El Hombre En Busca De Sentido
Enviado por paulaaguirre • 31 de Marzo de 2012 • 571 Palabras (3 Páginas) • 445 Visitas
Selección activa y pasiva
Es muy fácil para el que no ha estado nunca en un campo de
concentración hacerse una idea equivocada de la vida en él, idea
en la que piedad y simpatía aparecen mezcladas, sobre todo al no
conocer prácticamente nada de la dura lucha por la existencia que
precisamente en los campos más pequeños se libraba entre los
prisioneros, del combate inexorable por el pan de cada día y por
la propia vida, por el bien de uno mismo y por la propia vida, por
el bien de uno mismo y por el de un buen amigo. Pongamos como
ejemplo las veces en que oficialmente se anunciaba que se iba a
trasladar a unos cuantos prisioneros a un campo de
concentración, pero no era muy difícil adivinar que el destino final
de todos ellos sería sin duda la cámara de gas. Se seleccionaba a
los más enfermos o agotados, incapaces de trabajar, y se les
enviaba a alguno de los campos centrales equipados con cámaras
de gas y crematorios. El proceso de selección era la señal para
una abierta lucha entre los compañeros o entre un grupo contra
otro. Lo único que importaba es que el nombre de uno o el del
amigo fuera tachado de la lista de las víctimas aunque todos
sabían que por cada hombre que se salvaba se condenaba a otro.
En cada traslado tenía que haber un número determinado de
pasajeros, quien fuera no importaba tanto, puesto que cada uno
de ellos no era más que un número y así era como constaban en
las listas. Al entrar en el campo se les quitaban todos los
documentos y objetos personales (al menos ése era el método
seguido en Auschwitz), por consiguiente cada prisionero tenía la
oportunidad de adoptar un nombre o una profesión falsos y lo
cierto es que por varias razones muchos lo hacían. A las
autoridades lo único que les importaba eran los números de los
prisioneros; muchas veces estos números se tatuaban en la piel
y, además, había que llevarlos cosidos en determinada parte de
los pantalones, de la chaqueta o del abrigo. A ningún guardián
que quisiera llevar una queja sobre un prisionero —casi siempre
por "pereza"— se le hubiera ocurrido nunca preguntarle su
nombre; no tenía más que echar una ojeada al número (¡y cómo
temíamos esas miradas por las posibles consecuencias!) y
anotarlo en su libreta.
Volvamos al convoy a punto de partir. No había tiempo para
consideraciones morales o éticas, ni tampoco el deseo de
hacerlas. Un solo pensamiento animaba a los prisioneros:
mantenerse con vida para volver con la familia que los esperaba
en casa y salvar a sus amigos; por consiguiente, no dudaban ni
un momento en arreglar las cosas
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