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LA MUERTE Y EL MORIR EN EL ANCIANO


Enviado por   •  20 de Noviembre de 2014  •  9.431 Palabras (38 Páginas)  •  897 Visitas

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Alfonso Blanco Picabia y

Rosario Antequera Jurado

LA MUERTE Y EL MORIR

EN EL ANCIANO

Aunque morir es siempre un proceso individual, es también un

acontecimiento que afecta asimismo a aquellos que, de alguna

manera, se relacionan con quien ha muerto. La muerte adquiere

por consiguiente, una dimensión social. Pero, al mismo tiempo y

como consecuencia de ello, las actitudes y comportamientos que

cada persona adopta ante el hecho de la muerte, sea propia o sea

ajena, son el resultado de la conjunción, por un lado de las características

y circunstancias individuales y por otro, del concepto y

sentido de la muerte imperante en la sociedad de ese momento y

lugar.

Por ello, para comprender las actitudes que el anciano va a adoptar

en un momento determinado ante el hecho de la muerte (ya sea

personalizada o sea ajena) se hace imprescindible analizar previamente

los conceptos y actitudes que socialmente se mantienen en

ese momento histórico y geográfico hacia la muerte y el morir. Esto

es así debido a que, como miembros de ese entorno social, también

esos conceptos y actitudes vigentes en una sociedad son, con seguridad,

compartidos en mayor o menor grado por cada uno de los

ancianos que en ella se encuentran.

Se hace así preciso reflexionar sobre el propio concepto de

muerte, sobre las actitudes que en nuestros días existen con respecto

a este tema y muy concretamente, sobre las que se dan ante

el hecho de morir en relación a los ancianos. Pero no es menos

importante conocer la actitud que tienen los propios ancianos

frente a la muerte (ajena o propia) y las variables que determinan

esas actitudes.

1. SOBRE EL CONCEPTO DE MUERTE

Entrar a analizar el concepto de muerte es intentar abarcar un

mundo casi infinito de posibilidades (Blanco Picabia, 1992a) que se

han intentado abordar adoptando muy distintas perspectivas. Por un

lado, lo que la ciencia y los conocimientos que de ella se derivan nos

aportan sobre su naturaleza. Por otro, la percepción, introyección y

recreación que cada individuo realiza de ese suceso objetivo y real

y que se convertirá en subjetivo en función tanto de las idiosincráti-

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Alfonso Blanco Picabia y Rosario Antequera Jurado

cas características de personalidad de cada individuo, como de las

normas y conceptos vigentes en la sociedad en que viva esa persona.

Unas normas y conceptos que, en mayor o menor grado, son

compartidas por todos aquellos que forman parte de un mismo

marco cultural. Y tanto si nos centramos en el tema adoptando una

perspectiva como la otra, la muerte se muestra lo suficientemente

compleja, ambigüa y desconocida como para escapar una y otra vez

a todos los intentos de aprehenderla intelectualmente y de conceptualizarla.

Así y partiendo de que no hay una respuesta rigurosamente ajustada

y comúnmente aceptada a una definición de muerte (Blanco,

1993) e independientemente de los planteamientos personales que

ante la misma se puede adoptar, la acepción mas comúnmente aceptada

(por lo evidente e innegable) es que la “muerte es la cesación o

el término de la vida” (Diccionario de la Academia de la Lengua

Española, 1992).

No obstante y a pesar de la aparente objetividad de esta definición,

resulta confuso situar en el tiempo el tránsito de vida a muerte,

el momento en que se produce radicalmente “el término de la

vida”. Esta dificultad proviene del hecho de que la muerte no se

produce en un instante preciso; es un proceso que va afectando

progresivamente a las distintas partes del organismo (Thomas,

1991). Lo cual hace difícil determinar el momento preciso en que

podemos decir que un sujeto está completamente muerto, que no

queda ninguna vida en su organismo. Así, por ejemplo, a pesar de

que se haya diagnosticado la muerte cerebral (uno de los criterios

médicos actualmente considerados como de mayor objetividad

para determinar la muerte del individuo) todavía existen en su

organismo células con su código genético único, irrepetible y totalmente

característico, que siguen multiplicándose y por tanto,

viviendo. De hecho, es frecuente comprobar cómo al producirse la

muerte cerebral se pueden mantener los órganos más importantes

del cuerpo en funcionamiento (con más o menos ayuda artificial),

posibilitando de esta manera la donación de órganos. Así como

podemos asistir también en muchos casos a la negativa de los familiares

a aceptar que el sujeto haya muerto alegando que todavía “se

le puede ver respirar”.

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Pero las dificultades de encontrar un criterio objetivo o una definición

objetiva de muerte se multiplican cuando intentamos abordar

el concepto subjetivo y vivenciado de muerte. Desde esta perspectiva,

la definición de muerte como “terminación o cese de la vida”

resulta insuficiente para abarcar en toda su complejidad lo que para

cada ser humano, independientemente del momento evolutivo en

que se encuentre, significa el hecho de morir. Basándose en ello, es

por lo que puede afirmar Charmaz (1980) que existen tantas maneras

individuales de conceptualizar la muerte como individuos. Una

idea que ya muchos años antes y mucho más bellamente había

expresado Unamuno (1912): “Dos entes vivos difieren en cuanto la

vida de ellos es distinta y como vivir no es lo mismo para los dos,

tampoco morir (que, por lo pronto, es dejar de vivir) significa lo

mismo”.

¿Cómo podríamos sistematizar y organizar la gran cantidad de

variables, informaciones y sentimientos que interactuando confieren

su inabarcable complejidad a la simple palabra muerte? Podríamos

intentarlo respondiendo a tres preguntas: ¿qué puede significar ese

concepto?, ¿dónde radica el fenómeno?, ¿qué la produce?, ¿quién es

el que muere?

I. ¿CUÁL ES EL SIGNIFICADO DE LA MUERTE?

Así, en función del concepto del que dotemos a la vida, adquirirá

la muerte un significado especial. Puede entonces ser entendida

como el principio de una nueva existencia, despojada del cuerpo

que la aprisiona o como el final de una etapa detrás de la cual no hay

nada,

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