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Psicoloia De La Imagen


Enviado por   •  29 de Septiembre de 2014  •  9.383 Palabras (38 Páginas)  •  127 Visitas

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PSICOLOGÍA DE LA IMAGEN

Introducción

Cuando decimos “espacio de representación”, tal vez alguien piense en una suerte de “continente” en cuyo interior se dan determinados “contenidos” de conciencia. Si, además, cree que esos “contenidos” son las imágenes y que éstas operan como meras copias de la percepción, tendremos que sortear algunas dificultades antes de ponernos de acuerdo. En efecto, quien así piensa, se ubica en la perspectiva de una psicología ingenua tributaria de las ciencias naturales, que parte sin discusión de una visión orientada al estudio de los fenómenos psíquicos en términos de materialidad.

Desde ya es oportuno advertir que nuestra ubicación respecto al tema de la conciencia y sus funciones, no admite el presupuesto comentado. Para nosotros, la conciencia es intencionalidad. Algo por cierto inexistente en el fenómeno natural y totalmente ajeno al estudio de las ciencias ocupadas en la materialidad de los fenómenos.

En este trabajo pretendemos dar cuenta de la imagen como un modo activo de estar la conciencia en el mundo, como un modo de estar que no puede ser independiente de la espacialidad y como un modo en el que las numerosas funciones con que cumple, dependen de la posición que asume en esa espacialidad.

Capítulo I. El problema del espacio en el estudio de los fenómenos de conciencia

1. Antecedentes

Resulta en extremo curioso que muchos psicólogos al aludir a los fenómenos que produce la sensación los hayan emplazado en un espacio externo y que luego, hayan hablado de los hechos de representación (como si se tratara de copias de lo percibido) sin preocuparse por develar “en dónde” se daban tales fenómenos. Seguramente, consideraron que con describir los hechos de conciencia ligándolos al transcurrir (sin explicar en qué consistía tal transcurrir) y con interpretar las fuentes de tales hechos como causas determinantes (ubicadas en el espacio externo), quedaba agotado el tema de las primeras preguntas y de las respuestas que debían efectuar para fundamentar su ciencia. Creyeron que el tiempo en el que acaecían los fenómenos (tanto externos como internos), era un tiempo absoluto y que el espacio era sólo válido para la “realidad” externa, no para la conciencia, por cuanto ésta frecuentemente lo deformaba en sus imágenes, en sus sueños, en sus alucinaciones.

Desde luego que fue preocupación de varios de ellos tratar de entender si el representar era propio del alma, o del cerebro, o de otra entidad. No podemos dejar de recordar aquí la célebre epístola de Descartes a Cristina de Suecia en la que menciona el “punto de unión” entre el alma y el cuerpo para explicar el hecho del pensamiento y la actividad volitiva que pone en marcha a la máquina humana. Y es por demás extraño, que justamente el filósofo que nos acercara a la comprensión de los datos inmediatos e indudables del pensar, no haya reparado en el tema de la espacialidad de la representación, como dato independiente de la espacialidad que los sentidos obtienen de sus fuentes externas. Por otra parte, Descartes, como fundamentador de la óptica geométrica y creador de la geometría analítica, estaba familiarizado con el tema de la ubicación precisa de los fenómenos en el espacio. Contando entonces con todos los elementos necesarios (por una parte, su duda metódica y por otra, sus conocimientos en torno al emplazamiento de los fenómenos en el espacio), faltó que diera un paso mínimo para terminar plasmando la idea de la ubicación de la representación en diferentes “puntos” del espacio de conciencia.

Fueron necesarios casi trescientos años para que el concepto de representación se independizara de la percepción espacial ingenua y cobrara sentido propio sobre la base de la revalorización (en verdad, recreación), de la idea de intencionalidad que ya había anotado la escolástica en base a los estudios sobre Aristóteles. El mérito cabe a F. Brentano. En su obra hay numerosas menciones sobre el problema que nos ocupa y, si bien, no lo formula en toda su extensión, deja sentadas las bases para avanzar en la dirección correcta.

Es la obra de un discípulo de Brentano, la que permite poner a punto el problema y desde allí avanzar hacia soluciones que, a nuestro entender, terminarán revolucionando no solamente el campo de la psicología (que aparentemente es el terreno en el que se desarrollan estos temas), sino de muchas otras disciplinas.

Así las cosas, en las Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica Husserl estudia la “Idea” regional de cosa en general, como aquel algo idéntico que se mantiene en medio de las infinitudes del curso determinado de tal y cual forma y que se da a conocer en las correspondientes series infinitas de nóemas también de formas determinadas. La cosa se da en su esencia ideal de res temporalis en la “forma” necesaria del tiempo; se da en su esencia ideal de res materialis en su unidad sustancial y se da en su esencia ideal de res extensa en la “forma” de espacio, no obstante los cambios de formas infinitamente variadas, o según el caso (dada una forma fija), no obstante cambios de lugar que también pueden ser infinitamente variados, o de “movilidad” in infinitum. “Así –dice Husserl– aprehendemos la ‘Idea’ del espacio y las Ideas incluidas en ella.” El problema del origen de la representación del espacio, queda reducido al análisis fenomenológico de las diferentes expresiones en que éste se exhibe como unidad intuitiva.1

Husserl nos ha colocado así en el campo de la reducción eidética y de su trabajo extraemos innumerables enseñanzas, pero nuestro interés está orientado a temas propios de una psicología fenomenológica más que de una filosofía fenomenológica y aunque repetidamente abandonemos la epojé propia del método husserliano, no por ello ignoraremos tal irregularidad y haremos tales transgresiones en atención a una explicación más accesible de nuestros puntos de vista. Por otra parte, podría ocurrir que si la psicología post-husserliana no ha considerado el problema que nosotros llamamos del “espacio de representación”, algunas de sus tesis deberían ser revisadas.

En todo caso, sería injusto atribuirnos una recaída ingenua en el mundo de “lo psíquico natural”.2

Por último, nuestra preocupación no se dirige al “problema del origen de la representación del espacio”, sino opuestamente, al problema del “espacio” que acompaña a toda representación y en el que se da toda representación. Pero como el “espacio” de representación no es independiente de las representaciones, ¿cómo podríamos tomar tal “espacio” sino como conciencia de la espacialidad en cualquier representación? Y si tal es la dirección de nuestro estudio, al observar

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