Licenciatura en Relaciones Laborales

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Britez Arruti Maria Laura

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Licenciatura en Relaciones Laborales

Una acción que me resulta impensable hoy en día, pero tal vez en un futuro puede ser que no lo sea, es la elección de muerte, decidir cuándo dejaremos de existir, partiendo de la idea que no elegimos nacer, no decidimos venir al mundo y si no nos gusta lo que encontramos nos podríamos ir de él, ¿no? La libertad en su máxima expresión.  

De pronto un día en el congreso de la nación se sanciona una ley que avale la eutanasia voluntaria, no necesariamente por estar padeciendo una enfermedad terminal, sino por mera decisión propia.

El individuo, adulto, puede asistir a una clínica donde se le provoque la muerte cuando él quiera, sin penalidad, sin que sea ilegal. El primer paso sería solicitar una consulta con el médico y un psicólogo, evaluar la condición de esa persona, tratar de persuadirlo de su decisión ofreciendo contención terapéutica, si el paciente acepta, tal vez el procedimiento no se lleva a cabo, o demora un tiempo más.

Si el paciente insiste en avanzar con el proceso, este tiene un costo elevado como en toda sociedad capitalista, y la única condición obligatoria es donar sus órganos, porque donde se acaba una vida, empieza otra.

 Se podrá programar el día y horario, si decide tener acompañantes o no. Sabiendo la fecha el paciente puede dejar sus “cosas en orden”, herencias si las hubiera, destinar su tiempo a pasar con quienes desee o hacer lo que desee, decir todas aquellas cosas que no dijo, despedirse de quienes quiera, organizar su funeral.

La clínica además se encarga de cremar el cuerpo, los entierros ya no son una opción, y entregarlo a quien fuera designado.

¿Qué tan antinatural es decidir nuestra propia muerte?

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