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Las Cenizas De Angela


Enviado por   •  20 de Febrero de 2014  •  4.646 Palabras (19 Páginas)  •  275 Visitas

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hasta tarde mientras papá nos cuenta un cuento de su propio caletre. Basta con que digamos un nombre, míster MacAdorey o míster Leibowitz de nuestro piso, y papá los pondrá a remar por un río en el Brasil perseguidos por indios de narices verdes y espaldas coloradas. En esas noches podremos quedarnos dormidos a sabiendas de que habrá un desayuno con huevos, tomates fritos y pan frito, té con montones de azúcar y leche y, más tarde, un gran almuerzo con puré de papas, arvejas y jamón, y un bizcocho borracho que mamá sabe hacer, capas de frutas y deliciosa crema irlandesa caliente sobre una tarta calada en jerez.

A la tercera semana de estar trabajando papá no trae el salario. En la mañana del cuarto viernes de estar papá empleado mamá le pregunta si esa noche traerá el salario o si otra vez va a bebérselo todo. Más tarde en el día mamá nos arregla. Pone a los mellizos en el coche y echamos a andar por las largas calles de Brooklyn. A veces deja que Malachy vaya en el cochecito cuando se cansa de trotar a su lado. A mí me dice que soy muy grande para el coche. Yo podría decirle que me duelen las piernas de tratar de seguirle el paso pero ella no va cantando y sé que no es el día para hablar de mis dolores.

Llegamos a un gran portón donde hay un hombre dentro de una caseta con ventanas por todos lados. Mamá habla con el hombre. Quiere saber si puede entrar donde les pagan a los trabajadores porque tal vez le podrían dar parte del salario de papá para que no se lo gaste en los bares. El hombre sacude la cabeza negativamente. Lo siento, señora, pero si hiciéramos eso la mitad de las esposas de Brooklyn asaltarían el lugar.

Esperamos al otro lado de la calle. Mamá me deja sentar en la acera recostado contra la pared. Les da a los mellizos sus teteros de agua con azúcar pero Malachy y yo tenemos que esperar a que ella le saque algún dinero a papá y podamos ir donde el italiano a comprar té y pan y huevos.

Nos devolvemos por las largas calles de Brooklyn.

Vamos por la avenida Atlantic ya de noche y en todos los bares junto a la estación del ferrocarril de Long Island hay luz y ruido. Vamos de bar en bar buscando a papá. Mamá nos deja afuera con el coche mientras ella entra, o me manda a mí. Hay montones de hombres bulliciosos y esos olores rancios que me recuerdan a papá cuando llega a casa oliendo a whisky.

Cuando llegamos a la avenida Classon va derecho a la tienda del italiano. Le dice al hombre que su esposo está retrasado, que a lo mejor está trabajando horas extras y que si sería posible llevarse algunas cosas, que ella promete volver al otro día.

El italiano dice: Señora, usted siempre paga sus cuentas tarde o temprano y puede llevarse lo que quiera de esta tienda.

No sería mucho, dice ella.

Lo que quiera, señora, porque sé que es honesta y tiene ahí esa linda prole.

A la semana siguiente papá pierde el empleo. Vuelve a casa ese viernes por la noche, tira el salario sobre la mesa y le dice a mamá: ¿Ya estás contenta? Rondas por la salida quejándote y acusándome y ellos me despiden. Buscaban un pretexto y tú se los diste.

Pronto hay otro bebé, una niñita, y la llaman Margaret.

Los mellizos aprenden a pararse y a caminar y a todas horas tienen accidentes. Sus traseros están quemados porque andan siempre mojados y cagados. Se meten cosas sucias en la boca, pedazos de papel, plumas, cordones de zapato, y se enferman. Mamá dice que la vamos a enloquecer. Viste a los mellizos, los pone en el coche y Malachy y yo los llevamos al patio. Ya no hace frío y los árboles tienen hojas verdes por toda la avenida.

Si ahora llevo a los mellizos a la casa mamá me va a gritar por no dejarla descansar o por despertar a Margaret. Tenemos que quedarnos en el patio hasta que ella saque la cabeza por la ventana y nos llame. Les hago monerías a los mellizos para que dejen de llorar. Me pongo un pedazo de papel en la cabeza y lo dejo caer y ellos ríen y ríen. Llevo el coche donde Malachy está jugando en los columpios con Freddie Leibowitz. Malachy trata de contarle a Freddie cómo fue que Setanta se convirtió en Cuchulain.

Papá está en la mesa leyendo el periódico. Dice que el presidente Roosevelt es un buen hombre y que pronto todo el mundo tendrá un empleo en América. Mamá está al frente dándole el tetero a Margaret. Tiene esa mirada dura que me asusta.

¿Dónde conseguiste esas frutas?

El señor.

¿Qué señor?

El italiano me las regaló.

¿Robaste esas frutas?

Malachy dice: El señor. El señor le dio a Frankie la bolsa.

¿Y qué le hiciste a Freddie Leibowitz? Su madre vino acá. Una mujer encantadora. No sé qué haríamos sin ella y Minnie MacAdorey. Y tú tenías que atacar al pobre Freddie.

Mis padres se miran. Papá dice: Freddie es un buen chico. Tan sólo estaba columpiando a tu hermanito. ¿No es verdad?

Quería robarme el cuento de Cuchulain.

Vamos. A Freddie no le importa el cuento de Cuchulain. Él tiene sus propios cuentos. Centenares de cuentos. Él es judío.

¿Qué es judío?

Papá se ríe. Judío es, judío es gente que tiene sus propios cuentos. Ellos no necesitan a Cuchulain. Tienen a Moisés. Tienen a Sansón.

La bebé suelta un gritico en los brazos de mamá y papá da un salto y deja caer a

Malachy al piso. ¿Le pasa algo? Mi madre dice: Claro que no le pasa nada. Está comiendo. Dios del cielo, eres un manojo de nervios. Ahora están hablando de Margaret y se olvidan de mí. No me importa. Voy a ir a preguntarle a Freddie sobre Sansón, a ver si Sansón es tan bueno como Cuchulain, a ver si Freddie tiene su propio cuento o si aún quiere robarse a Cuchulain. Malachy quiere ir conmigo ahora que mi padre está de pie y ya no tiene rodillas.

Los susurros de mi madre me despiertan. ¿Qué pasa con la niña? Es temprano todavía y no hay mucha luz en el cuarto pero se puede ver a papá junto a la ventana cargando a Margaret. La está meciendo y suspira.

Mamá dice: ¿Está... está enferma?

Sí. Está muy quieta y un poquitico fría.

Mi madre está fuera de la cama, recibiendo a la niña. Ve por el doctor. Ve, por el amor de Dios, y mi padre se pone los pantalones sobre el camisón, sin chaqueta, los zapatos sin medias en este día helado.

Me meto otra vez a la cama y me pongo a llorar. Malachy dice: ¿Por qué lloras? ¿Por qué lloras? Hasta que mamá la vuelve a emprender conmigo. Tu hermana enferma aquí en mis brazos y tú ahí gimiendo y lloriqueando. Si voy hasta esa cama te voy a dar una razón para lloriquear.

Papá vuelve con el doctor.

El doctor dice que

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