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El Yo Y Ello El Por Que De La Guerra


Enviado por   •  24 de Septiembre de 2014  •  18.793 Palabras (76 Páginas)  •  143 Visitas

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CXXV

EL «YO» Y EL «ELLO» (*)

1923

LAS consideraciones que van a continuación prosiguen desarrollando las ideas iniciadas por mí en mi trabajo titulado «Más allá del principio del placer» (1920), ideas, que como ya lo indiqué entonces, me inspiran una benévola curiosidad. El presente estudio las recoge, las enlaza con diversos hechos de la observación analítica, e intenta deducir de esta unión nuevas conclusiones, pero no toma nada de la biología y se halla, por lo tanto, más cerca del psicoanálisis que del «más allá». Constituye más bien una síntesis que una especulación y parece tender hacia un elevado fin. Sé perfectamente que hace alto en seguida, apenas emprendido el camino hacia dicho fin y estoy conforme con esta limitación.

Con todo ello, entra en cuestiones que hasta ahora no han sido objeto de la elaboración psicoanalítica y no puede evitar rozar algunas teorías establecidas por investigadores no analistas o que han dejado de serlo. Siempre he estado dispuesto a reconocer lo que debo a otros investigadores pero en este caso no me encuentro obligado por ninguna tal deuda de gratitud. Si el psicoanálisis no ha estudiado hasta ahora determinados objetos, ello no ha sido por inadvertencia ni porque los considerara faltos de importancia, sino porque sigue un camino determinado, que aún no le había conducido hasta ellos. Pero, además, cuando llega a ellos, se le muestran en forma distinta que a los demás.

I

LA CONSCIENCIA Y LO INCONSCIENTE

NADA nuevo habremos de decir en este capítulo de introducción; tampoco evitaremos repetir lo ya expuesto en otros lugares.

La diferenciación de lo psíquico en consciente e inconsciente es la premisa fundamental del psicoanálisis. Le permite, en efecto, llegar a la inteligencia de los procesos patológicos de la vida anímica, tan frecuentes como importantes, y subordinarlos a la investigación científica. O dicho de otro modo: el psicoanálisis no ve en la consciencia la esencia de lo psíquico, sino tan sólo una cualidad de lo psíquico, que puede sumarse a otras o faltar en absoluto.

Si supiera que el presente estudio iba a ser leído por todos aquellos a quienes interesan las cuestiones psicológicas, no me extrañaría ver cómo una parte de mis lectores se detenía al llegar aquí y se negaba a seguir leyendo. En efecto, para la mayoría de las personas de cultura filosófica, la idea de un psiquismo no consciente resulta inconcebible, y la rechazan tachándola de absurda e ilógica. Procede esto, a mi juicio, de que tales personas no han estudiado nunca aquellos fenómenos de la hipnosis y del sueño, que aparte de otros muchos de naturaleza patológica, nos imponen una tal concepción. En cambio, la psicología de nuestros contradictores es absolutamente incapaz de solucionar los problemas que tales fenómenos nos plantean.

Ser consciente es, en primer lugar, un término puramente descriptivo, que se basa en la percepción más inmediata y segura. La experiencia nos muestra luego, que un elemento psíquico, por ejemplo, una percepción, no es, por lo general, duraderamente consciente. Por el contrario, la consciencia es un estado eminentemente transitorio. Una representación consciente en un momento dado, no lo es ya en el inmediatamente ulterior, aunque pueda volver a serlo, bajo condiciones fácilmente dadas. Pero en el intervalo, hubo de ser algo que ignoramos. Podemos decir que era latente, significando con ello, que era en todo momento de tal intervalo, capaz de consciencia. Mas también cuando decimos que era inconsciente, damos una descripción correcta. Los términos «inconsciente» y «latente», «capaz de consciencia», son en este caso, coincidentes. Los filósofos nos objetarían que el término «inconsciente» carece aquí de aplicación, pues mientras que la representación permanece latente no es nada psíquico. Si comenzásemos ya aquí a oponer nuestros argumentos a esta objeción, entraríamos en una discusión meramente verbal e infructuosa por completo.

Mas, por nuestra parte, hemos llegado al concepto de lo inconsciente por un camino muy distinto, esto es, por la elaboración de una cierta experiencia en la que interviene la dinámica psíquica. Nos hemos visto obligados a aceptar que existen procesos o representaciones anímicas de gran energía que, sin llegar a ser conscientes, pueden provocar en la vida anímica las más diversas consecuencias, algunas de las cuales llegan a hacerse conscientes como nuevas representaciones. No creemos necesario repetir aquí, detalladamente, lo que ya tantas veces hemos expuesto. Bastará recordar que en este punto comienza la teoría psicoanalítica, afirmando que tales representaciones no pueden llegar a ser conscientes por oponerse a ello una cierta energía, sin la cual adquirirían completa consciencia y se vería, entonces, cuán poco se diferenciaban de otros elementos, reconocidos como psíquicos. Esta teoría queda irrebatiblemente demostrada por la técnica psicoanalítica, con cuyo auxilio resulta posible suprimir tal energía y hacer conscientes dichas representaciones. El estado en el que estas representaciones se hallaban antes de hacerse conscientes, es el que conocemos con el nombre de represión, y afirmamos advertir, durante la labor psicoanalítica, la energía que ha llevado a cabo la represión y la ha mantenido luego.

Así, pues, nuestro concepto de lo inconsciente tiene como punto de partida, la teoría de la represión. Lo reprimido es, para nosotros, el prototipo de lo inconsciente. Pero vemos que se nos presentan dos clases de inconsciente: lo inconsciente latente, capaz de consciencia, y lo reprimido, incapaz de consciencia. Nuestro mayor conocimiento de la dinámica psíquica, ha de influir tanto en nuestra nomenclatura como en nuestra exposición. A lo latente, que sólo es inconsciente en un sentido descriptivo y no en un sentido dinámico, lo denominamos preconsciente, y reservamos el nombre de inconsciente para lo reprimido, dinámicamente inconsciente. Tenemos, pues, tres términos -consciente (Cc.), preconsciente (Prec.), e inconsciente (Inc.), cuyo sentido no es ya puramente descriptivo. Suponemos que lo Prec. se halla más cerca que lo Inc. de lo Cc., y como hemos calificado de psíquico a lo Inc., podemos extender sin inconveniente alguno este calificativo a lo Prec. latente. Se nos preguntará, por qué no preferimos permanecer de acuerdo con los filósofos, y separar tanto lo Prec. como lo Inc. de lo psíquico consciente. Los filósofos nos propondrían después, describir lo Prec. y lo Inc. como dos formas o fases de lo psicoide, y de este modo, quedaría restablecida la unidad. Pero, si tal hiciéramos, surgirían infinitas dificultades para

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