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Cuando El Amor Es Odio


Enviado por   •  12 de Febrero de 2013  •  314 Palabras (2 Páginas)  •  514 Visitas

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Recordé una palabra griega que significa “el que odia a las mujeres”: misógino (de miso, que significa

“odiar” y gyné que significa “mujer”). Aunque hace cientos de años que la palabra forma parte del lenguaje, en

general se usa para referirse a asesinos, violadores y otros sujetos que actúan violentamente contra las mujeres.

Se trataba, desde luego, de misóginos en el peor sentido de la palabra. Pero yo estaba convencida de que los

hombres a quienes estaba empeñada en definir también eran misóginos, sólo que diferían de aquellos desalmados

en su elección de las armas.

Cuanto más iba sabiendo de los misóginos y de sus relaciones, más aprendía no sólo de mis pacientes, sino

sobre mi marido y yo y acerca de nuestra relación. Para entonces, mi situación en casa se había vuelto

sumamente tensa. Al término de cada día, me descubría inventando refinadas excusas para no tener que dejar el

trabajo. Mis hijos estaban sufriendo el estrés de la situación, y mi autoestima no podía haber caído más bajo. De

hecho, si hubiera dispuesto de bibliografía sobre relaciones misóginas, mi marido y yo habríamos figurado como

un caso clásico. Para él era culpa mía si cualquier cosa andaba mal. Me responsabilizaba de todo, desde sus

problemas de negocios hasta de que no le hubieran limpiado bien los zapatos. Aunque en aquel momento mi

trabajo fuera nuestra principal fuente de ingresos, con frecuencia él se burlaba de la profesión terapéutica en

general y de mí en particular.

Cuanto más me tachaba de egoísta y desconsiderada, más me esforzaba yo por apaciguarlo disculpándome,

capitulando o retardando deliberadamente todo progreso en mi carrera. Al comienzo de nuestro matrimonio, yo

era una persona alegre y enérgica; en ese momento, catorce años después, estaba angustiada y frecuentemente

me sentía al borde de las lágrimas. Me conducía de maneras que yo misma no podía tolerar, fastidiándolo e

interrogándolo constantemente, o retrayéndome en un silencio hosco y colérico, en vez de afrontar directamente

los sentimientos que me provocaba nuestra relación.

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