Algunas Consecuencias Psíquicas De La Diferencia Sexual Anatómica
Enviado por urdyanira • 25 de Noviembre de 2012 • 3.890 Palabras (16 Páginas) • 616 Visitas
En mis propios escritos y en los de mis discípulos destacase cada vez más la necesidad de impulsar los análisis de los neuróticos hasta penetrar en el más remoto período de su infancia en la época del primer florecimiento de la vida sexual. Únicamente la exploración de las primeras manifestaciones de la constitución instintual innata en el individuo, así como de los efectos que despiertan sus primeras vivencias, permite apreciar correctamente los dinamismos que han motivado su neurosis ulterior, salvaguardándonos al mismo tiempo contra los errores en que podrían inducirnos los remodelamientos y las superposiciones de la madurez. La importancia de esta condición no es sólo teórica, sino también práctica, pues distingue nuestros esfuerzos de la labor de aquellos médicos que, guiados por una orientación exclusivamente terapéutica, aplican también los métodos analíticos, pero sólo hasta cierto punto. Tal análisis de la más temprana edad es arduo y laborioso, planteando demandas, tanto al médico como al paciente, cuyo cumplimiento no es siempre facilitado por la práctica. Además conduce hacia regiones tenebrosas en las que carecemos todavía de jalones señaladores, al punto que, según creo, los analistas pueden contar con la certeza de que, por lo menos durante las próximas décadas, su labor científica no correrá peligro de mecanizarse ni de perder así parte de su interés.
Me propongo exponer en las páginas siguientes ciertos resultados de la investigación psicoanalítica que tendrían suma importancia si se pudiese demostrar su vigencia general. Siendo así, ¿por qué no pospongo su publicación hasta que una experiencia más copiosa me haya suministrado esa prueba necesaria, si es que ella es alcanzable? Simplemente porque las condiciones en las cuales se desenvuelve mi labor han experimentado una modificación, cuyas implicaciones no puedo seguir ocultando. Tiempo atrás, yo no era de aquellos que se sienten incapaces de retener para sí un supuesto descubrimiento hasta haber llegado a confirmarlo o a corregirlo. Así, mi Interpretación de los sueños (1900) y mi Análisis fragmentario de una histeria (el caso de Dora) (1905) fueron mantenidos por mí en secreto, si bien no durante los nueve años aconsejados por Horacio, por lo menos durante cuatro o cinco, hasta que por fin los entregué al público. En aquellos días, empero, el tiempo se extendía sin límites ante mí -oceans of time, como ha dicho un amable poeta-, y el material de observación acudía a mí con riqueza tal que me era difícil rehuir el impacto de las nuevas experiencias. Además, yo era entonces el único laborador en un terreno virgen, de modo que mi reticencia no significaba ningún riesgo para mí ni perjuicio alguno para los demás.
Todo eso ha cambiado ahora. El tiempo que me queda es limitado y ya no se halla totalmente ocupado por el trabajo, de modo que las oportunidades de efectuar nuevas observaciones no son ya tan numerosas. Cuando creo advertir algo nuevo no tengo la certeza de poder aguardar su confirmación. Por otra parte, cuando flotaba en la superficie ya ha sido decantado, y lo que resta ha de ser laboriosamente recogido buceando en las profundidades. Por fin ya no estoy solo: una pléyade de afanosos colaboradores está dispuesta a aprovechar aun lo inconcluso y lo dudoso, de modo que bien puedo cederles una parte de la labor que en otras circunstancias habría concluido yo mismo. Así, me siento justificado en esta ocasión al comunicar algo qué requiere urgente verificación, antes de que sea posible decidir respecto de su valor o su insignificancia.
Cuando estudiamos las primeras conformaciones psíquicas que la vida sexual adopta en el niño, siempre hemos tomado al del sexo masculino, al pequeño varón, como objeto de nuestras investigaciones. Suponíamos que en la niña las cosas debían ser análogas, aunque admitíamos que de una u otra manera debían ser también un tanto distintas. No alcanzábamos a establecer en qué punto del desarrollo radicaría dicha diferencia.
La situación del complejo de Edipo es en el varón la primera etapa que se puede reconocer con seguridad. Es fácil comprenderla porque el niño retiene en dicha fase el mismo objeto que ya catectizó con su libido aún pregenital en el curso del período precedente de la lactancia y la crianza. También el hecho de que en dicha situación perciba el padre como un molesto rival a quien quisiera eliminar y sustituir es una consecuencia directa de las circunstancias reales. En otra ocasión ya he señalado que la actitud edípica del varón forma parte de la fase fálica y sucumbe ante la angustia de castración, es decir, ante el interés narcisisto por los propios genitales. La comprensión de estas condiciones es dificultada por la complicación de que aun en el niño varón el complejo de Edipo está dispuesto en doble sentido, activo y pasivo, de acuerdo con la disposición bisexual: el varón quiere sustituir también a la madre como objeto amoroso del padre, hecho que calificamos de actitud femenina.
En cuanto a la prehistoria del complejo de Edipo en el varón, estamos todavía muy lejos de haber alcanzado una total claridad. Sabemos que dicho período incluye una identificación de índole cariñosa con el padre, identificación que aún se halla libre de todo matiz de rivalidad con respecto a la madre. Otro elemento de esta fase prehistórica es -según creo, invariablemente- la estimulación masturbatoria de los genitales, o sea, la masturbación de la primera infancia, cuya supresión más o menos violenta por parte de las personas que intervienen en la crianza pone en actividad el complejo de castración. Suponemos que dicha masturbación está vinculada con el complejo de Edipo y que equivale a la descarga de sus excitaciones sexuales. No es seguro, sin embargo, si la masturbación tiene tal carácter desde un comienzo o si, por el contrario, aparece por primera vez espontáneamente, como activación de un órgano corporal, conectándose sólo ulteriormente con el complejo de Edipo; esta última posibilidad es, con mucho, la más probable. Otra cuestión dudosa es el papel desempeñado por la enuresis y por la supresión de ese hábito mediante intervenciones educativas. Nos inclinamos a adoptar la simple formulación sintética de que la enuresis persistente sería una consecuencia de la masturbación y de que su supresión sería considerada por el niño como una inhibición de su actividad genital, es decir, que tendría el significado de una amenaza de castración; pero queda todavía por demostrar si estamos siempre acertados con estas presunciones. Finalmente, el análisis nos ha permitido reconocer, de una manera más o menos vaga e incierta, cómo los atisbos del coito paterno establecen en muy precoz edad la primera excitación sexual, y cómo merced a
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