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El Hombre En Busca De Sentido


Enviado por   •  31 de Marzo de 2012  •  571 Palabras (3 Páginas)  •  449 Visitas

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Selección activa y pasiva

Es muy fácil para el que no ha estado nunca en un campo de

concentración hacerse una idea equivocada de la vida en él, idea

en la que piedad y simpatía aparecen mezcladas, sobre todo al no

conocer prácticamente nada de la dura lucha por la existencia que

precisamente en los campos más pequeños se libraba entre los

prisioneros, del combate inexorable por el pan de cada día y por

la propia vida, por el bien de uno mismo y por la propia vida, por

el bien de uno mismo y por el de un buen amigo. Pongamos como

ejemplo las veces en que oficialmente se anunciaba que se iba a

trasladar a unos cuantos prisioneros a un campo de

concentración, pero no era muy difícil adivinar que el destino final

de todos ellos sería sin duda la cámara de gas. Se seleccionaba a

los más enfermos o agotados, incapaces de trabajar, y se les

enviaba a alguno de los campos centrales equipados con cámaras

de gas y crematorios. El proceso de selección era la señal para

una abierta lucha entre los compañeros o entre un grupo contra

otro. Lo único que importaba es que el nombre de uno o el del

amigo fuera tachado de la lista de las víctimas aunque todos

sabían que por cada hombre que se salvaba se condenaba a otro.

En cada traslado tenía que haber un número determinado de

pasajeros, quien fuera no importaba tanto, puesto que cada uno

de ellos no era más que un número y así era como constaban en

las listas. Al entrar en el campo se les quitaban todos los

documentos y objetos personales (al menos ése era el método

seguido en Auschwitz), por consiguiente cada prisionero tenía la

oportunidad de adoptar un nombre o una profesión falsos y lo

cierto es que por varias razones muchos lo hacían. A las

autoridades lo único que les importaba eran los números de los

prisioneros; muchas veces estos números se tatuaban en la piel

y, además, había que llevarlos cosidos en determinada parte de

los pantalones, de la chaqueta o del abrigo. A ningún guardián

que quisiera llevar una queja sobre un prisionero —casi siempre

por "pereza"— se le hubiera ocurrido nunca preguntarle su

nombre; no tenía más que echar una ojeada al número (¡y cómo

temíamos esas miradas por las posibles consecuencias!) y

anotarlo en su libreta.

Volvamos al convoy a punto de partir. No había tiempo para

consideraciones morales o éticas, ni tampoco el deseo de

hacerlas. Un solo pensamiento animaba a los prisioneros:

mantenerse con vida para volver con la familia que los esperaba

en casa y salvar a sus amigos; por consiguiente, no dudaban ni

un momento en arreglar las cosas

...

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