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La noche poca arriba


Enviado por   •  13 de Octubre de 2012  •  Ensayo  •  3.075 Palabras (13 Páginas)  •  351 Visitas

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La noche poca arriba

Autor : Julio Cortázar

Un joven muchacho se apresuro a sacar la motocicleta del rincón donde el portero del hotel se la guardaba su idea era salir a dar un paseo en la joyería de la esquina vio la hora y eran las nueve menos diez pensó que llegaría con tiempo sobrado a donde iba, se subió a la moto saboreando el paseo recorrió gran parte de la ciudad, pero ahora entraba en la parte mas agradable del trayecto, una calle larga rodeada de árboles con poco trafico y muchos jardines de repente una mujer de cruza en su camino, tienen un accidente y el se destroza un brazo, pierde el sentido y de una cortadura en su ceja le goteaba sangre por toda la cara, al salir del desmayo se encuentra ingresando en un hospital. Lo han vendado y esta en una cama con fiebre en estado de sopor, como consecuencia del accidente y de los medicamentos, entonces, se adormece y tiene un sueño. Sueña curiosamente que es un indio mexicano de la época azteca, que esta perdido entre las ciénagas y se siente perseguido por una tribu enemiga que lo quieren sacrificar. Se despierta repetidas veces al principio aliviado pero luego confundido, las ultimas veces tratando de evitar esa pesadilla hasta que descubre que el sueño en verdad era la realidad .La segunda pesadilla se intercala con la primera por que es el supuesto sueño. Describe un episodio de la guerra florida en donde un indio azteca es perseguido por una tribu enemiga, los Motecas huye y lucha por su vida, al final es capturado, atacado y arrastrado hacia la gran pirámide. Allí un sacerdote lo espera con un puñal para sacrificarlo ya que este era un rito del esta tribu. Antes del fin el joven toma conciencia de la verdadera realidad, que su sueño, era real y que su realidad era su sueño. Alcanzo a cerrar otra vez los parpados, aunque ahora sabia que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro absurdo como todos los sueños.

La mariposa

LA MARIPOSA Aquella tarde, como todos los días, Vanesa volvió de su trabajo. Cuando entró en el edificio, éste se encontraba desierto. Habitualmente, la majestuosidad del hall central, resaltada aún más por el silencio reinantea esas horas, le provocaba cierto temor, como una vaga sensación de que pudiese haber alguien escondido en los pasillos. Caminó hasta su departamento y abrió la puerta. Al encender las luces, la decoración cálida del ambiente le devolvió la tranquilidad perdida con el ajetreo. Recuperaba nuevamente el placer de su intimidad.deambuló algunos minutos por las habitaciones, ordenando ropas y objetos que habían quedado por cualquier lado. Sintonizó su estación de radio preferida y se desvistió. Pensóen el agua tibia recorriéndole el cuerpo y caminó hacia el baño. En eso estaba cuando la uña del dedo gordo del pie se le escapó del cuerpo. Como si al distraerse con la imagen del agua, la uña hubiese aprovechado la oportunidad para fugarse transformada en mariposa blanca. Sintió el desprendimiento y la pérdida, y vio también cómo el insecto de nácar deslizaba sobre su pie algo parecido a un velo de novia a modo de protección sobre la carne viva, antes de subir hasta el cielorraso. El animal sobrevoló un rato la nube de vapor que se agigantaba desde la ducha abierta, dibujando diversas trayectorias, fue y vino de aquí para allá, planeó sobre los sanitarios, rozó los azulejos transpirados, atravesó la niebla en tirabuzones como un aeroplano de acrobacias y, al cabo de un giro sorpresivo, se detuvo sobre su pezón izquierdo .En ese momento, la mano de un hombre atrapó la mariposa.

El sonido incesante del tren, ensordecedor y repetitivo me arrullaba. Llega un momento en que uno deja de escuchar cuando hay tanto ruido, hasta que se nulifica y se convierte en una música de fondo…Durante la primera parte de la travesía estuve solo, fueron 6 horas en las que dormí a pierna suelta; sé que ronco porque yo mismo me he despertado, entonces estar solo me dio la confianza de dormir sin penas y sin sobresaltos. Estaba cansado. Las dos semanas anteriores las había pasado en misiones en Veracruz, que se había inundado por un huracán; como sacerdote, pude haberme quedado con mi labor de confesión únicamente, pero no soy una persona que se pueda quedar sentado, así que estuve ayudando, dando un par de brazos, todavía fuertes, y eso, a mi edad, ya cansa.Pasada la crisis, iba de regreso, y la verdad sea dicha, fue una bendición estar solo en ese pequeño cuarto que servía de camarote para los viajeros fatigados. Entre sueño y sueño pensaba si las casualidades pueden nutrir nuestras vidas, y si todo eso era a lo que, obstinadamente, llamábamos Dios. Y por lo tanto, si mi propia vida tenía el sentido que yo insistía en darle.En la llegada a Puebla mi descanso se vio interrumpido. Un anciano se asomó por la ventana interior del ferrocarril, me miró con recelo y luego entró sin llamar.

-Buen día- dijo con voz ronca.

-Buen día- contesté yo, enderezándome a mi pesar.

EL hombre vestía con un traje que evidenciaba su posición social. El sombrero blanco que llevaba, calculé, podía costar más que todo lo que yo pudiera traer conmigo.Se sentó colocando el sombrero a un lado, me miró de frente y noté cierto reto en sus ojos.

-¿Va a México?

-Sí- dije.

-Yo también. Es sacerdote.- afirmó.

-Sí- contesté sin darle importancia al tono de su voz. Me miró de arriba abajo y desvió su mirada hacia el paisaje que pasaba veloz atrás de la ventana. Así pasaron dos horas de incómodo silencio, hasta que el anciano volvió a dirigirme la palabra.

-Yo soy general.

-¡Ah!- exclamé sin inmutarme. Silencio nuevamente, luego clavó sus ojos en los míos.

-Fui general en tiempos de Calles…

Comprendí en ese momento la situación. Era un general que luchó contra los Cristeros; estaba sentado frente a un asesino de sacerdotes.Sentí cómo se me crispó la quijada y fui yo el que desvió esta vez la mirada hacia la ventana otra hora de silencio, cada segundo más incómodo.

-¿Y… duerme tranquilo?- rompí el silencio. El hombre me miró sorprendido.

-No soy un asesino…

-¿No?- le contesté incrédulo y sin ironía en mi voz.

-¡No!- repuso tajante- sólo he cumplido con el papel que me fue impuesto.

-Y que usted aceptó.

-Alguien debía hacerlo; y lo hice lo mejor que pude.

En ese momento noté que el anciano, aunque de manera recia, trataba de justificar sus propias acciones; me pregunté si influía en algo mi profesión.

-Comencé muy joven- empezó a narrar, no estoy seguro si para mí o para sí mismo, pues rara vez me miró a lo largo del resto del viaje. Hablaba por pausas, dejando silencios de minutos, y en ocasiones hasta de horas entre

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