Acerca De La Causalidad Psiquica
Enviado por silviarosato • 26 de Octubre de 2013 • 15.755 Palabras (64 Páginas) • 419 Visitas
Acerca de la causalidad psíquica
Estas líneas fueron pronunciadas el 28 de septiembre de 1946, como contribución a las Jornadas psiquiátricas de Bonneval. Henri Ey había puesto en el orden del día de estas conversaciones el tema de "la psicogénesis". El conjunto de las ponencias y de la discusión fue publicado en un volumen titulado: El problema de la psicogénesis de las neurosis y de las psicosis, editado por Desclée de Brouwer. El siguiente relato abrió la reunión.
Crítica de una teoría organicista de la locura:
el órgano-dinamismo de Henri Ey.
Invitado por nuestro anfitrión, hace ya tres años, a explicarme ante ustedes sobre la causalidad psíquica, se me ha puesto en una doble situación. Me he visto llamado a formular una posición radical del problema: la que se supone que es la mía, y que en efecto lo es. Y debo hacerlo en una discusión que ha llegado a un grado de elaboración al que no he concurrido. Pienso responder apuntando directamente a ambos aspectos, sin que nadie pueda exigirme ser completo.
Durante varios años me he apartado de todo propósito de expresarme. La humillación de nuestro tiempo, bajo los enemigos del género humano, me alejaba de ello, y después de Fontenelle me he abandonado a la fantasía de tener los puños llenos de verdades para cerrarlos mejor sobre ellos. Confieso esta ridiculez porque marca los límites de un ser en el momento en que éste va a dar testimonio. ¿Habría que denunciar en ello algún desfallecimiento ante lo que de nosotros exige el movimiento del mundo, si nuevamente se me ha ofrecido la palabra en el momento mismo en que se revela hasta para los menos clarividentes que una vez más la infatuación del poder no ha hecho mas que servir a la astucia de la Razón? Júzguese con toda libertad cuanto puede sufrir mi búsqueda.
Por lo menos, no he pensado en faltar a las exigencias de la verdad, alegrándome de que se pueda defender aquí a ésta en las formas corteses de un torneo del habla.
Por eso he de inclinarme primeramente ante un esfuerzo de pensamiento y enseñanza que representa el honor de una vida y el fundamento de una obra, Y si le recuerdo a nuestro amigo Henri Ey que debido a nuestras primeras defensas teóricas hubimos de entrar por el mismo lado en la liza, no lo hago tan sólo para asombrarme de que hoy nos hallemos en tan opuestos puntos.
A decir verdad, desde la publicación, en L'Encéphale de 1936, de su hermoso trabajo, realizado en colaboración con Julíen Rouart, "Ensayo de aplicación de los principios de Jackson a una concepción dinámica de la neuropsiquiatria", venia yo comprobando -mi ejemplar muestra huellas de lo que digo- todo cuanto lo acercaba y debía acercarlo cada vez mas a una doctrina de la perturbación mental que considero incompleta y falsa y que se designa a sí misma en psiquiatría con el nombre de organicismo.
Rigurosamente, el órgano-dinamismo de Henri Ey se incluye con toda validez en ésta doctrina por el mero hecho de no poder relacionar la génesis de la perturbación mental en su condición de tal, ya sea funcional o lesional en su naturaleza, global o parcial en su manifestación y tan dinámica como se la supone en su resorte, con otra cosa que no sea el juego de los aparatos constituidos en la extensión interior del tegumento del cuerpo. El punto crucial es, desde mi punto de vista, que ese juego, por muy energético e integrante que se lo conciba, descansa siempre, en último análisis, en una interacción molecular dentro del modo de la extensión partes extra partes en que se construye la física clásica, quiero decir, dentro de ese modo que permite expresar esta interacción en la forma de una relación entre función y variable, que es lo que constituye su determinismo.
El organicismo va enriqueciéndose desde las concepciones mecanicistas hasta las dinamistas y hasta, incluso, las guestaltistas, y la concepción tomada de Jackson por Henri Ey se presta, desde luego, a ese enriquecimiento, al que su discusión misma ha contribuido: no sale de los límites que acabo de definir, y esto es lo que, desde mi punto de vista, vuelve desdeñable su diferencia con la posición de mi maestro Clérambault o la de Guiraud, habiéndose ya precisado que la posición de estos dos autores ha revelado un valor psiquiátrico que me parece el menos desdeñable, y ya veremos en qué sentido.
De todas maneras, Henri Ey no puede renegar del marco en que lo encierro. Basado en una referencia cartesiana, a la que ciertamente ha reconocido y cuyo sentido le ruego captar bien, este marco no designa otra cosa que el hecho de recurrir a la evidencia de la realidad física, tan válida para éI como para todos nosotros desde que Descartes la basó sobre la noción de extensión. En términos de Henri Ey, las "funciones energéticas" no entran menos en ese marco que las "funciones instrumentales", puesto que escribe "que hay no solo posibilidad, sino también necesidad de indagar las condiciones químicas, anatómicas, etc." del proceso cerebral generador, específico de la enfermedad mental, o incluso "las lesiones que debilitan los procesos energéticos, necesarios para el despliegue de las funciones psíquicas".
Ello cae, por lo demás, de su propio peso, y no hago más que indicar de un modo eliminar la frontera que, a mi entender, pone entre nosotros.
Dicho lo cual, voy ante todo a aplicarme a una crítica del órgano-dinamismo de Henri Ey, no para decir que su concepción no se pueda sostener, cosa suficientemente desmentida aquí por la presencia de todos nosotros, sino para demostrar, en la explicitación auténtica que debe tanto al rigor intelectual de su autor como a la calidad dialéctica de estos debates, que no tiene los caracteres de la verdadera idea.
Tal vez sorprenda que pase yo por encima del tabú filosófico que afecta a la noción de lo verdadero en la epistemología científica desde que allí se difundieron las tesis especulativas llamadas pragmatistas. Hemos de ver que la cuestión de la verdad condiciona en su esencia al fenómeno de la locura y que, de querer soslayarlo, se castra a este fenómeno de la significación, con cuyo auxilio pienso mostrar que aquél tiene que ver con el ser mismo del hombre.
Para el uso crítico que haré luego de él, enseguida permaneceré cerca de Descartes, al plantear la noción de lo verdadero, con la célebre forma que le ha dado Spinoza: ldeo vera debet cum suo ideoto convenire. Una idea verdadera debe (el acento cae sobre esta palabra, que tiene el sentido de "es su necesidad, propia"), estar de acuerdo con lo que es ideado por ella.
La doctrina de Henri Ey proporciona la prueba de lo contrario, en el sentido de que, a medida que se desarrolla, presenta una creciente contradicción con
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