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Sor Juana Inés De La Cruz Culminación Del Barroco En Las Indias


Enviado por   •  21 de Septiembre de 2014  •  2.263 Palabras (10 Páginas)  •  302 Visitas

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RESUMEN

ÁLVARO URIBE RUEDA: SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ O LA CULMINACIÓN DEL SIGLO BARROCO EN LAS INDIAS.

Es sabido que el descenso de España se presentó durante el siglo XVII. Sin embargo, en las Indias no se puede hablar de decadencia, por el contrario, fue una época de cosecha; aparecieron los frutos concebidos en el siglo anterior (de la conquista) con igual nivel que en España, pero sin estar teñidos de la desesperanza histórica y de desilusión que afectaba en ese momento a la sociedad ibérica.

En el nuevo mundo, había un esfuerzo de cultura y estabilización que en la segunda mitad del siglo XVII hizo florecer las artes y las ciencias con vigor, por ejemplo: Carlos Sigüenza y Góngora (México), Pedro de Peralta Barnuevo (Lima) y Sor Juana Inés de la Cruz (México). Ella fue la culminación del auge mental en América, cuyo verdadero nombre fue Juana Inés Ramírez (1649 - 1695), quien arrastró siempre con dos problemas: ser mujer y ser hija ilegítima. De su padre, solamente se tiene noticia que fue un vascongado, no existiendo otra documentación de filiación; su madre fue Isabel Ramírez de Santillana, quien tuvo en total tres hijos de ese hombre, también se decía en la época que eran hijas del capitán español Pedro Manuel de Asbaje; pero más adelante, doña Isabel tuvo tres hijos más con Diego Ruiz Lozano, con quien vivió en un latifundio de la orden dominicana, manejado por el abuelo Pedro Ramírez de Arellano, quien además fue emprendedor y arrendatario de tierras de la iglesia.

El medio social era de un nivel más o menos alto, cultivó allí su afición a las letras donde desde muy niña aprendió a leer (a los tres años), y a escribir a los cinco, dominó el latín en veinte lecciones y desde los diez años era ya un prodigio de sabiduría a tal punto que pidió permiso a su madre para vestirse de hombre y asistir al claustro universitario. Al llegar a la pubertad era muy femenina, atrayente y de notoria perfección corporal y facial.

Una chica así sólo tenía dos caminos para conquistar su derecho al saber –vedado a las mujeres de la época-, irse a vivir en la corte o entrar en un convento y aunque parezca contradictorio, era el estado religioso el que le daba más oportunidades de trato con hombres de su mismo nivel intelectual; el matrimonio hubiera significado un entierro en vida. No se sabe exactamente cómo ingresó a la corte virreinal, pero lo cierto es que impresionó desde el principio a la virreina doña Leonor Carreto (hija del embajador de Viena en Madrid y de amplia cultura alemana), a quien sirvió como dama de acompañamiento palaciego desde los dieciséis años; y a su marido el virrey Antonio Sebastián de Toledo (de la casa de los duques de Alba y marqués de Mancera) ambos seguidores de la reina madre doña Mariana, regente durante la infancia de su hijo, el rey Carlos II. El virreinato mexicano era uno de los cargos más codiciados en la corte española, tanto como lo era el de Perú.

LIBERTAD INTELECTUAL EN LA CORTE DE NUEVA ESPAÑA

La corte de la ciudad de México en el siglo XVII era la institución más elevada y de mayor influjo en el virreinato, sobrepasando a la Iglesia y a la Universidad. Esta corte, siendo representativa de una sociedad jerarquizada, estamentaria, dogmática y finalista; era el centro de poder y ofrecía al mismo tiempo un ambiente único, pues podía respirarse un aire de libertad y de información, de curiosidad y de sincera crítica (algo muy difícil de lograr para la época). Todo lo indicado para que prosperara un intelecto como el de Juana Ramírez.

Un dato importante, es que en las sociedades nuevas de América existía la práctica de un sutil juego de contrapesos entre los distintos poderes: el virrey – la audiencia – las autoridades religiosas (negociaciones y favores de ida y de vuelta en el juego del poder).

Es así que desde su juventud, Juana Inés aprendió a dominar el medio palaciego y pudo deslumbrar en la corte. Desde el principio se hizo conocer por su don natural de versificación unido a una sólida base cultural y a una sensibilidad lírica realmente notable. Tanto, que el virrey deslumbrado por su conversación y a fin de descartar el riesgo de ser engañado, convocó a un grupo de cuarenta teólogos, filósofos, matemáticos, historiadores, humanistas y poetas de la ciudad de México para que practicaran un examen a la joven dama, el cual resultó sobresaliente a favor de Juana Inés (según su primer biógrafo, el jesuita Diego Calleja).

Establecida sólidamente en la corte, pero limitada al tiempo que durase el mandato de los virreyes y protectores, aún tenía que decidir sobre su vida: imposibilitada para un matrimonio debido a su superioridad intelectual, a los veinte años no le quedaba otro recurso que el convento y así mantener libre el camino para los estudios: que fue su verdadera vocación, no la religión; aún cuando pudo tener sus amores, éstos no la alejaron de su afán primero, vedado a la mujer de aquella época (a menos que fuese monja o virreina). Y aún como religiosa, la posibilidad de estudios y creación era discutible, si tenemos en cuenta las presiones a que se vio sometida hacia el final de su vida.

Habiendo ya profesado en el convento de San Jerónimo, no abandonó su batalla por la libertad de trabajo intelectual, la cual hoy en día según Uribe Rueda, puede ser calificada de feminista (pp128). Desde la clausura conventual, y a fin de mantener abiertos para sí los caminos de la cultura, escribió una célebre carta al obispo de Puebla don Manuel Fernández de Santa Cruz, en la cual pidió que fueran reconocidos a la mujer la misma libertad y demás derechos que los hombres. Así, no solamente demuestra tener orgullo intelectual, sino también de su condición femenina, la cual afirmó muchas veces en sus obras. Tanto así, que siendo acorralada por el arzobispo Aguiar y Seijas, empeñado a hacerla renunciar a los estudios “profanos” que llevaban implícitos las tentaciones del orgullo, pero ella lo mandó al infierno a través de inocentes villancicos [véase Érase una Niña/ como digo a usté]. Y para colmo de audacias, se atreve a censurar a los hombres por los mismos pecados que ellos condenan a las mujeres: es la igualdad de sexos lo que ella proclama no sólo en el derecho al saber, sino en el reino del mal [véase Hombres necios que acusáis/ a la mujer sin razón].

Gracias a esas convicciones y su sagaz instinto cortesano, fue una permanente protegida de la corte mexicana, y también los tenía en Madrid (después de la publicación de su obra “Primero Sueño”), sólo en 1692 vio disminuida esta protección cuando el arzobispo Francisco Aguiar

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