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La organización sexual infantil


Enviado por   •  16 de Abril de 2015  •  6.845 Palabras (28 Páginas)  •  154 Visitas

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La organización sexual infantil

Es bien demostrativo de la dificultad que ofrece el trabajo de investigación en el psicoanálisisque

rasgos universales y constelaciones características puedan pasarse por alto a despecho

de una observación incesante, prolongada por decenios, hasta que un buen día se presentan

por fin inequívocamente; con las puntualizaciones que siguen querría reparar un descuido de

esa índole en el campo del desarrollo sexual infantil.

Es sin duda notorio, para los lectores de mis Tres ensayos de teoría sexual (1905d), que en

ninguna de las posteriores ediciones de esa obra emprendí una refundición, sino que mantuve el

ordenamiento originario y di razón de los progresos de nuestra intelección mediante

intercalaciones y enmiendas del texto. (ver nota)(176) Debido a ello, acaso ocurra muchas

veces que lo viejo y lo nuevo no se fusionen bien en una unidad exenta de contradicción. En

efecto, al comienzo el acento recayó sobre la fundamental diversidad entre la vida sexual de los

niños y la de los adultos; después pasaron al primer plano las organizaciones pregenitales de la

libido, así como el hecho asombroso, y grávido de consecuencias, de la acometida en dos

tiempos del desarrollo sexual. Por último, reclamó nuestro interés la investigación sexual

infantil, y desde ahí se pudo discernir la notable aproximación del desenlace de la sexualidad

infantil (cerca del quinto año de vida) a su conformación final en el adulto. Hasta ese punto he

llegado en la última edición (1922) de los Tres ensayos.

En la página 63 de ese volumen(177) consigno que «a menudo, o regularmente, ya en la niñez

se consuma una elección de objeto como la que hemos supuesto característica de la fase de

desarrollo de la pubertad. El conjunto de las aspiraciones sexuales se dirigen a una persona

única, y en ella quieren alcanzar su meta. He ahí, pues, el máximo acercamiento posible en la

infancia a la conformación definitiva que la vida sexual presentará después de la pubertad. La

diferencia respecto de esta última reside sólo en el hecho de que la unificación de las pulsiones

parciales y su subordinación al primado de los genitales no son establecidas en la infancia, o lo

son de manera muy incompleta. Por tanto, la instauración de ese primado al servicio de la

reproducción es la última fase por la que atraviesa la organización sexual».

Hoy ya no me declararía satisfecho con la tesis de que el primado de los genitales no se

consuma en la primera infancia, o lo hace sólo de manera muy incompleta, La aproximación de

la vida sexual infantil a la del adulto llega mucho más allá, y no se circunscribe a la emergencia

de una elección de objeto. Si bien no se alcanza una verdadera unificación de las pulsiones

parciales bajo el primado de los genitales, en el apogeo del proceso de desarrollo de la

sexualidad infantil el interés por los genitales y el quehacer genital cobran una significatividad

dominante, que poco le va en zaga a la de la edad madura. El carácter principal de esta

«organización genital infantil» es, al mismo tiempo, su diferencia respecto de la organización

genital definitiva del adulto. Reside en que, para ambos sexos, sólo desempeña un papel un

genital,el masculino. Por tanto, no hay un primado genital, sino un primado del falo.

Por desdicha, sólo podemos describir estas constelaciones respecto del varoncito; carecemos

de una intelección de los procesos correspondientes en la niña pequeña. Aquel percibe, sin

duda, la diferencia entre varones y mujeres, pero al comienzo no tiene ocasión de relacionarla

con una diversidad de sus genitales. Para él es natural presuponer en todos los otros seres

vivos, humanos y animales, un genital parecido al que él mismo posee; más aún: sabemos que

hasta en las cosas inanimadas busca una forma análoga a su miembro. (ver nota)(178) Esta

parte del cuerpo que se excita con facilidad, parte cambiante y tan rica en sensaciones, ocupa

en alto grado el interés del niño y de continuo plantea nuevas y nuevas tareas a su pulsión de

investigación. Querría verlo también en otras personas para compararlo con el suyo; se

comporta como si barruntara que ese miembro podría y debería ser más grande. La fuerza

pulsionante que esta parte viril desplegará más tarde en la pubertad se exterioriza en aquella

época de la vida, en lo esencial, como esfuerzo de investigación, como curiosidad sexual.

Muchas de las exhibiciones y agresiones que el niño emprende y que a una edad posterior se

juzgarían como inequívocas exteriorizaciones de lascivia, se revelan al análisis como

experimentos puestos al servicio de la investigación sexual.

En el curso de estas indagaciones el niño llega a descubrir que el pene no es un patrimonio

común de todos los seres semejantes a él. Da ocasión a ello la visión casual de los genitales de

una hermanita o compañerita de juegos; pero niños agudos ya tuvieron antes, por sus

percepciones del orinar de las niñas, en quienes veían otra posición y escuchaban otro ruido, la

sospecha de que ahí había algo distinto, y luego intentaron repetir tales observaciones de

manera más esclarecedora. Es notoria su reacción frente a las primeras impresiones de la falta

del pene. Desconocen(179) esa falta; creen ver un miembro a pesar de todo; cohonestan la

contradicción entre observación y prejuicio mediante el subterfugio de que aún sería pequeño y

ya va a crecer(180), y después, poco a poco, llegan a la conclusión, afectivamente sustantiva,

de que sin duda estuvo presente y luego fue removido. La falta de pene es entendida como

resultado de una castración, y ahora se le plantea al niño la tarea de habérselas con la

referencia de la castración a su propia persona. Los desarrollos que sobrevienen son

demasiado notorios para que sea necesario repetirlos aquí. Me parece, eso sí, que sólo puede

apreciarse rectamente la significatividad del complejo de castración si a la vez se toma en

cuenta su génesis en la fase del primado del falo. (ver nota)(181)

Es notorio, asimismo, cuánto menosprecio por la mujer, horror a ella, disposición a la

homosexualidad, derivan del convencimiento final acerca de la falta de pene en la mujer.

Recientemente, Ferenczi (1923), con todo derecho, recondujo el símbolo mitológico del horror,

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