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La Verdad Sobre La Democracia Capitalista


Enviado por   •  17 de Septiembre de 2012  •  14.511 Palabras (59 Páginas)  •  650 Visitas

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LA VERDAD SOBRE LA DEMOCRACIA CAPITALISTA

ATILIO A. BORON

No hace mucho, la celebración de las democracias capitalistas –como si estas realmente constituyeran la coronación de toda aspiración democrática– encontraba legiones de adeptos en Latinoamérica, donde la frase era pronunciada con una solemnidad reservada por lo general para los más grandes logros de la humanidad. Pero ahora que más de un cuarto de siglo ha transcurrido desde los comienzos del proceso de re-democratización, resulta apropiado examinar sus logros tanto como sus defectos y promesas incumplidas. ¿Merecen las democracias capitalistas el respeto tan amplio que se les ha otorgado?

En las siguientes páginas intentamos explorar qué significa democracia y, luego, partiendo de algunas reflexiones sobre los límites de la democratización en una sociedad capitalista, proseguir con el análisis del desempeño de las democracias “realmente existentes” en América Latina, procurando mirar más allá de sus apariencias externas para discernir su restringido alcance y sus limitaciones.

DEMOCRACIA

Comencemos recordando la fórmula lincolniana: la democracia como gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Esta parecería ser hoy expresión de una radical intransigencia, sobre todo a la luz de la involución.

* Quiero expresar mi gratitud a Sabrina González, por su ayuda durante la preparación de este trabajo, y a Bárbara Schijman, por su cuidadosa y dedicada revisión.

También a Leo Panitch y Colin Leys por sus comentarios agudos y sugerencias para el primer borrador de este artículo. Huelga decir que todas las equivocaciones y errores son exclusiva responsabilidad del autor. 46 SOCIALIST REGISTER 2006 política e ideológica desencadenada por el auge del neoliberalismo como ideología oficial del capitalismo globalizado. Hace ya tiempo que la democracia se ha desvinculado por completo de la mismísima idea que su término evoca, pueblo, o demos, para no mencionar de su languideciente protagonismo. La fórmula de Lincoln ha sido archivada como una nostalgia peligrosa de un estado de cosas irreversiblemente perdido en el pasado. Quien la remplazó fue la fórmula schumpeteriana, cuyas consecuencias deplorables aún se sienten profundamente en las ciencias sociales del mainstream: la democracia como un conjunto de reglas y procedimientos desprovisto de cualquier contenido específico relacionado con la justicia distributiva o la equidad, que ignora el contenido ético y normativo de la idea de democracia y pasa por alto el hecho de que esta debería ser un componente crucial y esencial de cualquier propuesta para la organización de una “buena sociedad”, más que un mero dispositivo administrativo o para la toma de decisiones. Así, para Schumpeter era posible decidir “democráticamente” si, para tomar su propio ejemplo, los cristianos debían ser perseguidos, las brujas enviadas a la hoguera o los judíos exterminados. En el hueco formalismo schumpeteriano, la democracia se convierte en un simple método y, como cualquier otro, “no puede ser un fin en sí mismo” ni un valor que se sustente por sí.

La devaluación de la democracia producida en este enfoque es más que evidente: in

extremis, la transforma en un conjunto de procedimientos independiente de

fines y valores, convirtiéndose en un modelo meramente decisional, como

aquellos que Peter Drucker propone para el gerenciamiento de las empresas

capitalistas exitosas. Sin embargo, no hace falta ser un genio para darse cuenta de que la democracia es mucho más que eso.

En segundo lugar, el paradigma schumpeteriano también ignora los procesos históricos concretos que llevaron al establecimiento de las “democracias

realmente existentes”. Al proponer el abandono de lo que Schumpeter denominaba la “teoría clásica” de la democracia, el economista austríaco proyectó

una imagen ingenuamente optimista y completamente irreal de las secuencias históricas que, en un puñado de naciones, resultaron en la constitución de

la democracia

2. La naturaleza épica del proceso de construcción de un orden

democrático fue descripta en clave trágica por Alexis de Tocqueville como

una “revolución irresistible que siglo tras siglo marcha sobre todo obstáculo,

y aún hoy avanza en medio de las ruinas a las que ella misma da lugar”

3. Esta

afirmación captura, como muchos paisajes de distintos autores en la tradición clásica, los aspectos tumultuosos y traumáticos que –aun en los países

más desarrollados, pluralistas y tolerantes– acompañaron la instauración de

un orden democrático. La sangre y el fango de la constitución histórica de

las democracias políticas son completamente volatizados en el formalismo

de la tradición schumpeteriana. Es por esta razón que Guillermo O’Donnell 47

y Phillippe Schmitter, fuertemente influidos por ese legado, advierten en el

texto canónico de la “transitología”, o la teoría de las transiciones:

Una de las premisas de esta manera de concebir la transición es que es

posible y conveniente que la democracia política sea alcanzada sin una

movilización violenta y sin una discontinuidad espectacular. Virtualmente

siempre está presente la amenaza de violencia, y hay frecuentes protestas,

huelgas y manifestaciones, pero, una vez que se adopta la “vía revolucionaria” o que la violencia se difunde y se vuelve recurrente, las perspectivas

favorables a la democracia política se reducen de manera drástica

4.Una premisa tan contundente como falsa. Porque, ¿en qué país la conquista

de la democracia se produjo en consonancia con las estipulaciones planteadas

anteriormente? Barrington Moore señaló que sin la “Revolución Gloriosa”

en Inglaterra, la Revolución Francesa y la Guerra Civil norteamericana –todos estos episodios bastante violentos y sangrientos– sería extremadamente

difícil imaginar la existencia misma de la democracia en esos países

5. ¿Es razonable imaginar a los esclavistas del sur norteamericano o a las aristocracias

inglesas y francesas esforzándose por democratizar la política y el Estado?

¿Podemos siquiera concebir la democratización en esos países sin aquellas

violentas rupturas con el pasado? Y en cuanto a la preocupación de nuestros

autores por la “violencia de abajo”, ¿qué hay de la “violencia de arriba”

opuesta a la democratización, y que sistemáticamente condujo a la represión

estatal, las ejecuciones o desapariciones a manos

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