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Descripcion general de la psicopatia.


Enviado por   •  28 de Abril de 2016  •  Ensayo  •  2.273 Palabras (10 Páginas)  •  288 Visitas

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Descripción general de la psicopatía

Retrocedemos  en el tiempo, hasta la prehistoria y los dictados sombríos y espectrales de la evolución humana y observaremos numerosas teorías de cómo pudo desarrollarse por primera vez la psicopatía, y nos ocuparemos de todas ellas un poco más adelante. Pero una cuestión general en el gran esquema etiológico de las cosas es desde qué perspectiva ontológica deberíamos contemplarlo en realidad: ¿desde un punto de vista clínico, como trastorno de la personalidad? ¿O desde un punto de vista de la teoría del juego, como apuesta biológica legítima: una estrategia de la historia vital, que confería significativas ventajas reproductivas en el entorno primigenio, ancestral? Kent Bailey, profesor emérito de psicología clínica en la Universidad Commonwealth de Virginia, argumenta en favor de esta última, y adelanta la teoría de que la violenta competencia entre grupos ancestrales próximos y dentro de ellos fue el precursor evolutivo primario de la psicopatía (o tal y como él lo expresa, el «guerrero halcón»). «Se requería cierto grado de violencia de predatoria», indica Bailey, «para el proceso de buscar y matar a la hora de cazar grandes animales», y un contingente de élite de «guerreros halcones» presumiblemente habría resultado muy útil no solo como medio de rastrear y matar la pieza, sino también como defensa ya preparada para repeler intrusiones no deseadas de contingentes similares de otros grupos vecinos. El problema, claro está, es qué demonios hacer con ellos en tiempos de paz. Robin Dunbar, profesor de psicología y antropología de la evolución de la Universidad de Oxford, apoya las afirmaciones de Bailey. Volviendo al tiempo de los escandinavos antiguos, entre los siglos ix y xi, Dunbar cita a los «berserkers» como buen ejemplo, esos guerreros vikingos tan celebrados que, como atestiguan sagas, poemas y registros históricos, parece que luchaban inmersos en una furia brutal, como un trance. Pero ahondando un poco más en la literatura, emerge una imagen mucho más siniestra: una élite peligrosa que podía volverse contra los miembros de la comunidad a la que se les había encargado proteger, cometiendo salvajes actos de violencia contra sus campesinos. Aquí, propone Meloy, se encuentra la solución al misterio, a los pelos que se ponen de punta y al pensamiento evolutivo a largo plazo detrás del «radar psicopático» que mora en nosotros. Porque, como argumenta Kent Bailey, si tales individuos predadores y ancestrales eran en realidad psicopátas, resultaría, por lo que sabemos de la selección natural, que no era una calle de una sola dirección. Los miembros más pacíficos de la comunidad inmediata y más amplia con toda probabilidad habrían desarrollado un mecanismo, tecnología neural encubierta de vigilancia, para identificar y señalar el peligro cuando entrase en su espacio cognitivo... un sistema de advertencia temprano y clandestino que podía permitirles retirarse. Por supuesto que en los días de penumbra de nuestros antepasados existían cazadores despiadados y sin remordimientos que llevaban a cabo brutalmente en la oscuridad sus artes predatorias, eso es algo que está fuera de duda. Pero que tales cazadores, con su capacidad de anticiparse a la naturaleza, eran psicópatas tal y como los conocemos hoy en día es algo un poco más abierto a interrogaciones. El obstáculo, diagnósticamente, es la empatía. En tiempos ancestrales, los cazadores más prolíficos y efectivos no eran, como se podría esperar, los más sedientos de sangre e incansables. Por el contrario, eran los más fríos y empáticos. Eran aquellos capaces de asimilar la forma de pensar de su presa, meterse en su piel y por tanto predecir de una manera fiable sus trayectorias de evasión diestras e innatas: sus rutas y maquinaciones de huida. Para comprender por qué, solo hay que observar a un bebé aprendiendo a andar. El desarrollo gradual de la locomoción erguida, de una postura cada vez más bípeda, anunciaba y facilitaba al mismo tiempo una nueva era para la compra de comestibles de los homínidos tempranos. La postura vertical prefiguraba una movilidad más aerodinámica y eficiente, permitiendo a nuestros antepasados en la sabana africana recolectar y cazar durante unos periodos considerablemente más largos de los que habría permitido la locomoción cuadrúpeda. Pero la «caza de persistencia», como se conoce en antropología, tiene también sus problemas. Los ñus y los antílopes pueden superar en velocidad fácilmente a un humano. Pueden desaparecer más allá del horizonte. Si se puede predecir con precisión dónde se acabarán parando, ya sea buscando pistas que han dejado atrás en su huida, o bien leyendo sus pensamientos, o ambas cosas, aumentan las posibilidades de supervivencia. De modo que si los depredadores mostraban empatía, y en algunos casos incluso una empatía reforzada, ¿cómo podían ser psicópatas? Si hay algo en lo que coincide la mayoría de la gente es en que los psicópatas exhiben una marcada ausencia de sentimientos, una singular carencia de comprensión de los demás. ¿Cómo cuadrar el círculo? La neurociencia cognitiva viene a asistirnos. Con un poco de ayuda de una cierta filosofía moral malévola.

