su prisión y puede al fin volar...".
Libre ha de sentirse el ave que sale de su jaula. Y Libre se titulaba la canción. Millones de americanos y de españoles la habrán escuchado (en su día constituyó un gran éxito internacional) , pero tal vez sólo unos pocos hayan reparado en la incongruencia del texto. "Libre, como el Sol...". Porque de poca libertad goza el Sol, que ha de amanecer todos los días a unas horas fijas, que cumple su jornada laboral hasta la noche y no disfruta de ningún fin de semana festivo, ni de vacaciones en verano, que es precisamente cuando más trabaja. Tampoco el mar le aventaja mucho, "libre, como el mar...". Porque el mar mide sus mareas también con un estricto horario que se prevé con gran precisión, y además siempre camina a expensas de la Luna.
Sin embargo, opera aquí el valor simbólico de las palabras para seducirnos con ese ambiente de libertad que el propio
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publicista quería evocar mediante esta canción, utilizada en 1999 y 2000 como sintonía de fondo para una oferta de teléfonos portátiles con los cuales el usuario podía moverse a su gusto por toda suerte de lugares y de tarifas.
En esta época que adora a la tecnología, en los años del gran desarrollo catódico, electrónico y telemático, la fuerza de la publicidad no reside principalmente en las imágenes, en los diseños modernos o la rapidez de las comunicaciones. Sigue estando en las palabras, recipientes repletos de pensamientos y de ideas, seductoras por su poder venido de lejos.
El Sol, el mar, los paisajes inmensos, la naturaleza entera, dan sensación de libertad aunque sigan unas reglas incontrovertibles. El ser humano identifica la libertad con los amplios espacios, tal vez llevado por el gusto ancestral de contemplar los paisajes inmensos desde una montaña, porque eso proporcionaba seguridad y capacidad de prevenir los ataques del enemigo, lo cual permitía proteger la libertad de la aldea. El Sol, por ello, es libre también, porque nos mira desde allá arriba. Y el mar, por su parte, lo refleja y lo repele, y al llegar la tarde lo engulle. Identificamos libertad y hermosura, libertad y grandeza, libertad y espacio, libertad y poder.
Para averiguar el motivo de que "Sol" transmita esa idea de libertad podemos acudir a la historia del vocablo y repasar las definiciones que los hablantes asumieron siglos atrás, que enriquecieron la raíz "sáwel" hallada en el indoeuropeo: "El principal de los siete planetas, Rey de los Astros, y la antorcha más brillante de los cielos, que nos alumbra y vivifica. Es el que gobierna la serie de los tiempos, y el luminar, cuyos movimientos juntamente con los de la Luna causan con el concierto de sus revoluciones y periodos los años, los meses, los días"... El Sol que da nombre al viento solano, ese aire que llega del Este, allá donde nace el Sol.
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Sí, donde nace. Ahora ya sabemos que la Tierra gira en torno al Sol. Pero en nuestro lenguaje empleamos todavía expresiones como "el Sol sale", "el Sol se pone", "el Sol llega", "se va el Sol", "de Sol a Sol", y hablamos así del recorrido del Sol porque para nuestra lengua, para nuestra manera de ver el mundo, el Sol cumple un papel subordinado a la Tierra. Y si lo cumple para nuestro lenguaje, lo sigue también en nuestra percepción inconsciente, igual que el corazón mueve los sentimientos en el mundo del idioma y de nuestras ideas, pese a que en él no reside ni una sola neurona capaz de sufrir o alegrarse.
El Sol, pues, ha simbolizado en millones de mentes humanas el gobierno del tiempo, que depende de sus movimientos; y qué mayor libertad que ésa, contemplada su fascinante definición ahora, mezclada con los días que vivimos, tan apresurados. El Sol reina sobre la naturaleza, y no parece sometido a nada, allá arriba, adonde nadie puede llegar. Se mueve con su poder inmenso, el que decide los días largos y los cortos, el que determina la noche de San Juan, el que coloca el calor y ahuyenta el frío. Al menos en el mundo que nos interpreta el idioma.
Este valor simbólico de las palabras se añade a los factores de seducción del lenguaje. Seducen las flores porque representan nuestro sentir cuando las regalamos, seducen los metales preciosos porque evocan la perennidad del sentimiento (su valor al margen) y seducen todos los demás símbolos porque proyectan en nuestra mente un sentido superior o una idea más elevada.
Así, el Sol, el mar, la Luna, el horizonte... se convierten en poéticos y seductores con su mismo enunciado. He aquí las verdaderas palabras unívocas universales, todas las ideas que reflejan los grandes espacios de la naturaleza. Las palabras
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grandilocuentes. Si pronunciamos "árbol", el receptor imagina algún tipo de árbol, probablemente el que tenga más cercano o sienta más intenso en su memoria. Tal vez un castaño, un endrino, un abedul, un olmo, un sauce, un ciprés... La palabra "árbol" corresponde, pues, a una infinidad de imágenes posibles que dependen en su aplicación concreta del lugar donde se escuche ese vocablo, del clima, de la naturaleza local, de su biología... (Porque el lenguaje humano no representa o señala directamente la realidad, sino que "representa representaciones mentales que los sujetos tienen y construyen acerca de la realidad")1. En cambio, Sol, Luna, mar, horizonte... son términos planetarios que evocan imágenes casi idénticas en todas las personas. Como otros más etéreos pero de gran univocidad: justicia, igualdad, historia, histórico... Símbolos perfectos. El horizonte sirve como referencia de las metas más deseadas: hay que tener un horizonte en la vida, un punto hacia el que se camina y que se halla lo suficientemente lejos como para imaginarnos un gran espacio ante nosotros. Y el horizonte es "horizontal" (de nuevo las cerezas anudadas), equilibrado, modelado por una ley de la gravedad que lo mantiene siempre estable, sin inclinación alguna hacia los lados; con accidentes en su línea de unión con el cielo, sí, pero respondiendo siempre a la sujeción imaginaria de sus extremos.
Y el equilibrio es rentable en el lenguaje de la seducción, porque cuanto se identifique con él guardará la armonía de la naturaleza, se convertirá en objeto deseable que brilla a lo lejos y nos atrae: "Redoxon, la salud es equilibrio. Redoxon mantiene tu equilibrio", dice
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