Ensayo Economia
Enviado por camimarce • 9 de Octubre de 2014 • 1.285 Palabras (6 Páginas) • 281 Visitas
LA "BONANZA" CAFETERA: OTRA RIQUEZA ARREBATADA AL PUEBLO
Abriendo trochas a través de las cordilleras, tumbando monte y sembrando las vertientes más empinadas, el pueblo construyó las zonas cafeteras de 16 departamentos, y desde hace siglo y medio planta, abona y desyerba los cafetos, recoge y beneficia el grano. Hacia 1830 Colombia empezó a exportar café y al final del siglo XIX, cuando hicieron crisis el tabaco, el añil y la quina, hasta entonces productos básicos de su comercio exterior, las laderas de Los Andes se cubrieron de cafetales que, gracias al empeño de miles de labriegos, climas propicios y abundantes tierras aptas, produjeron frutos de óptima calidad en cantidades crecientes. Al iniciarse el siglo XX cae Colombia en garras del capital monopolista norteamericano y la economía nacional empieza a depender de los precios inestables del café, manipulados por los grandes pulpos compradores en la Bolsa de New York. Ya en 1919 la rubiácea constituyó el 68% de las exportaciones colombianas y desde 1942 no ha bajado sino esporádicamente del 50%. A lo largo de este siglo, en la medida en que se elevan sus precios y aumenta su consumo, los monopolios imperialistas acaparan progresivamente este producto del trabajo popular, mediante unos cuantos terratenientes e intermediarios organizados en Federación Nacional de Cafeteros y un pequeño grupo de grandes firmas exportadoras.
“Boleando azadón y esperando a ver si mañana ...”
Al constituirse el café en nuestro producto principal, campesinos de toda la Región Andina acometieron, a golpe de hacha y machete, el desmonte de las vertientes de las tres cordilleras. Miles de familias antioqueñas colonizaron selvas, abrieron caminos y fundaron ciudades en las tierras baldías que hoy ocupan los departamentos de Caldas, Quindío y Risaralda, y en ellas conformaron la zona cafetera más importantes de Colombia.
De la compleja serie de ocupaciones que genera el cultivo, la más dura es la del jornalero, quien desempeña con sus manos todas las labores que requiere el cafeto. En épocas de cosecha, hombres procedentes de todo el país se concentran en las galerías de pueblos y ciudades cafeteras, a donde el domingo irá a buscarlos principalmente el contratista de las grandes haciendas, pero también el propietario de la pequeña finca, que alcanza a responder por la mísera paga. Durmiendo en el suelo de los galpones, a veces sobre los mismos costales que les dan para empacar el grano, alimentándose con agua de panela y sancocho de plátano que les descuentan del jornal y trabajando “de seis a seis con media hora para almorzar”, pasan su vida desde la edad en que ya pueden arrancar las pepas rojas del arbusto. Toda la familia ha de ganarse el pan: mujeres, viejos, muchachos de 12 años que no han hecho nada diferente desde que el cafetal da la comida de sus padres. Así pasa el tiempo, “boleando azadón y esperando a ver si mañana...”, como lo expresaba un labriego de Calarcá.
Les pagan a destajo y de la intensidad con que trabajan en el día depende que puedan o no prolongar su precaria existencia. Al final de la tarde entregan en el beneficiadero el café recogido y después de varias horas de cola, que los retienen a veces hasta media noche, les van anotando lo recolectado. A través de los años, cosecha tras cosecha, los trabajadores se organizan y condicionan la cogida del grano a un alza de salarios, desafiando intervenciones del ejército, amenazas y coacciones de toda clase. Sólo así han logrado incrementar sus menguados ingresos. Para la cosecha de 1974, los jornaleros de Gigante, Huila, paralizaron la recolección hasta conseguir un aumento de $13 a $14 por arroba, y en febrero de 1977, de $14 a $18. En 1973, en Chinchiná y Manizales, entraron en paro, realizaron concentraciones en las galerías y mítines en los cafetales. A pesar de que los dirigentes
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