Un Grito Desesperado Carlos Cuauhtémoc Sánchez
Enviado por cookie123 • 26 de Junio de 2013 • Resumen • 48.923 Palabras (196 Páginas) • 555 Visitas
Un Grito Desesperado
Carlos Cuauhtémoc Sánchez
CONTENIDO
Cap. 1 La metamorfosis
Cap. 2 El robo del portafolios
Cap. 3 Documentos excepcionales
Cap. 4 Asalto a la escuela
Cap. 5 Tres pasos para la superación plena
Cap. 6 Alboroto en el aula
Cap. 7 La escala de gente prioritaria
Cap. 8 El sistema emocional
Cap. 9 Abrazo fraternal
Cap. 10 Sólo cinco leyes
Cap. 11 Ley de ejemplaridad
Cap. 12 Ley del amor incondicional
Cap. 13 Ley de las normas de disciplina
Cap. 14 Las normas de la familia Yolza
Cap. 15 Ley de comunicación profunda
Cap. 16 un grito desesperado
Cap. 17 Reencuentro
Cap. 18 Ley del desarrollo espiritual
Cap. 19 Prólogo en el epílogo
Introducción
Con amor incondicional, dedico este libro
a las tres mujeres que me dan la motiva¬ción
para escribir y la inspiración para vivir:
IVOHNE
SHECC1D
SAHIAN
1
LA METAMORFOSIS
Amor:
He dado vueltas en la cama intentando abandonar la vigilia inútilmente. Hace unos minutos salí a rastras de entre las cobijas buscando pluma y papel. Escribirte es el último recurso que me queda en esta fiera lucha por controlar mi torbellino mental.
Ignoro a qué me dedicaré mañana, ni si tú seguirás siendo profesora, ni si tendremos el ánimo para continuar viviendo aquí, ni si alguna vez recuperaré la confianza en la gente como para volver a dar un consejo de amor. Lo único que sé es que mañana, cuando amanezca, no podré volver a ser el mismo...
Ésta es la primera noche que pasamos en casa después de la tragedia. Es el punto final de una historia escrita en tres días de angustia, incertidumbre y llanto.
Sé que tú fuiste la protagonista principal del drama, pero ¿te gustaría saber cómo se vio el espectáculo desde mi bu¬taca?
Estaba impartiendo una conferencia de "relaciones huma¬nas " cuando fui interrumpido por la secretaria.
—Licenciado —profirió antes de que me hubiese acercado lo suficiente a ella como para que los asistentes al curso no escucharan—. ¡Su esposa! ¡Acaban de hablar del Hospital Metropolitano! Tuvo un accidente en el trabajo.
—¿Cómo? —pregunté azorado—. ¿No será una broma?
—No lo creo señor Yolza. Llamó una compañera de ella.
Me dijo que un alumno la atacó y que es urgente que usted
vaya...
Salí de la sala como centella sin despedirme de mis
oyentes.
Subí al automóvil con movimientos torpes e inicié el precipitado viaje hacia el hospital. No vi al taxista con el que estuve a punto de chocar en un crucero, ni al autobús que se detuvo escandalosamente a unos milímetros de mi portezuela cuando efectué una maniobra prohibida.
¿Cómo era posible que un alumno te hubiese atacado? ¿No se suponía que eras profesora en uno de los mejores institu¬tos?
Estacioné el automóvil en doble fila, bajé atolondrada¬mente y corrí hacia la recepción del sanatorio.
Reconocí de inmediato a tres empleadas de tu escuela sentadas en las butacas de espera. Al verme llegar se pusieron de pie.
—Fue un accidente —dijo una de ellas apresuradamente, como para eximir responsabilidades.
—El joven que la golpeó ya fue expulsado —aclaró otra.
—¿La golpeó? ¿En dónde la golpeó?
Las profesoras se quedaron mudas sin atreverse a darme la información completa.
—En el vientre —dijo al fin una que no podía disimular su espanto.
Cerré los ojos tratando de controlar el indecible furor que despertaron en mí esas tres palabras. Por la preocupación que me produjo el hecho de saber que podías estar herida me había olvidado de lo más importante, ¡Dios mío!: ¡que estabas embarazada!
—¿Fue realmente un accidente? —pregunté sintiendo cómo la sangre me cegaba.
—Bueno... sí —titubeó una de tus amigas—. Aunque el muchacho la molestaba desde hace tiempo... De eso apenas nos enteramos hoy.
No quise escuchar más. Me abrí paso bruscamente y fui directo al pabellón de urgencias. A lo lejos vi a tu ginecobstetra.
—¡Doctor! —lo llamé alzando una mano mientras iba a su encuentro—. Espere, por favor... ¿Cómo está mi esposa?
—Delicada —contestó fríamente—. La intervendremos en unos minutos.
—¿Puedo verla?
—No. —Comenzó a alejarse.
—¿Y el niño? ¿Se salvará...?
Movió negativamente la cabeza.
—Lo siento, señor Yolza...
Me quedé helado recargado en la pared del pasillo.
¡Esto no podía estar pasando! ¡No era admisible! ¡No era creíble!
Tu médico te había permitido que trabajaras medio tiempo con la condición de que lo hicieras cuidadosa y tranquila¬mente.
¡Yo mismo lo acepté sabiendo que se trataba de una gestación riesgosa! ¿Pero quién iba a imaginar que un imbé¬cil te golpearía? ¡Y faltando tres meses para el nacimiento!
Eché a caminar por los corredores entrando a zonas res¬tringidas, como un ladrón. Conozco a la perfección el hospital porque en él nacieron nuestros otros dos hijos y yo participé en ambos partos, así que, con la esperanza de verte, me agazapé en un cubo de luz por el que puede vislumbrarse el interior del quirófano. No tuve que esperar mucho tiempo para presenciar cómo te introducían al lugar en una cami¬lla... Fue una escena terrible. Estabas acostada boca arriba con el brazo derecho unido a la cánula del suero y una manguera de oxígeno en tu boca. Parecías muerta. Igual que ese "volumen", antes rebosante de vida, horriblemente estáti-co debajo de la aséptica sábana que te cubría el vientre. Me quedé pasmado, transido de dolor, rígido por la aflicción.
¿Qué te habían hecho? ¿Y por qué? Es verdad que los jóvenes de hoy son impulsivos, inmaduros, inconscientes; que hasta en las mejores escuelas se infiltran cretinos capaces de las peores
...