LA VIDA POR PICHÓN RIVIÈRE
Enviado por LSFer • 23 de Junio de 2013 • 2.806 Palabras (12 Páginas) • 536 Visitas
LA VIDA POR PICHÓN RIVIÈRE
Hernán Kesselman
Pichón, a diferencia de Goldenberg, era una especie de bohemio, de padre satírico, diablo geminiano, hombre de la noche, con mucha calle, con mucha vida, que había sufrido mucho, que había gozado tanto como había sufrido, que no se compadecía de sí mismo porque sentía que valía la pena lo que había sufrido por todo lo que había gozado; que enseñaba no sólo en las aulas, sino también en las cervecerías, comiendo juntos una pizza (“el club del estaño”, como él le llamaba), que decía que más que en el consultorio, se aprende en la calle, en las canchas de fútbol, en el grupo familiar, donde está la gente, en el café, ahí se aprende la Psicología Social; que decía que el lenguaje académico es interesante pero deforma cuando forma.
Yo lo conocía como una figura mítica que había diferenciado las oligotimias de las oligofrenias, que junto a psicoanalistas como Bleger, Ulloa, Liberman, mi otro supervisor en la APA y Rola, había hecho recientemente la “experiencia Rosario”, para difundir en forma intensiva su teoría de los Grupos Operativos.
Experiencia fundacional de la que no participé personalmente, pero que sentía como propia y él era, junto conmigo, Goldenberg y otros pocos, uno de los becarios conductores que experimentó en el Neuropsiquiátrico la droga que yo investigué en Lanús como becario para los laboratorios Geygy, la Imipramina (Tofranil), antes que fuera lanzada para su suministro autorizado en hospitales y en privado.
Cuando me enteré que él se la suministraba no sólo a los pacientes asistidos por su depresión, sino simultáneamente a todos los integrantes del grupo familiar (ya que decía que la enfermedad es grupal, pero su portavoz-paciente identificado-es un integrante especializado de la familia, por lo general), me deslumbró con esa experiencia inaudita.
Así que pude conocerlo de cerca, por primera vez comiendo “accidentalmente” a su lado, en una cena de trabajo de los equipos investigadores. En algún momento él me preguntó: ¿Y vos, pibe: ¿cómo te llamas, quién sos, qué haces? Yo le dije quien era y que trabajaba con Goldenberg en Lanús. Si, bueno-me dijo-¿pero con qué corriente de la psiquiatría y de la psicología te identificas? Le contesté con orgullo y pretensión de deslumbrarlo: yo soy ecléctico. ¿Cómo ecléctico? me volvió a preguntar. Yo le dije: sí, ecléctico entre la Fenomenología y el Psicoanálisis.
Me miró sonriendo tristemente y me dijo con sorna feroz: ¡pobre! ¡Pobre pibe! ¿Vos sabes qué purga describe el Dante para los que en vida han sido eclécticos? me volvió a preguntar. No respondí. Y me dijo: ¡el castigo de correr toda la eternidad detrás de una bandera sin poder llegar a alcanzarla nunca!... Y yo sentí que en ese momento se relativizaban todas mis certezas, todos mis logros, todos mis privilegios tan ardua y tempranamente conseguidos.
Y ese contacto con Pichón fue para mí importante, porque así nomás como lo conocí, ya lo seguí. Yo venía de ser un “buen chico” progresista, moderado, ecléctico y cambié de modelo. Lo seguí despacito por las noches por donde anduviera: por las librerías, los cafés, las reuniones, las charlas y tertulias, los momentos de estudio y soledad, que es donde a veces se encuentra el hombre; la política, el compromiso social.
Pichón fue un pensador socrático, un marxista peripatético y, como buen bohemio, su lucidez no se agotaba en el momento en que empezaba a escribir. Algunos dicen que Pichón no escribió mucho y no es cierto, escribió numerosos artículos y tres libros. Lo que pasa es que sus ideas iban más rápido que su puño y que su letra y su autocrítica feroz y su auto ironía le indicaban que lo que iba a escribir ya era pasado y ya era criticable por él mismo. Pero sembró ideas como semillas al viento para los destinatarios que tuvieron el privilegio de escucharlo. Y eso hizo que realmente haya muchos psicoanalistas argentinos y de otros lugares del mundo - que no tengan un libro publicado, cuyo germen, cuya idea fundamental, no haya sido suministrada gratuita y generosamente por Pichon Rivière. Pichon habló en la calle y en la tertulia, transmitió de boca a boca ese pensamiento que está inscripto en la mayoría de la gente que ha escrito libros en nuestro país y en otros países, sobre el concepto de Grupo Operativo, de Vínculo e Interacción que trajo Pichon a la Psicología Social. La Revista que co-fundé en Madrid en 1976: “Clínica y Análisis Grupal”, no tiene un solo número que no lo mencione central o colateralmente. Así desarrollé el Psicodrama Operativo, producto de un trabajo continuado por muchos años con Pavlovsky y Frydlewsky, y en el que las ideas de Pichon (“la vivencia estética permite el pasaje de los siniestro a lo maravilloso) han confluido con las del Psicodrama trayendo a éste una nueva configuración.
Luego de marcharse Fiasché, y tras algunas crisis personales serias y quebrantamientos en la salud de Pichon, formamos con Bauleo, Bleger y Ulloa un equipo para reflotar la solidez de la Escuela, único fortín de Enrique. Como Bleger y Ulloa estaban absorbidos por sus cátedras en las carreras de Psicología, Clínica Racker y otras tareas institucionales intra y extra APA, Bauleo y yo encabezamos el movimiento soporte de la Escuela de Pichon, ayudados por los antes mencionados y hasta en alguna ocasión, por la negra Aberastury, Rolla, García Reynoso, López, Liendo, Teper, Taragano y otros. Con Bauleo y Ana Quiroga realizamos junto a Enrique su gira por Londres, París, Venecia y Roma, que sería su despedida y que recordé cuando le escribí la carta desde el exilio en Madrid para el homenaje que en 1977, en el Teatro Payró, le hizo la intelectualidad “con y sin calle” el día que cumplió setenta años, en un acto que los que resistían heroicamente en el insilio titularon: “Al troesma con cariño”.
Carta que reproduzco a continuación:
Carta a Pichon Rivière desde Madrid,
con motivo de su cumpleaños número 70...
(Hernán Kesselman, en revista El Portavoz y en revista Clínica y Análisis Grupal Nº 5, Madrid, Julio/Agosto 1977, páginas 122-127.)
Poco días antes de la muerte de Enrique Pichon Rivière, toda la intelectualidad argentina se reúne en un teatro para festejar los setenta años en un acto que se llamó “Al troesma con cariño”, en el que se proyectó un film de los años 20, de Charles Chaplin; se cantaron canciones folklóricas, tangos de Discépolo inéditos y que Pichon tenía en su poder; en que el psicoanalista argentino Eduardo Pavlovsky representó un fragmento de su obra “Telarañas”; en el que Bernardo Ezequiel Koremblit hizo sostener a Pichon un diálogo imaginario con Antonín Artaud, paseando por la calle
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