Liliana Bodoc 1 Capitulo
Enviado por Agostinabeth • 25 de Agosto de 2011 • 2.581 Palabras (11 Páginas) • 1.535 Visitas
Liliana Bodoc
Los Días Del Venado
La Saga De Los Confines 01
A mi padre
INDICE
PARTE 1
Vuelven las lluvias
La noche del guerrero
¿Dónde está Kupuka?
Un viajero
Dos visitantes
Una conversación importante
¡Aún escucho caer la lluvia antes que tú!
La canción del prisionero
De músico a mensajero
Los hechos antiguos
¡Adiós!
PARTE 2
Hacia el norte
El tapiz sobre la arena
El cautiverio
El día que zarparon las naves
En una casa extraña
El concilio se reúne
Los sideresios
Patas de venado
Kupuka está de regreso
La huella de sus pies
Por los caminos de las Tierras Fértiles
El despertar
PARTE 3
El Venado y el fuego
El emplumado
La sangre del Venado
El hijo
La cofradía del Aire Libre
Oacal
En lenguas humanas
Y
ocurrió hace tantas Edades que no queda de ella ni el eco del recuerdo del eco del recuer¬do. Ningún vestigio sobre estos sucesos ha conseguido permanecer. Y aún cuando pudieran aden¬trarse en cuevas sepultadas bajo nuevas civilizaciones, na¬da encontrarían.
Lo que voy a relatar sucedió en un tiempo lejanísimo; cuando los continentes tenían otra forma y los ríos tenían otro curso. Entonces, las horas de las Criaturas pasaban lentas, los Brujos de la Tierra recorrían las montañas Maduinas buscando hierbas salutíferas, y todavía resultaba sencillo ver a los lulus, en las largas noches de las islas del sur, bailando alrededor de sus colas.
He venido a dejar memoria de una grande y terrible ba¬talla. Acaso una de las más grandes y terribles que se li¬braron contra las fuerzas del Odio Eterno. Y fue cuando una Edad terminaba y otra, funesta, se extendía hasta los últimos refugios.
El Odio Eterno rondaba fuera de los límites de la Rea¬lidad buscando una forma, una sustancia tangible que le permitiera existir en el mundo de las Criaturas. Andaba al acecho de una herida por donde introducirse, pero ninguna imperfección de las Criaturas era grieta suficiente para darle paso.
Sin embargo, como en las eternidades todo sucede, hubo una desobediencia que fue herida, imperfección y grieta suficiente.
Todo comenzó cuando la Muerte, desobedeciendo el mandato de no engendrar jamás otros seres, hizo una criatura de su propia sustancia. Y fue su hijo, y lo amó. En ese vástago feroz, nacido contra las Grandes Leyes, el Odio Eterno encontró voz y sombra en este mundo.
Sigilosa, en la cima de un monte olvidado de las Tierras Antiguas, la Muerte brotó en un hijo al que llamó Misáianes. Primero fue una emanación que su madre incubó entre los dientes, después fue un latido viscoso. Después graznó y aulló. Después rió, y hasta la propia Muerte tuvo miedo. Después se emplumó para volar contra la luz.
Los vasallos de Misáianes fueron innumerables. Seres de todas las especies se doblegaron ante su solo aliento y acataron su voz. Pero también seres de todas las especies lo combatieron. Así, la guerra se arrastró hasta cada bos¬que, cada río y cada aldea.
Cuando las fuerzas de Misáianes atravesaron el mar que las separaba de las Tierras Fértiles, la Magia y las Criaturas se unieron para enfrentarlas. Estos son los hechos que ahora narraré, en lenguas humanas, detalladamente.
Vuelven las lluvias
—Será mañana —canturreó Vieja Kush cuando escu¬chó el ruido de los primeros truenos. Dejó a un costado el hilado en el que trabajaba y se acercó hasta la ventana para mirar el bosque. No sentía ninguna inquietud, por¬que en su casa todo estaba debidamente dispuesto.
Días atrás, su hijo y sus nietos varones habían termina¬do de recubrir el techo con brea de pino. La casa tenía su provisión de harinas dulces y amargas, y su montaña de calabazas. Los cestos estaban colmados de frutos secos y semillas. En el leñero había troncos para arder todo un in¬vierno. Además, ella y las niñas habían tejido buenas mantas de lana que, ahora mismo, eran un arduo trabajo de colores apilado en un rincón.
Como había sucedido en todos los inviernos recorda¬dos, regresaba a la tierra de los husihuilkes otra larga tem¬porada de lluvias. Venía del sur y del lado del mar arrastrada por un viento que extendía cielos espesos sobre Los Confines, y allí los dejaba para que se cansaran de llover.
La temporada comenzaba con lloviznas espaciadas que los pájaros miraban caer desde la boca del nido; las lie¬bres, desde la entrada de sus madrigueras y la gente de Los Confines, desde sus casas de techo bajo. Para cuando las aguas se descargaban, ningún ser viviente estaba fue¬ra de su refugio. La guarida del puma, las raposeras, los ni¬dos de los árboles y los de la cima de las montañas, las cuevas subterráneas, las rendijas del cubil, las gusaneras, las casas de los husihuilkes, todo había sido hábilmente protegido según una herencia de saberes que enseñaba a aprovechar los bienes del bosque y los del mar. En Los Confines, las Criaturas afrontaban lluvias y vientos con mañas casi tan antiguas como el viento y la lluvia.
—Será mañana que empezarán las aguas —repitió Kush. Y enseguida se puso a tararear entre dientes una canción de despedida. Kuy-Kuyen y Wilkilén fueron has¬ta el calorcito de la revieja.
—Vuelve a empezar, vuelve a empezar con nosotras —pi¬dió la mayor de sus nietas.
Kush abrazó a las niñas, las atrajo hacia sí, y juntas re¬comenzaron la canción que entonaban los husihuilkes antes de cada temporada de lluvia. Cantó la voz cálida y quebrada de la raza del sur; cantó sin imaginar que pron¬to se harían al mar los que traían el final de ese tiempo de bienaventuranza.
Ellas cantaban esperando a los hombres que de un mo¬mento a otro aparecerían por el camino del bosque con las últimas provisiones. Vieja Kush y Kuy-Kuyen lo ha¬cían al unísono, sin equivocarse jamás. Wilkilén, que sólo llevaba vividas cinco temporadas de lluvia, llegaba un po¬co tarde a las palabras. Entonces levantaba hacia su abue¬la una mirada grave, como prometiendo algo mejor para la próxima vez. Las husihuilkes cantaban hasta pronto....
Hasta pronto, venado. ¡Corre, escóndete! Mosca azul vuela lejos porque la lluvia viene.
Padre Halcón protege
a tus pichones.
Buenos amigos, bosque amado,
volveremos a vernos
cuando el sol retorne a nuestra casa.
Los tres rostros que miraban desde
...