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Rue Morgue


Enviado por   •  7 de Octubre de 2012  •  13.087 Palabras (53 Páginas)  •  396 Visitas

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LOS CRÍMENES DE LA RUE MORGUE

Edgar Allan Poe

Las condiciones mentales que suelen considerarse como analíticas son, en sí mismas,

poco susceptibles de análisis. Las consideramos tan sólo por sus efectos. De ellas sabemos,

entre otras cosas, que son siempre, para el que las posee, cuando se poseen en grado

extraordinario, una fuente de vivísimos goces. Del mismo modo que el hombre fuerte disfruta con

su habilidad física, deleitándose en ciertos ejercicios que ponen sus músculos en acción, el

analista goza con esa actividad intelectual que se ejerce en el hecho de desentrañar. Consigue

satisfacción hasta de las más triviales ocupaciones que ponen en juego su talento. Se desvive

por los enigmas, acertijos y jeroglíficos, y en cada una de las soluciones muestra un sentido de

agudeza que parece al vulgo una penetración sobrenatural. Los resultados, obtenidos por un

solo espíritu y la esencia del método, adquieren realmente la apariencia total de una intuición.

Esta facultad de resolución está, posiblemente, muy fortalecida por los estudios

matemáticos, y especialmente por esa importantísima rama de ellos que, impropiamente y sólo

teniendo en cuenta sus operaciones previas, ha sido llamada par excellence análisis. Y, no

obstante, calcular no es intrínsecamente analizar. Un jugador de ajedrez, por ejemplo, lleva a

cabo lo uno sin esforzarse en lo otro. De esto se deduce que el juego de ajedrez, en sus efectos

sobre el carácter mental, no está lo suficientemente comprendido. Yo no voy ahora a escribir un

tratado, sino que prologo únicamente un relato muy singular, con observaciones efectuadas a la

ligera. Aprovecharé, por tanto, esta ocasión para asegurar que las facultades más importantes

de la inteligencia reflexiva trabajan con mayor decisión y provecho en el sencillo juego de damas

que en toda esa frivolidad primorosa del ajedrez. En este último, donde las piezas tienen

distintos y bizarres movimientos, con diversos y variables valores, lo que tan sólo es complicado,

se toma equivocadamente —error muy común— por profundo. La atención, aquí, es

poderosamente puesta en juego. Si flaquea un solo instante, se comete un descuido, cuyos

resultados implican pérdida o derrota. Como quiera que los movimientos posibles no son

solamente variados, sino complicados, las posibilidades de estos descuidos se multiplican; de

cada diez casos, nueve triunfa el jugador más capaz de concentración y no el más perspicaz. En

el juego de damas, por el contrario, donde los movimientos son únicos y de muy poca variación,

las posibilidades de descuido son menores, y como la atención queda relativamente distraída,

las ventajas que consigue cada una de las partes se logran por una perspicacia superior. Para

ser menos abstractos supongamos, por ejemplo, un juego de damas cuyas piezas se han

reducido a cuatro reinas y donde no es posible el descuido. Evidentemente, en este caso la

victoria —hallándose los jugadores en igualdad de condiciones— puede decidirse en virtud de un

movimiento recherche resultante de un determinado esfuerzo de la inteligencia. Privado de los

recursos ordinarios, el analista consigue penetrar en el espíritu de su contrario; por tanto, se

identifica con él, y a menudo descubre de una ojeada el único medio —a veces, en realidad,

absurdamente sencillo— que puede inducirle a error o llevarlo a un cálculo equivocado.

Desde hace largo tiempo se conoce el whist por su influencia sobre la facultad

calculadora, y hombres de gran inteligencia han encontrado en él un goce aparentemente

inexplicable, mientras abandonaban el ajedrez como una frivolidad. No hay duda de que no

existe ningún juego semejante que haga trabajar tanto la facultad analítica. El mejor jugador de

ajedrez del mundo sólo puede ser poco más que el mejor jugador de ajedrez; pero la habilidad

en el whist implica ya capacidad para el triunfo en todas las demás importantes empresas en las

que la inteligencia se enfrenta con la inteligencia. Cuando digo habilidad, me refiero a esa

perfección en el juego que lleva consigo una comprensión de todas las fuentes de donde se

deriva una legítima ventaja. Estas fuentes no sólo son diversas, sino también multiformes. Se

hallan frecuentemente en lo más recóndito del pensamiento, y son por entero inaccesibles para

las inteligencias ordinarias. Observar atentamente es recordar distintamente. Y desde este punto

de vista, el jugador de ajedrez capaz de intensa concentración jugará muy bien al whist, puesto

que las reglas de Hoyle, basadas en el puro mecanismo del juego, son suficientes y, por lo

general, comprensibles. Por esto, el poseer una buena memoria y jugar de acuerdo con «el

libro» son, por lo común, puntos considerados como la suma total del jugar excelentemente.

Pero en los casos que se hallan fuera de los límites de la pura regla es donde se evidencia el

talento del analista. En silencio, realiza una porción de observaciones y deducciones.

Posiblemente, sus compañeros harán otro tanto, y la diferencia en la extensión de la información

obtenido no se basará tanto en la validez de la deducción como en la calidad de la observación.

Lo importante es saber lo que debe ser observado. Nuestro jugador no se reduce únicamente al

juego, y aunque éste sea el objeto de su atención, habrá de prescindir de determinadas

deducciones originadas al considerar objetos extraños al juego. Examina la fisonomía de su

compañero, y la compara cuidadosamente con la de cada uno de sus contrarios. Se fija en el

modo de distribuir las cartas a cada mano, con frecuencia calculando triunfo por triunfo y tanto

por tanto observando las miradas de los jugadores a su juego. Se da cuenta de cada una de las

variaciones de los rostros a medida que avanza el juego, recogiendo gran número de ideas por

las diferencias que observa en las distintas expresiones de seguridad, sorpresa, triunfo o

desagrado. En la manera de recoger una baza juzga si la misma persona podrá hacer la que

sigue. Reconoce la carta jugada en el ademán con que se deja sobre la mesa. Una palabra

casual o involuntaria; la forma accidental con que cae o se vuelve una carta, con la ansiedad o la

indiferencia que acompañan la acción de evitar que sea vista; la cuenta de las bazas y el orden

de su colocación; la perplejidad, la duda, el entusiasmo

...

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