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Og Mandino Operación: Jesucristo


Enviado por   •  2 de Febrero de 2012  •  7.510 Palabras (31 Páginas)  •  925 Visitas

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Og Mandino Operación: ¡Jesucristo!

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A primera vista, Santiago me decepcionó. Al ver a los dos amigos abrazándose, era difícil comprender que

José de Arimatea, el jefe poderoso de una caravana de mercaderes, ricamente ataviado, rindiera homenaje a ese

individuo tan poco impresionante cuyo aspecto insignificante y miserable no se acercaba, ni con mucho, a la

imagen que de él me había forjado en la mente.

Me sentí decepcionado y, no obstante, recibí con beneplácito esa decepción, como si su aspecto desaliñado

y su manera de ser retraída indicasen una debilidad que yo podría explotar a todo lo largo de mi interrogatorio.

Debí haberlo sabido; he andado por allí demasiado tiempo para dejarme llevar por una primera impresión, pero

aun así, lo sigo haciendo.

Santiago era de pequeña estatura, como la mayoría de sus paisanos, con largas guedejas de cabello negro

desaliñado que colgaban libremente cayendo sobre sus mejillas y la ancha espalda. Su rostro oscuro y cuadrado,

dominado por una frente amplia que sobresalía sobre unas cejas espesas y ojos de un tono café claro, estaba

enmarcado por una luenga barba descuidada, que relucía debido a la transpiración, y que cubría parcialmente

un tórax tan amplio como un barril. El frente de su túnica de lino estaba tan raído que dejaba ver unas rodillas

tan toscas y encallecidas por la constante oración, que en realidad se parecían a las de un camello, tal y como

yo lo recordaba por mis lecturas.

Por fin José se volvió hacia mí diciendo:

—Éste es un amigo mío, de nombre Matías, que ha venido de Roma. Está preparando para sus compatriotas

una historia de nuestra nación y de nuestros grandes dirigentes y profetas.

Santiago se acercó más a mí y me abrazó brevemente. Abrí la boca, pero la voz se rehusaba a cooperar.

¿Sería posible? ¿En realidad me encontraba en el templo construido por Herodes, y era el hermano de Jesús

quien había colocado sus manos alrededor de mi persona?

Ahora que nos encontrábamos a corta distancia, era obvio que este hombre estaba al borde del agotamiento

después del sermón tan prolongado y vigoroso que acababa de dar al pueblo. Sus ojos estaban inyectados con

sangre y cerraba con frecuencia sus párpados hinchados, como si necesitara de un gran esfuerzo para

mantenerlos abiertos. Aun así, sonrió cordialmente y dijo:

—La paz sea contigo, Matías, y con tu obra. ¿Otra historia para que la poderosa águila romana mastique?

La obra grandiosa de Livio fue suficiente para Augusto, ¿acaso Tiberio quiere más?

Me sentí como un colegial de primer año, con la lengua atada tratando de decir su parlamento en una obra

representada en el salón de clases, y la pregunta no era como para aumentar la confianza en mí mismo. ¿Cómo

era posible que este galileo rústico y supuestamente inculto supiera algo acerca del mejor historiador de Roma?

Le expliqué que la obra suprema de Livio trataba primordialmente de la ciudad de Roma desde la época de su

fundación, pero que había una necesidad poderosa de narrar la historia de los otros grandes pueblos que ahora

formaban parte del imperio, y que yo había escogido a las provincias de Oriente para mi proyecto.

—Pero, ¿cómo puedo ayudarte? Si lo que buscas es la auténtica historia de nuestra nación y de nuestros

profetas, te sugeriría que hablaras con ellos —me dijo, señalando hacia el Templo.

Me volví a mirar a José, quien movió la cabeza en señal de aliento.

—¿Tú eres el hermano* de Jesús, no es así?

Santiago ladeó la cabeza y se me quedó mirando hasta que empecé a sentirme incómodo.

—Sí, lo soy.

—Quisiera saber todo lo concerniente a Jesús.

—¿Por qué? —preguntó mientras sus ojos fatigados recorrían de arriba a abajo la franja púrpura de mi

túnica—. Jesús jamás fue rey, ni general; nunca ganó una batalla ni encabezó un gobierno, ni tampoco escribió

* La palabra hermano en hebreo (ah) y en arameo tiene un significado diferente del que nosotros le damos, pues además de los hermanos incluye a

los primos y sobrinos. Esto se debe a que hebreo y arameo carecen de denominaciones exactas para estos últimos parentescos. Cf. Gen. 13: 8; 141 14; Lv.

10: 4; Jn. 1: 41.

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Og Mandino Operación: ¡Jesucristo!

un discurso erudito. ¿Por qué tú, o Roma para el caso, se preocupan por él?

—Perdóname, pero he escuchado muchas historias acerca de Jesús, historias que no he podido aceptar,

especialmente el rumor de que resucitó de entre los muertos al tercer día después de su crucifixión. Como las

autoridades romanas estuvieron implicadas en su ejecución, me parece que esto cae dentro de mis dominios,

como ciudadano y como escritor, a fin de enterarme de la verdad acerca de este hombre, ya que la vida de tu

hermano sigue siendo un enigma para muchos.

Hice una pausa para aclarar la garganta. Tanto José como Santiago permanecieron silenciosos, así que

continué:

—Yo no llevo el yugo del César; no estoy aquí para encubrir acontecimientos del pasado, como los

jornaleros encalan las fachadas de los edificios para ocultar viejas huellas del tiempo. No busco otra cosa que

no sea la verdad acerca de Jesús, y como hermano suyo, tú estás en una posición única para proporcionarme

información que sería imposible obtener de cualquier fuente. ¿Estás en disposición de prestarme tu ayuda,

Santiago?

Mi voz temblaba, pero no podía evitarlo. Sintiéndome absolutamente impotente, esperé su reacción, seguro

de que podría presentar mi caso en una forma un poco más diplomática si me concedieran una segunda

oportunidad.

Santiago me fulminó con la mirada y sentí que el corazón se me iba hasta los talones. Después, con un

quejido, dio la vuelta y cojeó lentamente hasta la banca sombreada y con la mano me señaló el sitio a su lado,

diciendo:

—Ven a sentarte, Matías. Sospecho que lo que tienes en mente se llevará mucho tiempo y mis huesos ya

están muy fatigados.

Experimenté un impulso de saltar de alegría, lo cual seguramente se reflejó en mi rostro, pero la mirada

severa de José me calmó rápidamente; me acompañó hasta la banca y tomó asiento al otro lado de Santiago,

mientras Shem seguía caminando de un lado a otro en las cercanías; su presencia imponente era una perfecta

barrera para cualquier extraño que quisiera aproximarse

...

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