No hay nada que temer, Dolores, siempre que respondas a todas mis preguntas correctamente. ¿Entiendes?

Prólogo

- Vuelve a conectarla – dijo una voz masculina que resonó por toda la habitación – ¿Puedes oírme?

- Sí – contestó una voz de mujer con un tono sereno, inexpresivo, y con acento sureño, se encontraba sentada, completamente desnuda, en una habitación que recién comenzaba a iluminarse. Era una habitación vacía, cubierta por paredes de cristal – Disculpa, no me siento bien.

- No hables con acento – ordenó el hombre - ¿Sabes dónde estás?

- Estoy en un sueño.

- Así es, Dolores. Estás en un sueño. ¿Quieres despertarte de ese sueño? – Preguntó el hombre.

-Sí, estoy aterrada – La voz y el tono de Dolores no parecían coincidir con sus palabras.

- No hay nada que temer, Dolores, siempre que respondas a todas mis preguntas correctamente. ¿Entiendes?

- Sí – respondió Dolores.

- Primero, ¿alguna vez cuestionaste la naturaleza de tu realidad?

- No.

- ¿Dinos qué piensas de tu mundo?

- Algunas personas optan por ver lo peor de este mundo. El desorden. Yo por ver la belleza. Por creer que nuestros días tienen un orden; un propósito.

- ¿Qué opinas de los huéspedes?

- ¿Se refiere a los recién llegados?

Dolores tardó un par de segundos en responder a la pregunta que el Doctor Bernard le había hecho. Era una mujer de cabello rubio, aparentaba tener alrededor de veinte o treinta años, de estatura media y delgada; no parecía una mujer muy expresiva, por el tono en el que respondió las preguntas del Doctor.

- Me gusta recordar lo que mi padre me enseñó: que en un momento u otro, todos fuimos nuevos en este mundo. Los recién llegados buscan lo mismo que nosotros: un lugar para ser libres, para buscar nuestros sueños. Un lugar con posibilidades ilimitadas.

- ¿Qué piensas de la vida que te hemos dado?, ¿Cómo se encuentra tu padre?

- ¿Mi padre? – preguntó Dolores.

Capítulo I

El original

Theodore Ford, o como lo conocían sus allegados, “Teddy”, acababa de despertar de un sueño cuando se dio cuenta de que faltaba poco para llegar a Sweetwater. Se encontraba en un tren a vapor con capacidad para 200 pasajeros, equipado con vagones de carga, vagón comedor, y vagones para pasajeros. No contaba con vagones dormitorio, ya que el viaje al pueblo nunca era demasiado largo. El hombre era de estatura media, castaño, de tez clara, sostenía con la mano derecha un sombrero de color café oscuro. Se encontraba en ese momento en el vagón de pasajeros escuchando las conversaciones que tenían algunos hombres cerca de él.

- La primera vez que hice el papel de bueno, estaba aquí mi familia, nos fuimos de pesca, fuimos a buscar oro... – un hombre alto, moreno, que usaba un sombrero color negro, le contaba a su compañero su experiencia en el sitio hace algunos años.

- ¿Y la última vez?- preguntó su acompañante.

- Vine solo. Hice el papel de villano – Dijo el hombre en tono de orgullo, feliz - Las mejores dos semanas de mi vida.

Teddy observaba atento por la ventana, desde su posición se podía vislumbrar todo el gran valle que atravesaba el tren para llegar a Sweetwater, un arroyo del lado izquierdo del tren que abastecía al pueblo de agua para sus caballos, y una gran montaña del lado derecho con matices verdes de vegetación y cafés de formaciones rocosas.

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