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Ressler, Asesinos en serie (resumen)


Enviado por   •  13 de Septiembre de 2015  •  Resumen  •  1.718 Palabras (7 Páginas)  •  411 Visitas

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"Asesinos en serie", de Robert K. Ressler

"El que lucha con monstruos debería evitar convertirse en uno de ellos en el proceso. Y cuando miras al abismo, él mira también dentro de ti". Con esta frase de Nietzsche se abre el libro Asesinos en serie, escrito por el periodista Tom Shachtman y Robert K. Ressler, antiguo agente del FBI, impulsor del Programa para la detención de criminales violentos, encuadrado en la Unidad de ciencias de la conducta, y acuñador del término de asesino en serie (serial killer). Vamos, lo que vendría a ser un protagonista de Mentes criminales, pero en la realidad. Reconforta leer un libro como este, que, pese a tratar sobre un tema tan dado al sensacionalismo, lo hace con una magnífica sobriedad, evitando caer en lo macabro pero sin escatimar detalles importantes. Es una lectura difícil, repleta de información, pero en la que la explicación en primera persona hace que el lector se sienta un poco más acompañado. Lo cual, sobre todo si uno lee a solas llegada la medianoche, en ese momento en el que cualquier ruido parece un presagio de amenaza, se agradece...

Nadie nace siendo un asesino en serie; según Ressler, el período fundamental en la formación de la mente asesina es el de los primeros seis años de vida. Es entonces cuando se crea en esencia la personalidad del niño, cuando este aprende el modo de relacionarse con los demás, de distinguir lo que está bien de lo que está mal y de poner límites a sus deseos. La mayoría de los asesinos en serie se crían en familias disfuncionales, aunque no necesariamente pobres. En algunos casos, falta alguno de los padres; en otros, los padres maltratan a sus hijos, o son terriblemente fríos e indiferentes con ellos. También es común que sean hijos no deseados; en algún caso la madre se siente frustrada al haber deseado una hija, llegando a vestir a su hijo de niña durante largas temporadas. En no pocas ocasiones los padres descargan sus decepciones y fracasos en sus hijos. El caso prototípico es el de Ed Kemper, hijo de una mujer muy apreciada por los estudiantes y profesores de la universidad en la que trabajaba pero que, sin embargo, despreciaba a su propio hijo, culpándole de su mala suerte; Ed Kemper, un gigante descomunal aún de niño, fue recluido al sótano de su casa porque su madre lo consideraba un peligro para sus hermanas. Kemper mató a su primera víctima tras una discusión con su madre; cuando, tiempo después, pensó que podía ser detenido, mató a su madre y se entregó, afirmando que, muerta ella, sus problemas se habían acabado.

Ressler considera que, aproximadamente hasta los doce años, todavía es posible reconducir la situación a través de alguna figura de autoridad, ya sea alguno de los padres, un hermano mayor o algún buen amigo. En cualquier caso, nacer en una familia disfuncional o no ser excesivamente querido por tus padres no te convierte automáticamente en un futuro asesino. Simplemente, se trata de un conjunto de factores que confluyen en la mayoría de los asesinos en serie. Como decía un profesor de historia, no todos los nacionalismos son fascistas, pero todos los fascismos son nacionalistas. Por ejemplo, los asesinos en serie son casi siempre varones blancos de entre 20 y 40 años, pero eso no impide que, muy extrañanamente, haya habido algún asesino de menos edad e incluso (aunque solo una vez, que Ressler conozca) que fuese una mujer. Otros de los factores que suelen concurrir en los futuros asesinos en serie son: enuresis nocturna (se orinan en la cama hasta una edad relativamente avanzada), provocación de pequeños incendios y maltrato a animales.

Otro de los puntos interesantes del libro es la distinción entre asesinos organizados (psicópatas) y desorganizados (que padecen algún trastorno mental), trazada, básicamente, a partir de la escena del crimen y del tipo de víctima elegida. La característica principal de los asesinos organizados es, como insinúa su propio nombre, que planifican sus crímenes. Por eso, es común en ellos elegir a víctimas de bajo riesgo (autoestopistas, prostitutas, vagabundos); utilizar su propio vehículo, ya sea para ir a cometer el delito o para desprenderse del cadáver; tener el material necesario para el ataque (Ressler habla de "kit de violación"); y no ser demasiado sangrientos a la hora de asesinar. Aunque los asesinos en serie suelen ser hombres solitarios e introvertidos, los asesinos organizados son los que mejor pueden compatibilizar su lado criminal con una vida aparentemente normal. John Gacy simultaneó el asesinato de 33 varones jóvenes con su próspero negocio de contratista, llegando a ser apreciado en su vecindario; algunas veces se disfrazaba de payaso en las fiestas de cumpleaños, lo que hizo que tanto la prensa como Hollywood lo bautizasen como "el payaso asesino". Los asesinos desorganizados, por el contrario, se caracterizan por una brutalidad casi sin límites, fruto de su descontrol e improvisación. Normalmente, a la hora de asesinar van a pie o en transporte público; eligen a sus víctimas al azar, aunque pueda ser peligroso para ellos mismos; no se preocupan por los vestigios que pueda dejar la perpetración del delito; y son extremadamente brutales, siendo habitual en ellos la mutilación o el canibalismo. Un rasgo sorprendente de los asesinos desorganizados es que matan muy rápido a su víctima, para despersonalizarla; los asesinos organizados, por el contrario, demoran al máximo su muerte, para disfrutar más. En conclusión, la principal diferencia entre uno y otro tipo de asesino es que el desorganizado no puede controlar su impulso criminal, mientras que el organizado planifica su fantasía y decide cuándo ejecutarla.

