Arreola Juan Jose - Confabulario Definitivo.
Enviado por shaoran007 • 6 de Mayo de 2016 • Resumen • 67.281 Palabras (270 Páginas) • 335 Visitas
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«Confabulario» es, sin lugar a dudas, el libro más representativo de Juan José Arreola (Zapotlán, 1918-Jalisco, 2001), autor al que se considera, junto a Rulfo, como uno de los puntales de la literatura mejicana. La aparición, en 1952, de «Confabulario», título que Arreola utilizó para sucesivas recopilaciones de relatos, significó la consagración de su autor. La presente edición recoge el estado final, definitivo, de una obra que es clara muestra del original estilo y talento del escritor.
Juan José Arreola
Confabulario definitivo
Juan José Arreola, 1997
Edición: Carmen de Mora
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Introducción
El nombre de Arreola suele ir emparejado en México con el de Juan Rulfo, quien, sin embargo, cuenta con una mayor aprobación por parte de la crítica. El tándem Rulfo-Arreola tiene mucho que ver con la coincidencia entre su aparición y el auge literario de México, y con la circunstancia de que un grupo de amigos propicia el prestigio de su producción. Ambos se aproximan, además, por la voluntaria marginalidad con que han tratado de preservar su obra del mercado literario. Arreola no disimula la incomodidad ante el hecho de haberse beneficiado de la literatura, aun indirectamente, porque siente que se contamina un quehacer completamente auténtico y discreto, al hacerse público.
Nació en Zapotlán (hoy Ciudad Guzmán), tierra volcánica que dio nombres ilustres de la pintura y literatura: José Clemente Orozco, Mariano Azuela, Agustín Yáñez y Juan Rulfo, entre otros, el 21 de septiembre de 1918.
En los escasos y dispersos detalles que Arreola ha divulgado de su biografía se reconoce neurótico y autodidacta, condición que propició, ya en su niñez, la lectura de Baudelaire, Whitman y de los que considera maestros de su estilo, Papini y Marcel Schwob.
Publica los primeros cuentos en las revistas Eos y Pan de Guadalajara, donde colaboraban también Rulfo y Antonio Alatorre, y en los periódicos El Occidental y El Vigía. En este último apareció, en 1937, El bardó, considerado su primer cuento. A los quince años empieza las incursiones por territorio mexicano; en primer lugar, a Guadalajara, donde permanece dos años, y luego a México. La salida física es asimismo una aventura espiritual. En los tres años de permanencia en México tuvo oportunidad de contactar con los dos grupos que renovaron la literatura mexicana y le dieron proyección universal: «Contemporáneos» y «Taller». Con Xavier Villaurrutia y Rodolfo Usigli estudió teatro, una vocación que le deparó grandes satisfacciones. «Metido en el teatro hasta el cuello» escribe tres breves farsas: La sombra de la sombra, Rojo y negro, de filiación stendhaliana, y Tierra de Dios.
Años más tarde regresa a su pueblo y se gana la vida en la enseñanza; conoce a Louis Jouvet, a su paso por Guadalajara, quien lo llevó a París en 1945. Gracias a este apoyo pudo desarrollar toda la potencialidad creadora que hasta entonces apenas despuntaba en él: «Mi vida está dividida en antes del viaje y después del viaje» —confiesa. Cuando regresa a México, tras haber debutado en el escenario de la Comedia Francesa, ya era profeta en su tierra. A través de Antonio Alatorre se introduce en el Fondo de Cultura Económica como autor de solapas, y tuvo la inmensa fortuna de encontrar la protección de Alfonso Reyes: él le proporcionó una beca del Colegio de México con la que publicó su primer libro de cuentos, Varia Invención, en 1949. Este hombre, de estatura pequeña, ágil y nervioso, de mirada vivísima y cuerpo de bailarín, que desde 1930 había ejercido toda clase de oficios, desde vendedor ambulante hasta mozo de cuerda, cajero de banco y panadero, se define por fin en su única y verdadera vocación. Varia Invención es el primer libro de una serie más corta de lo que desearían sus lectores pero no insuficiente para aquilatar su talento. Él mismo ha dicho que su obra es escasa porque siempre la está podando: «prefiero los gérmenes a los desarrollos voluminosos». La publicación de Confabulario (1952) lo consagra definitivamente. Que es el libro más personal e íntimo del escritor se deduce de su propensión a dar ese mismo título a sucesivas recopilaciones de cuentos; así publica el Confabulario total (1962), colección que reúne, además de los libros citados, el Bestiario (1958) y algunas piezas nuevas, y el nuevo Confabulario (1966) que incluye una sección nueva de textos breves titulados «Cantos de mal dolor (1965-1966).» En el prólogo a la edición definitiva de sus obras completas reconoce que Varia Invención, Confabulario y Bestiario se contaminaron entre sí, a partir de 1949. De ahí la decisión de devolverle a cada libro lo suyo en dicha edición de Joaquin Mortiz (1971).
En 1954 dirige la colección «Los Presentes» destinada a difundir las obras de los escritores jóvenes; en ella se dieron a conocer autores de la talla de Carlos Fuentes y José Emilio Pacheco.
Si Arreola ha sido considerado un escritor intelectualizado, de relatos preferentemente fantásticos, a despecho de otra vertiente más bien ligada a la vida rural, su primera y única novela, La Feria (1964), supone el intento de calar en la corriente indigenista tradicional en la novelística mexicana desde la Revolución. La originalidad de La Feria —que no la novedad— radica en la técnica narrativa. Estructurada mediante un contrapunto de voces, apenas deja un mínimo espacio para el narrador. Son los personajes los que hablan. Las voces se van contraponiendo unas a otras en forma de variaciones, y la colectividad indígena soporta una parte considerable de este edificio musical. El interés de la novela en el tratamiento del mundo indio resulta de su literaturización; cómo la voz popular se articula en la obra ya sea individualmente, a través de la figura patriarcal de Juan Tepano, o en un coro innominado de voces a semejanza de las tragedias griegas. El Arreola de La Feria no es exclusivamente el escritor que toma distancia mediante la alquimia verbal y la ironía para crear un clima de «confabulación» con el lector. Decir que la novela se refiere a su pueblo natal es tanto como afirmar su carácter autobiográfico dentro de la ficción. Sin contarnos su vida, quiere descubrirse a sí mismo, y en esa búsqueda la realidad de Zapotlán o de Ciudad Guzmán lo tienta, porque —como ha dicho Paz— «el hombre nunca es él enteramente, siempre inacabado, sólo se completa cuando sale de sí mismo y se inventa».
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