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Experiencia Estética A Partir De Un Suceso De La Vida Cotidiana Por Una Serie De Sucesos Desafortunados, Tuve Que Asumir La Representación Vicaria De Otra Representación Vicaria: Los Padrinos. Mis Padres, Entre Sus Varios Ahijados, Se Vieron Sobrepasa


Enviado por   •  17 de Junio de 2014  •  567 Palabras (3 Páginas)  •  490 Visitas

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Experiencia estética a partir de un suceso de la vida cotidiana

Por una serie de sucesos desafortunados, tuve que asumir la representación vicaria de otra representación vicaria: los padrinos. Mis padres, entre sus varios ahijados, se vieron sobrepasados de eventos de fin de año, y con la excusa barata de “pero si a ti te encanta el teatro” tuve que asistir en representación suya al show de fin de año (navideño por lo demás…) en que participaba uno de sus ahijados. Pero lo asumí con buen humor.

Bien, todo parecía ser una típica representación de fin de año, un escenario multiuso que en esta ocasión constituía el espacio escénico de sorprendente complejidad: aparataje de luces, un piano medio fondeado a la derecha, varios parlantes, algunos micrófonos pseudo ocultos, pero que pendían desde la estructura de luces y, por supuesto, un decorado ad hoc hecho a través de la selección de los grandes éxitos en la clase de arte y manualidades. Genial.

Comenzó la función. Se desplegó un musical, donde los niños cantaban al son del piano (que era tocado por una muy entusiasta profesora de música) y se movían por el espacio encarnando animales, pastores, duendes y toda esa bizarra fauna que gira en torno a la navidad, oscilando entre lo sagrado y lo profano.

Bueno, yendo al grano, sucedió que hacia el final, el momento cúlmine del pesebre, optaron por entrar en otro lenguaje, cerrar el piano y poner música envasada, para la apoteosis final. La música era aquel clásico villancico “noche de paz” pero medio orquestado y cantado por un coro maduro. Sucedió que lo que comenzó a sonar no fue meramente la canción, sino que sobre o junto a ella, los parlantes- saturados de vibración- rasgaban la melodía e imponían, especialmente cuando las alturas se disparaban tanto hacia los agudos como los bajos, ese ruido amorfo y tosco de estática. Obviamente, el público solidarizó con la causa y cada cual intentaba obviar la falla técnica y desplazarla a un segundo plano. Yo, intuitivamente, también intenté realizar ese ejercicio mental/perceptual. Sin embargo, llegó un punto en que me di cuenta de que me estaba esforzando por “desoír” algo evidente. Entonces opté por dejar de luchar y enfrentarme al fenómeno acústico tal cual se me presentaba: un contrapunto entre una canción melosa, ultra manoseada por la sobreexplotación, y ruidos que evidenciaban su reproducción a través de medios técnicos mal calibrados o en franca decadencia. Melodía y ruido, en contrapunto. La primera luchando por transportar a los oyentes a una arrealidad mágica, sagrada y con todas las connotaciones culturales que posee; mientras la otra emergía como un verdadero eructo de lo desagradable, de lo desencajado, del caos. Me fasciné al entrar en contacto con esa verdad humana que se intenta ocultar: el descontrol, lo que irrumpe, lo que nunca está completamente

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