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La tarde se desvanece otra vez sobre Terin, la ciudad una vez conocida como el centro del mundo


Enviado por   •  19 de Octubre de 2017  •  Ensayo  •  4.410 Palabras (18 Páginas)  •  322 Visitas

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Una sombra, en una ciudad de sombras.

…. Oh tu, bendita ira de la oscura madre, púrganos de nuestra ofensa, redime nuestra villanía, tráenos el castigo de la misericordiosa, tu, su destructor, su mal, nuestro redentor….

La profecía del fin de los tiempos, de Hítacos.

I

        La tarde se desvanece otra vez sobre Terin, la ciudad una vez conocida como el centro del mundo, en su día el aeropuerto y punto de comercio más grande jamás establecido. En la actualidad un dirigible siquiera pasaba con frecuencia. Las calles sucias, llenas de hollín. El cielo contaminado por una nube grasienta y oscura, la cual, al anochecer adquiría un repugnante tinte marrón gracias a la intensidad de las luces de la metrópolis. El crimen desenfrenado, las drogas a precio de caramelos, la enfermedad abundante, el pan escaso…

La noche cae, y las luces alejan la oscuridad, pero envenenan el cielo. Elden Sakari, gobernador electo de Terin, degusta un manjar digno de un rey, sus rosadas mejillas se llenan de camarones. Mientras que con una grotesca mano sostiene la copa, con la otra remoja otro camarón en la rojiza salsa especiada y lo lleva con prisa a su hocico. Era corrupto por supuesto, de que otra forma sino se podría vivir en semejante vertedero. Sakari últimamente había aumentado la frecuencia de sus banquetes en la noche. Usualmente comía así después de la mañana, luego de un sustancioso desayuno y un paseo por su jardín, y antes de la tarde, en la cual gustaba de coger con sus mujeres  favoritas. La noche la ocupaba para las “subastas”. A estas asistían todo tipo de lores y mafiosos de mal renombre. Todos pujaban para ganarse el favor del gobernador. Sakari no tardo en descubrir luego de sus primeros diez años en el cargo que luchar contra los bajos fondos era una tarea inútil y carente de importancia. Las “subastas”  eran un medio mucho más efectivo para disminuir el caos de las guerras entre mafias, mejor que aquellos miserables mal pagados de la comisaría. Sakari suspendió las pujas de los últimos meses por una paranoica sospecha de intento de asesinato. Solo un par de malas coincidencias, habían asegurado sus guardaespaldas. Si por algo se iba a recordar al gobernador Elden Sakari, iba a ser por su bien sabida cobardía, más allá de su notoria estupidez.

Nadie hubiera creído que de hecho, tenía razón.

Serris observaba. Había observado durante meses.  Un accidente estúpido con el cual no tenía nada que ver, había alertado al alcalde, haciendo que este se recluyera en su mansión. Eso no tenía importancia, podría matarlo cuando quisiera aunque estuviera encerrado en una caja de hierro bajo el mar de Lavis. Pero si lo mataba ahora todo el mundo sabría que fue un asesinato.

Ahora tenía que esperar otra vez. Tal vez un par de meses más.

No importaba.

En cuanto acabara con él, la hermandad le mandaría otro asesinato, y otra vez, tendría que esperar.

El gobernador se lleva otro camarón a la boca, y Serris observa desde varias manzanas de distancia. Su vista sobrenatural era muy superior a la de la mayoría de mortales, junto con todos sus otros sentidos. Era común entre aquellos que eran como él. Ojos de estrella.  

Sus ojos tenían un brillo sobrenatural y plateado, y sus pupilas estaban extremadamente contraídas desde el día en que nació. A penas parpadeaba.

No muchos ojos de estrella pasaban de los meses de nacido. Y  parte de las supersticiones que rodeaban a estos, estaba  la poca frecuencia con la que nacían.

Por eso le debía su lealtad a la hermandad. Ellos lo habían acogido y criado. Le habían enseñado el ideal del ala negra, y ellos pavimentarían el camino para que la todopoderosa trajera su luz sobre este mundo corrupto, lleno de suciedad y tinieblas. Serris estaba profundamente orgulloso de formar parte de ello. Así que no le importaba esperar para matara a otro cerdo corrupto.

Serris mira al sucio cielo por un momento, preguntándose si ella lo miraba. Por supuesto que sí. Ella los miraba a todos. Y a sus ojos el esperaba ser su herramienta, su daga, su…

Algo ocurre.

Serris vuelve la vista rápidamente a la casa del gobernador. Un fuerte sonido alerta a todos los guardias, los cuales entran corriendo a la habitación de Sakari. Más guardias se amontonan en cada entrada. Fusiles y alabardas en mano. El claqueteo de las armaduras y los gritos de los guardias alborotan la noche.

Serris se tensa y mira por toda la mansión desde el campanario en el que se encuentra, asomándose y quedando al descubierto. Se detiene cuando encuentra el causante del alboroto.

Una figura vestida de negro se halla parada en medio del tejado. Esta mira la noche en dirección de Serris… no, lo mira fijamente a él. La figura lleva un abrigo negro que es arrastrado por el viento, junto con una bufanda verde y oscura que lleva alrededor del cuello. Solo se queda hay… mirándole. Como si le esperara.

Un escalofrio recorre su espalda al presenciar la inquietante figura, no puede dejarle vivir, claramente quiere retarle. Su sola presencia era una amenaza para su misión, y para la hermandad.

La figura de negro espera paciente. Serris traga saliva y toma una decisión. Retrocede y agarra carrera. Salta al siguiente edificio para aterrizar con suavidad sobre una pierna, se ve obligado arrodillarse. En cuanto regresa la vista al tejado de la mansión el hombre de negro ya no está. Maldice y desenvaina su cimitarra y su daga larga. Toma carrera otra vez y salta al siguiente edificio. Su oscura capa revolotea al perderse en la noche.

II

Serris llega al tejado de la mansión. Esquivar a los guardias fue demasiado fácil. Y no pudo evitar preguntarse si habría perdido su oportunidad de asesinar a Sakari para siempre.

Mira para un lado y para otro. Sube el inclinado techo en zancadas enérgicas pero delicadas, con tal de no desprender ninguna teja.

Se halla en la cima, pero no hay señal del hombre de negro. Un arma en cada mano, y la oscura capa revoloteando a su alrededor. Un sonido lo hace girar sobre sus talones.

El hombre de negro esta allí.

Una máscara negra de lobo le cubre rostro. Alguna vez debió de ser perfectamente simétrica, pero un corte perpendicular atravesaba la fina ranura del ojo derecho de arriba abajo, casi separando toda la esquina derecha de la máscara. Bajo esta, dos puntos de intensa luz azul arden a la altura de los ojos.

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