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HAGAMOS EL AMOR


Enviado por   •  17 de Julio de 2014  •  356 Palabras (2 Páginas)  •  272 Visitas

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RAZONAMIENTO CRITICO.

El laberinto de la soledad-Octavio paz

ALUMNO: Jose Arturo Navarro Quiroga.

Esta rebeldía no pasa de ser un gesto vano, pues es una exageración de los modelos contra los

que pretende rebelarse y no una vuelta a los atavíos de sus antepasados —o una invención de

nuevos ropajes—. Generalmente los excéntricos subrayan con sus vestiduras la decisión de

separarse de la sociedad, ya para constituir nuevos y más cerrados grupos, ya para afirmar su

singularidad. En el caso de los pachucos se adiverte una ambigüedad: por una parte, su ropa los

aisla y distingue; por la otra, esa misma ropa constituye un homenaje a la sociedad que pretenden

negar.

La irritación del norteamericano procede, a mi juicio, de que ve en el pachuco un ser mítico y

por lo tanto virtualmente peligroso. Su peligrosidad brota de su singularidad. Todos coinciden en

ver en él algo híbrido, perturbador y fascinante. En torno suyo se crea una constelación de nociones

ambivalentes: su singularidad parece nutrirse de poderes alternativamente nefastos o benéficos.

Unos le atribuyen virtudes eróticas poco comunes; otros, una perversión que no excluye la

agresividad. Figura portadora del amor y la dicha o del horror y la abominación, el pachuco parece

encarnar la libertad, el desorden, lo prohibido. Algo, en suma, que debe ser suprimido; alguien,

también, con quien sólo es posible tener un contacto secreto, a oscuras.

La irritación del norteamericano procede, a mi juicio, de que ve en el pachuco un ser mítico y

por lo tanto virtualmente peligroso. Su peligrosidad brota de su singularidad. Todos coinciden en

ver en él algo híbrido, perturbador y fascinante. En torno suyo se crea una constelación de nociones

ambivalentes: su singularidad parece nutrirse de poderes alternativamente nefastos o benéficos.

Unos le atribuyen virtudes eróticas poco comunes; otros, una perversión que no excluye la

agresividad. Figura portadora del amor y la dicha o del horror y la abominación, el pachuco parece

encarnar la libertad, el desorden, lo prohibido. Algo, en suma, que debe ser suprimido; alguien,

también, con quien sólo es posible tener un contacto secreto, a oscuras.

El "pachuco" no quiere ser mexicano, pero tampoco yanqui. Cuando

llegué a Francia, en 1945, observé con asombro que la moda de los muchachos y muchachas de

ci

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