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Paradigmas económicos


Enviado por   •  9 de Octubre de 2012  •  1.877 Palabras (8 Páginas)  •  577 Visitas

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Paradigmas económicos

LA ideología económica sufre oscilaciones cíclicas que van de izquierda a derecha y de derecha a izquierda", escribió hace una década el profesor Paul Krugman (Peddling Prosperity. Economic Sense and Nonsense in an Age of Diminished Expectations, Norton, 1994). Ya lo había advertido Goethe: "Nuestra carrera suele seguir rumbo zigzagueante", decía el fuego fatuo a Mefistófeles. A lo que éste replicaba: "Por lo visto queréis imitar a los hombres" (G. W. Goethe, Fausto).

En general, las dicotomías Estado-mercado, protección-libre cambio, interés público-interés privado, han constituido una suerte de camino tridimensional, ciertamente en espiral, que ha enmarcado la carrera zigzagueante del pensamiento económico. De hecho, las naciones han sido beneficiarias o víctimas cuando las políticas económicas prácticas de sus gobiernos -y las teorías económicas que las inspiran- han guardado, o no, un sensato equilibrio respecto de las líneas extremas de estas dicotomías.

Durante los pecaminosos tiempos preadamitas -es decir, los que precedieron al liberalismo económico clásico, formulado magistralmente por Adam Smith y David Ricardo durante la segunda mitad del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX-, la escuela (o tradición) económica mercantilista constituía la corriente principal del pensamiento económico occidental.

Formulado en el siglo XVI, el paradigma mercantilista no sólo postulaba la regulación del comercio exterior como instrumento fundamental de la prosperidad de las naciones, sino que su doctrina de la balanza comercial trascendía la noción simple del superávit mercantil como fuente de acumulación, hacia una concepción más amplia de las funciones del Estado en el desarrollo económico.

Por una parte, una suerte de política industrial activa, que favorecería el desarrollo manufacturero mediante aranceles protectores de la industria nacional, la importación más libre de materias primas baratas y la promoción de las exportaciones de bienes terminados; lo cual -a juicio de los mercantilistas- fomentaría la ocupación interna, lográndose una favorable "balanza de mano de obra" o, en términos modernos, un mayor valor agregado en las exportaciones de bienes. Además, el elevado efecto que esta clase de exportaciones generaría sobre la ocupación y el ingreso nacional, se vería acrecentado por la mayor oferta de oro monetario, lograda mediante el superávit comercial, que permitiría mantener bajas las tasas internas de interés.

Finalmente, la noción mercantilista del papel activo del Estado en el proceso económico comprendía también un claro concepto de la inversión pública en obras de infraestructura, no sólo como tarea básica de interés común, sino también para atemperar los efectos de las depresiones comerciales sobre el nivel general de ocupación.

El paradigma clásico, fundado por Adam Smith en la segunda mitad del siglo XVIII, se erigió como escuela dominante del pensamiento económico en ardua lucha contra la teoría y la política económica del mercantilismo. Para el paradigma clásico, los agentes privados actuando en mercados libres y persiguiendo sus fines individuales son guiados por una mano invisible (el sistema de precios), que establece la asignación eficiente de los recursos y el equilibrio natural del sistema económico. En general, la oferta genera su propia demanda, de manera que una sobreproducción generalizada o una insuficiencia de la demanda agregada están de antemano descartadas; el ahorro se convierte íntegramente en inversión, de modo que la dinámica del ahorro asegura la dinámica de la inversión y las variaciones en la oferta monetaria no inciden en el ritmo general de la actividad económica real, sino solamente en el índice general de precios. Puesto que el mercado garantiza el equilibrio y la eficiencia del sistema económico, cualquier injerencia del Estado en el proceso económico es considerada perniciosa.

En el ámbito internacional, el paradigma clásico postuló el libre comercio como el medio para lograr la asignación eficiente de los recursos nacionales y, en consecuencia, para alcanzar los mayores niveles de ingreso y bienestar.

Al promover la especializaciónbasada en las ventajas comparativas (concepto ricardiano que, como todo el paradigma clásico, supone el pleno empleo de los factores productivos), la acción bienechora de la mano invisible del mercado adquiere dimensión universal.

Durante el siglo XIX, el liberalismo económico clásico fue severamente cuestionado por la escuela histórica alemana, por el romanticismo económico francés y por el marxismo.

Pero el astuto lema de cambiar para permanecer es una eterna estrategia de sobrevivencia, y bajo la piel renovada de economía neoclásica, el liberalismo económico se reafirmó en el centro del pensamiento económico occidental.

Sin embargo, todo lo que existe merece perecer (Goethe), o por lo menos eclipsarse temporalmente. La crisis del paradigma clásico (en sí, y en su ropaje neoclásico) y su reemplazo por un nuevo paradigma económico tuvo lugar al estallar la Gran Depresión.

El desplome abrupto, profundo y prolongado del empleo pusieron en evidencia las limitaciones del paradigma clásico para explicar las realidades económicas: la oferta no generaba su propia demanda, el ahorro no se convertía plenamente en inversión, el mecanismo autocorrector de los precios no restablecía de manera automática el equilibrio general.

La revolución keynesiana se produjo, triunfó y enraizó en el pensamiento económico precisamente cuando la Gran Depresión puso ruidosamente en evidencia la contradicción entre los hechos observados y los postulados de la economía clásica y neoclásica.

En el paradigma keynesiano, el mecanismo de precios puede no resolver eficazmente los desajustes del sistema económico: los precios responden con lentitud a los excedentes de oferta y, en menor medida, a los excedentes de demanda, de modo que no hay un ajuste automático e inmediato en los mercados; el ahorro no se convierte automáticamente en inversión; la equidad distributiva del ingreso no brota automáticamente del sistema de precios, al contrario: "La economía capitalista genera dos problemas fundamentales: desocupación y concentración de la riqueza y el ingreso" (Keynes). En consecuencia, el paradigma económico construido por Keynes postuló la necesaria intervención del Estado para conseguir un mejor desempeño del sistema económico; durante varias décadas este paradigma dominó

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