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Casos Prácticos De Análisis


Enviado por   •  16 de Diciembre de 2012  •  2.919 Palabras (12 Páginas)  •  686 Visitas

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PRAXIS, TEORIA Y CULTURA: ENTRE EROS Y TANATOS

(Extracto de “El pensamiento de Winnicott. De la experiencia a la existencia: Libertad y creatividad

por Saúl Peña K).

Mi cuarto paciente de formación -un adolescente- lo supervisé con Masud Khan. Conocí a Masud igual que a Winnicott y a Marion Milner, en las reuniones de los miércoles. Fue en un momento que él ingresaba al salón, de repente encontramos que nuestras miradas eran dirigidas del uno al otro y posiblemente por una razón similar, es decir nuestra mutua sorpresa por lo desconocido. Ninguno de los dos retiró la mirada, lo que indicaba probablemente, de acuerdo a Winnicott, y a pesar del componente agresivo, que de ambos lados hubo un liking.

El era una persona diferente a la mayoría, de evidente contextura indo-pakistana: alto, moreno, buenmozo, interesante, con un matiz de orgullo, de superioridad e incluso cierto rasgo de soberbia. En sus intervenciones mostraba mucha seguridad, inteligencia, erudición y conocimiento profundo del tema.

Fui a buscarlo, tenía su consultorio frente a Harrods en un lugar exclusivo y aristocrático; me abrió la puerta un joven, bajito, pero muy vivaz y agradable, haciéndome pasar a una sala amplia, con ventanas grandes y con un sillón rodeado de rumas de libros. Apareció Mr. Khan y luego de saludarnos me hizo directamente una primera pregunta: -"¿Usted quiere que lo supervise debido a una sugerencia de la Dra. Heimann o por usted mismo?" -"Creo que la respuesta que le voy a dar es la que usted está esperando, que mis elecciones son propias, le respondí; eso sí, una vez que se lo manifesté a la Dra. Heimann, no sentí ninguna objeción, muy por el contrario, quizás una aceptación". De inmediato me dijo que con gusto me aceptaba, pero con una condición: que mientras yo le enseñara, él continuaría supervisándome, y que el momento en que yo dejara de hacerlo, me arrojaría de la supervisión. Acepté el desafío, entendiéndolo en debida forma. Siempre me recibió con una taza de café con leche y galletitas. Me decía: "¿A usted le gusta el café con leche y los biscuits, verdad?"

La supervisión era de un adolescente de 16 años que vino al análisis debido a la infelicidad y a la depresión profunda que determinó que dejara de ir al colegio a pesar de ser un excelente estudiante y capaz de llegar a la universidad. Inteligente, sensible y con una evidente y permanente expresión depresiva en su rostro y muestras de inhibición y lentificación corporal. Tenía sentimientos de estar desligado que lo atemorizaban y lo asustaban haciéndolo sentir como si fuera a desaparecer o a perder control, a dividirse y escindirse. "Era como si un nuevo yo mirara al viejo yo y que el nuevo iba a hacer desaparecer al viejo". Esto es lo que lo hizo sentir que había algo anormal en él (síntomas de despersonalización).

Se sentía tímido, avergonzado, miserable y no deseaba salir solo. Como antedecentes, tuvo lactancia materna de un mes y medio y un destete prematuro que continuó con la mamadera porque no ganaba peso.

Su hermano dos años menor, era más grande que él y completamente diferente: de cabello largo, de camisas brillantes, de pantalones blancos y zapatos de fantasía.

Su padre murió a los 33 años, cuando él tenía seis años de edad, de una hemorragia cerebral. Era evidente que lo seguía echando de menos. Hacía un año había perdido su primera y única enamorada que lo dejó por otro.

Cuando volvió al colegio lo cambiaron de clase y encontró que no conocía a nadie. Sentía temor de qué pensarían de él; que lo miraban permanente y persistentemente, esto lo hacía incluso sentirse perseguido con sentimientos suspicaces y con matiz paranoide que disminuía al estar acompañado. Se sentía confundido, tenso, ansioso y sofocado. Le disgustaba estar en un cuarto pequeño sin ventanas y al mismo tiempo en espacios abiertos. Desde la muerte de su padre sólo se había vinculado con su madre, tía y abuela.

Su madre tuvo una relación con otro hombre que finalizó a los dos años, cuando el paciente tenía de 10 a 12 años. La masturbación lo hacía sentirse tremendamente culpable. Sus conflictos más relevantes eran el edípico no resuelto, una confusión de identidad sexual y emocional y temor de castración, lo mismo que problemas de dependencia e independencia de su madre y un superyo tiránico y punitivo. Sus defensas más sobresalientes eran claramente la regresión, la represión, el splitting, la proyección, las defensas maníacas, la sobreidealización, la omnipotencia y las angustias depresivas y persecutorias.

El análisis de este paciente, al inicio me hizo aprender mucho del silencio. Era muy poco lo que hablaba y comunicaba a pesar de su puntualidad, consistencia, continuidad e interés. Cuando hablaba decía: "No sé qué decir, no sé por dónde empezar y me preocupo por tratar de decir algo que realmente sea importante. Una vez que empiezo, es algo más fácil, necesito un punto de inicio; necesito alguien que me diga 'habla acerca de esto, así y asá'. Así que soy el segundo que habla, no el primero. Estoy temeroso de empezar, de estar vivo y de reconocer mi existencia."

Empecé diciéndole que él me hacía sentir la ausencia y la carencia de su comunicación verbal como un medio de trasmitirme cómo sentía la ausencia y la carencia de comunicación con su padre y últimamente con su enamorada. Luego trabajamos el acúmulo de agresión reprimida y dirigida contra él mismo por no poder dirigirla hacia afuera, como si tuviera el temor de que si empezaba a ser capaz de hacerlo yo, igual que su padre, me moriría y que él sería causante de mi muerte, como se siente en relación a la desaparición de su padre.

Por supuesto que estas ausencias, carencias y deprivaciones se extendían a experiencias igualmente tempranas con su destete prematuro y no sólo del pecho sino sentidas de la madre.

Se trabajó igualmente cierto sentimiento de gratificación al autocastigarse y castigar al otro, para luego volver a sentirse culpable y seguir el círculo vicioso.

Manifestó que no podía sacar a esta chica de su mente, se sentía perdido que era lo único que le importaba, que no podía admitir el fracaso, que se sentía culpable de no haber sido más deseable y que la tenía como una obsesión permanente, que esto precipitaba su depresión. Que se sentía paralizado y no sabía qué decir; sin embargo, las películas, la música y la televisión eran paliativos.

Sentía que había perdido su libertad, odiaba el colegio y el edificio y negaba su necesidad de amigos, manifestando no necesitar ninguno pero reconocía sentirse atrapado y cortado, con dificultad de distinguir lo que le gustaba y lo que no le gustaba, lo que estaba de acuerdo y

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