Fantasía: ese es el término clave para entender al asesino en serie. Ressler distingue entre asesino de masas (aquel que mata a muchas personas en una sola acción) y asesino en serie, que comete varios asesinatos encadenados con la finalidad de perfeccionar cada vez más su propia fantasía. El impulso del asesino en serie es siempre sexual, aun cuando no penetre a la víctima (otro rasgo propio de los asesinos desorganizados); durante años, la mente del 
serial killer asocia sexo y muerte, llenándose de fantasías que acrecientan su deseo sexual; por ejemplo, puede masturbarse pensando en estrangular a una mujer, o en matarla mientras practican sexo. Los asesinos en serie son personas que tienen un concepto "desviado" de la sexualidad, lo cual les impide tener relaciones sexuales (y sentimentales) prolongadas con mujeres. Algunos de ellos son en la práctica impotentes, aunque pueden llegar a tener una erección al matar. Es curioso porque en ellos se cumple el dicho según el cual el asesino siempre vuelve al lugar del crimen; en este caso, sin embargo, no es ni por arrepentimiento ni para borrar huellas, sino para excitarse recordando ese momento. La misma función cumplen los "trofeos", objetos materiales de las víctimas que guardan con celo; puede tratarse de anillos, collares o pañuelos, que en ocasiones regalan a sus esposas, disfrutando íntimamente del hecho de saber que solo ellos comprenden el significado real de ese objeto.

Las páginas de este libro están llenas de historias terribles, protagonizadas por hombres perturbados: Richard Trenton Chase, "el vampiro de Sacramento", que bebía la sangre de sus víctimas porque creía que la mafia, los nazis y los extraterrestres (sic) estaban consumiendo la suya; Ted Bundy, el atractivo, elegante y amable asesino de más de veinte mujeres; Ed Kemper, un gigante de dos metros y más de 130 kilos que decapitaba a autoestopistas; el famoso Charles Manson, maestro de la manipulación, que ni siquiera necesitó ordenar a sus seguidores que hiciesen lo que él pretendía; David Berkowitz, "el hijo de Sam", que durante un año mató, aleatoriamente, a seis personas en New York; Gerard John Schaefer, policía que, en su tiempo libre, torturaba y mataba a mujeres; o Jeffrey Dahmer, el temible "carnicero de Milwaukee", del que Ressler dice que "era como si se hubiera adueñado de todo el horror de los asesinatos sexuales y en serie de los últimos veinticinco años, condensándolos todos en sí mismo".

Pese a esto, no hay en el libro ni una concesión al morbo fácil, a la espectacularidad del horror. Ressler desmitifica al 
serial killer: no es un personaje interesante, una persona con la que uno querría compartir una conversación en la vida, sino seres marginados, atormentados, víctimas de sus trastornos mentales y de su narcisismo exacerbado. Los asesinos en serie de verdad no son como Hannibal Lecter o Dexter Morgan. También ironiza Ressler con la imagen de superdetectives del FBI a la que tanto nos tiene acostumbrado Hollywood. Los agentes del FBI que trabajan con perfiles criminales no suelen salir de la sede central del FBI en Quantico; muchas veces ni siquiera conocen en persona a los policías que reclaman su ayuda, ni mucho menos detienen en persona al criminal. En la vida real, los agentes del FBI y los policías locales no se enamoran mientras persiguen a delincuentes; los asesinos en serie tampoco suelen dedicar demasiados esfuerzos a intentar matar a los agentes del FBI. El agente dedicado a los perfiles criminales tampoco es un mago que adivina hasta el más mínimo detalle del culpable; su trabajo se limita a intentar delimitar los rasgos, físicos y psicológicos, del asesino, para permitir a los policías locales estrechar el cerco sobre el sospechoso.

Al leer el libro, es inevitable preguntarse qué hacer con los asesinos en serie. Ressler lo tiene claro, hablando de Jeffrey Dahmer: "También me alegraba de que no existiera la pena de muerte en Wisconsin, porque ejecutar a Dahmer no habría servido de nada. Ejecutar a Ted Bundy le costó al estado de Florida siete u ocho millones de dólares, dinero que se podía haber invertido mucho mejor en la construcción de alguna institución penal forense dedicada a la investigación y al estudio de gente como Bundy, Kemper, Gacy, Berkowitz y Dahmer, personas que tan horrorosamente han violado la confianza de la sociedad. Ya hace tiempo que los criminólogos están de acuerdo en que la pena de muerte nunca ha disuadido a los delincuentes violentos. Sólo sirve para satisfacer a los familiares de las víctimas y el deseo general de la sociedad de vengarse. Si, como en el caso de Dahmer, se puede asegurar a la sociedad que esos monstruos no cumplirán solo unos años en la cárcel para luego salir otra vez a la calle, entonces habremos progresado mucho".

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