Hiperrealismo en Amour

Romero Moreno, Nayely

Literatura y otras disciplinas (cine)

Trabajo final

05.11.2018

Hiperrealismo en Amor

El ruido estridente de una puerta que se abre a la fuerza por un grupo de bomberos y policías, y un olor fétido, insoportable. Después de unos créditos sencillos, en fondo negro, sin banda sonora como (casi) toda la película, eso es lo primero que vemos, escuchamos y percibimos en Amour (Austria, Francia, 2012), del director y guionista austriaco, Michael Haneke, quien fue multipremiado con este film. El inicio de la película, desde los primeros segundos, pone las cartas sobre la mesa para aclarar que la historia de amor que refiere el título no es para nada un mundo color de rosa. El desenlace no es ningún misterio y aún así logra ser impactante.

De forma analéptica se narra la conmovedora historia de una pareja de profesores de música clásica jubilados, Georges y Anne, que viven en su hermoso piso parisiense, decorado con muebles antiguos, lleno de libros, discos musicales y, claro, aquello que no podría faltar en la vida de dos músicos: un piano. Su hija, Eva, que también se dedica a la música, vive en Londres con su familia. La pareja de ancianos vive, pues, bastante tranquila y algo solitaria dentro del enorme piso con sus laberintos y sus muchas puertas (consideremos que solo lo habita la pareja). Sin embargo, la paz del hogar se ve turbada cuando Anne sufre un derrame cerebral. Esto pone a prueba lo que alguna vez se prometieron en un pasado glorioso los dos amantes: estar juntos en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separe. Esta es, ciertamente, la prueba final de su amor. Un amor despojado de todo romanticismo, un amor puro, devoto, real, sin ningún adorno.

¿Cómo es posible lidiar con la enfermedad de la persona a quien amas, y verla perderse en el deterioro no solo físico sino intelectual? La vejez, el orgullo, el amor, la enfermedad y el miedo a la muerte. Son temas delicados que fácilmente podrían caer en sentimentalismos melodramáticos, como tantas películas que tratan la enfermedad con demasiados altibajos, hospitales, más enfermos, más drama, con tantas personas involucradas, con lecciones inspiracionales de vida, con milagros inesperados nada realistas y falsas esperanzas insostenibles para cualquier ser humano común en la vida real, fuera de la pantalla. No obstante, Michael Haneke plantea un relato hiperrealista de tan crudo, angustiante, incómodo y mundano, que hace sentir al público sumamente cercano a lo que está viendo en pantalla: podría tratarse de sus padres, de sus abuelos, de sus vecinos o incluso del mismo espectador.

Con las actuaciones de dos leyendas del cine francés, Jean-Louis Trintignant en el papel de Georges y Emmanuelle Riva en el de Anne, se logra un vínculo tan creíble que uno olvida que se encuentra ante un producto ficcional. Además, el reparto también cuenta con Isabelle Huppert, quien ha trabajado anteriormente con Haneke y esta vez personifica a Eva. Esta última, un poco como nosotros (espectadores), irrumpe en la intimidad de la pareja e intenta cambiar el rumbo de las cosas, pero no puede. Es comprensible su preocupación, es su hija, la lógica le dice que su madre debe ser internada en un hospital o en un asilo, pero sus manos están atadas al igual que nosotros lo estamos a nuestros asientos durante la proyección. Eva no parece estar en posición de ayudarles, de vivir con ellos o tomarlos en su propia casa, ni tampoco entiende la forma en la que sus padres manejan la situación que enfrentan. Con Eva se inserta un problema generacional y, al mismo tiempo, es casi la una conexión con el mundo exterior, pues cabe recordar que casi toda la película transcurre dentro del departamento.

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