Dilemas morales de la conducta psicopática  

Joshua Greene, psicólogo de la Universidad de Harvard, pasó los últimos años observando cómo descifraban los psicó- patas los dilemas morales, cómo respondían sus cerebros dentro de las diferentes cámaras de descompresión éticas. Dio con algo interesante. Lejos de ser uniforme, la empatía es esquizofrénica. Hay dos variedades distintas: caliente y fría. Consideremos, por ejemplo, el siguiente acertijo (caso 1), propuesto en primer lugar por la filósofa Philippa Foot: Un vagón de ferrocarril corre por unas vías. En su camino se encuentran cinco personas atrapadas, que no pueden escapar. Afortunadamente, usted puede darle a un interruptor que desviará el vagón a una vía muerta, apartando así el vagón de las cinco personas... pero con un precio. Hay otra persona atrapada también en ese desvío, y el vagón matará a esa persona. ¿Debería usted darle al interruptor? La mayoría de nosotros experimenta pocas dificultades a la hora de decidir qué hacer en esa situación. Aunque la perspec-tiva de darle al interruptor no es agradable, la opción utilitaria (matar solo a una persona en lugar de cinco) representa «la opción menos mala». ¿No? Ahora consideremos la siguiente variante (caso 2), propuesta por la filósofa Judith Jarvis Thomson:11 Como antes, un vagón de ferrocarril va descontrolado por una vía hacia cinco personas. Pero esta vez, usted se encuentra de pie detrás de un desconocido muy corpulento en una pasarela peatonal por encima de las vías. La única forma de salvar a las cinco personas es arrojar al desconocido a las vías. Éste morirá al caer, desde luego. Pero su corpulencia considerable bloqueará el vagón, salvando así cinco vidas. ¿Debería usted empujarle? Aquí podríamos decir que nos encontramos ante un dilema «real». Aunque el recuento de vidas es exactamente el mismo que en el primer ejemplo (cinco a una), jugar de esta manera nos pone un poco más cautos y nerviosos. ¿Por qué? Joshua Greene cree que tiene la respuesta. Lo que pasa es que afecta a regiones distintas del cerebro. El caso 1, afirma, es lo que podríamos llamar un dilema moral «impersonal». Se aloja en esas zonas del cerebro, el córtex prefrontal y el córtex parietal posterior (en particular el córtex paracingulado anterior, el polo temporal y el surco temporal superior), principalmente implicados en nuestra experiencia objetiva de la empatía «fría»: el razonamiento y el pensamiento racional. El caso 2, por otra parte, es lo que podríamos llamar un dilema moral «personal», y llama a la puerta del centro de emociones del cerebro, conocido como amígdala: el circuito de la empatía «caliente». Como la mayoría de los miembros normales de la población, los psicópatas no tienen demasiado problema a la hora de resolver el dilema presentado en el caso 1. Dan al interruptor y el tren se desvía, matando a una sola persona en lugar de matar a cinco. Sin embargo (y aquí es donde la cosa se pone interesante), a diferencia de la gente normal tampoco tendrían demasiados problemas en el caso 2. Los psicópatas se quedarían muy tranquilos empujando al tipo gordo a las vías sin pestañear, si no queda más remedio.

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