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Rostros en el agua, Janet Frame


Enviado por   •  8 de Agosto de 2023  •  Ensayo  •  2.221 Palabras (9 Páginas)  •  77 Visitas

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NOTA DEL EDITOR

“Por tu propio bien” es un argumento convincente que puede acabar por hacer que el género humano acceda a su propia destrucción.

ROSTROS EN EL AGUA, Janet Frame

Había llegado el momento de la despedida. Respiré hondo y me dispuse a subir la larga escalinata que llevaba al despacho de mi jefe inmediato en el bufete de abogados donde había trabajado durante dos años. Era mi último día allí, hacía unos meses había comunicado al socio director mi intención de dejar la abogacía para intentar convertir mi pasión en mi trabajo, para intentar dedicarme a la edición de libros. El socio director no había escondido su sorpresa, pero, después de cerrar los detalles prácticos de mi marcha, me había deseado suerte y me había asegurado que las puertas del despacho permanecerían abiertas para mí si reconsideraba la decisión. A partir de ese momento, todo el proceso se desarrolló con una cordialidad algo incómoda. Los jefes, los del piso de arriba, me trataban con la condescendencia con la que se trata a los dementes inofensivos, los que abandonan una carrera prometedora como o abogado para entregarse a delirios artísticos. Casi me parecía ver reflejada en sus miradas tranquilas la caída estrepitosa que me auguraban. Mentiría si asegurara que las tenía todas conmigo. En mi interior anidaba un revoltijo de sentimientos contradictorios: miedo, ilusión, todo tipo de inseguridades y ganas de empezar a recorrer un camino apasionante. La decisión estaba tomada e intentaba huir de estos silencios compasivos que, seguramente más por mis propios temores que por otra cosa, parecían señalarme y gritar entre risas: “¡Aquí tenemos al artista, el loco que, tras siete años estudiando y trabajando para convertirse en abogado, lo deja todo para entregarse a su afición, a su pasatiempo! Pobre chico, se ha creído los mensajes cursis de esas tazas tan de moda. En realidad nos caes bien, lo decimos por tu propio bien. ¡En serio! Estaremos aquí para abrazarte cuando la realidad te caiga encima como un rayo divino. Si sobrevives a la caída, estaremos ahí. Si no te lo impide la vergüenza al recordar esta compasión morbosa que ahora intuyes en nuestros gestos, en nuestras miradas y en nuestros buenos deseos para ti, volverás aquí y nosotros no te lo recordaremos más que con los gestos, las miradas y nuestros consuelos. "Al menos lo intentaste", te repetiremos como un mantra. Eres buen tío, es una verdadera lástima que no tengas a nadie que te advierta que la vida no comparte engranajes con la ficción, que no vives en un musical, macho. ¿No tienes a nadie que te quiera bien y te haga comprender que te diriges como un Quijote hacia aventuras imaginarias? Y cuando te des cuenta, cuanto te encuentres derrotado por la realidad, ya habrás dejado escapar el tren, serás un abogado mediocre toda tu vida porque habrás perdido el tiempo en un espejismo que en el fondo no te crees ni tú, verás a los más jóvenes ascender como cohetes, adelantándote por la derecha porque nadie quiere un abogado soñador. Desde las alturas los oirás brindar con ambrosía, olerás su prosperidad, el cloro de sus piscinas limpias, el aroma a cuero de sus coches, y lo que te dolerá no será la envidia ni la avaricia, sino la oportunidad perdida, la inocencia, esa maldita muela de leche que ahora te lleva a emprender esta locura”. En sus miradas, el reproche latente: “¿Te crees que a nosotros nos gusta esto? ¿Acaso crees, en tu ingenuidad egocéntrica, que cada mañana nos despierta la impaciencia para ponernos a trabajar? ¿Crees que no preferiríamos pasarnos el día haciendo excursiones por la montaña o dando la vuelta al mundo en velero? ¿Crees que de pequeños queríamos ser abogados? ¡Por favor! ¡Queríamos ser astronautas, futbolistas, presidentes, estrellas de rock, artistas! Pero sabemos algo que tú no tardarás en descubrir y que es una pena que tus padres no te hayan enseñado: es lo que hay. Es lo que hay. Sí, es lo que hay. Y la posibilidad de que haya algo más de lo que hay es un callejón sin salida, un absurdo juego de palabras. Porque lo que hay es lo que hay, y solo triunfan los que lo aceptan, se adaptan a la realidad, la conjugan a su favor y la utilizan como arma arrojadiza contra los ilusos como tú”.

Llamé a la puerta de su despacho. «<Adelante», me dijo sin levantar los ojos de los documentos que estaba revisando. Entré y le entregué el último escrito legal que tenía pendiente. Acabó de escribir un correo electrónico, se levantó, me dio la mano y me deseó mucha suerte. Antes de despedirnos me dijo algo que no me he quitado de la cabeza: «Si esto es lo que quieres, Jan, adelante. Pero -dijo, cogiendo el escrito legal de la mesa- esta es la verdadera literatura. La ficción es puro cuento, en- tretenimiento para pasar el rato; la literatura real, la que tiene un efecto directo en las personas, es la que has hecho aquí»>.

Durante mucho tiempo estuve dándole vueltas a aquella reflexión. ¿Tendría razón? ¿Se reducía a fuegos artificiales toda esa literatura que tantos sentimientos y reflexiones me des- pertaba? ¿Era más real una demanda que una novela? Ahora era aquel interrogante el que se reía de mí, el que estimulaba mis inseguridades: «Saltas del barco de la verdad para entre- garte al canto de esa sirena traicionera, te vas a ahogar en esa mentira dulce y mortal», rugiendo como un Hamlet indignado: «¿Pudisteis abandonar las delicias de aquella colina hermosa por el cieno de ese pantano?». ¿Qué era la literatura real? La pregunta resonaba en mi cabeza mientras abandonaba sin mirar atrás el despacho de abogados.

Cinco años antes de publicar ROSTROS EN EL AGUA, Janet Frame abandonó sin mirar atrás su Nueva Zelanda natal para instalarse en Londres; también pasó periodos en Andorra e Ibiza. Empezó a escribir la novela llamándose ya Nene Janet Paterson Clutha. Se había cambiado el nombre para dejar atrás su traumática experiencia de ocho años pasando por diferen- tes centros psiquiátricos que tenían nombres tan luminosos como espantoso era el trato que dedicaban a sus pacientes. De hecho, en Seacliff ya estaba escrita y firmada su sentencia: la lobotomía cerebral que iba a apagar para siempre la luz de su consciencia y su voluntad. No obstante, la publicación de su primer libro, The Lagoon and Other Stories, así como el inmediato éxito que obtuvo, provocó la cancelación de la fatí- dica operación. Como le sucedió a Fiódor Dostoievski cuando, en el patio de la fortaleza de San Pedro y San Pablo, con los ojos vendados y ante los fusiles, le conmutaron la sentencia de muerte en el último momento, Janet Frame rozó su final con la à de los dedos. La escritura la había salvado, literalmente. Muchos años después, el psiquiatra Alan Miller sugirió que punta Frame en realidad nunca había padecido esquizofrenia.

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