El Niño Y Su Educacion
Enviado por • 13 de Octubre de 2012 • 1.892 Palabras (8 Páginas) • 299 Visitas
El Niño y su Educación en la Edad Media
Horacio Boló
La Dra. Inés F. de Cassagne ha escrito un artículo muy interesante sobre el tema.
Generalmente se cree que la Edad Media fue un periodo oscuro y bárbaro y que Europa recuperó la luz y la civilización cuando redescubre los valores y la cultura de la Antigüedad Clásica en el Renacimiento. Nada más lejos de la verdad.
Veamos cómo se trataba y se educaba a los niños en la Edad Media.
La Edad Media en toda Europa va a impregnarse del espíritu de la Regla de San Benito, fundador del monasterio de Monte Casino y de la Orden Benedictina que fue la verdadera cuna de toda la cultura europea. Leamos algunos preceptos de su regla dedicada a los monjes de su orden, escrita en el siglo VI.
“Cada edad y cada inteligencia debe ser tratada de una manera adecuada” (Capítulo 30, 1).
“(En los niños y los ancianos)... siempre se ha de tener en cuenta su debilidad y de ningún modo se atendrán al rigor de la regla” (Capítulo XXXVII,1).
Al referirse al mayordomo del monasterio dice:
“Cuide con todo su desvelo de los enfermos y de los niños... en el día del juicio darán cuenta de ellos” (Capítulo XXXI, 9).
Es necesario resaltar que en el mundo de la antigüedad se valoraba muy poco a los niños y desde el comienzo los primeros cristianos condenaron el aborto y el abandono de los recién nacidos. En la Roma antigua el padre tenía un poder absoluto sobre los niños, la famosa pater potestas era un régimen difícil de imaginar para nosotros. Cuando nacía un chico se lo colocaba a los pies del padre y si éste lo levantaba quería decir que lo aceptaba y el chico iba a vivir, pero si le daba la espalda significaba que lo rechazaba y el niño iba a la muerte. Soranos de Efeso (siglo II de nuestra era) fue tal vez el primer ginecólogo y pediatra, pero es interesante saber que definía como uno de las principales funciones de la puericultura como “el arte de decidir cuáles son los recién nacidos que merecen ser criados” (Gynaecia 2, 5). El famoso Séneca nos refiere que “... estrangulamos a un perro rabioso, ahogamos a lo niños” y Tácito se sorprendía de la costumbre de los judíos de no suprimir a ningún recién nacido. Un tal Hilarión, que vivió en el primer siglo de nuestra era, le escribía a su mujer: “Te pido y te suplico que cuides mucho a nuestro hijo pequeño... en cuanto al que viene, suerte para ti si es varón, si es mujer arrójala”. Es interesante ver como, en esta época en la que se pensaba de esta manera, aumentaban los abortos, se multiplicaban los divorcios y las uniones ilegítimas, nacían tan pocos niños que se dictaron leyes en Roma en las que se estipulaba una reducción en el monto de la herencia a las parejas sin hijos. Como vemos todo esto empezamos también a vivirlo nosotros en nuestra sociedad. Señalemos que en Holanda ya se ha empezado a discutir la eutanasia para los recién nacidos y los menores de 12 años y la decisión, tal como lo propugnaba Soronos en Roma en el siglo II, puede estar en manos de los médicos. Como vemos Occidente se aleja del espíritu que le dio origen, niega sus raíces y vuelve a lo peor de la Antigüedad. La tradición de los pueblos germanos que invadieron Roma no era muy diferente.
Durante los siglos XI, XII y XIII hay un aumento notable de la población europea lo que atestigua el cuidado que se daba a los chicos. Un poema de principios del siglo XIII enumera los elementos que había en las casa de campo para atender a los bebés. Cunas, vestidos, biberón, andadores, juguetes y palanganas para su baño ya que debía bañárselo dos veces al día.
A partir del siglo V los monasterios comienzan a recibir a los niños abandonados, sobre todo de las clases populares para las que representaban una carga. Su número fue muy grande, ya que incluso hubo abades que se quejaban de que los monasterios se habían transformado en verdaderos jardines de infantes. Los padres podían visitar a sus hijos. Se prescribe que deben tener buena comida, vestido adecuado y calefacción en invierno y se indica que deben tener recreos y se recomienda que el Abad premie a los buenos con algunas golosinas.
Todo este espíritu que impregna la educación tuvo una gran influencia en la sociedad ya que muchos monjes fueron nombrados obispos y se crearon en sus diócesis escuelas parroquiales para la instrucción de los laicos. Por ejemplo el obispo Teodulfo de Orleans ordenó que en todos los pueblos de su diócesis hubiera una escuela y que “cuando los fieles les confíen sus niños para aprender las letras, los reciban y los instruyan con toda caridad y no exijan por ello ninguna paga”. Lo mismo sucedió en toda la Europa del siglo VII. Carlomagno en el 803 recuerda a los padres que deben enviar a sus hijos a las escuelas y en la escuela de su palacio de Aquisgrán estudiaban los niños de origen humilde al lado de los hijos de los nobles.
En el siglo IX una mujer, llamada Dhuoda, escribió un “Manual para mi hijo” que es el primer tratado de educación y además escrito por una mujer. Uno de los principales consejos que le da a su hijo es “leer y orar”, que tenga muchos libros y los estudie.
Siguiendo con este espíritu los obispos ordenan en los siglos XI y XII a los curas párrocos a abrir escuelas para la educación gratuita de los niños y muchos señores feudales abrieron escuelas dentro de sus dominios. A estas deben sumarse las escuelas que dependían
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