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Zartustra


Enviado por   •  18 de Junio de 2014  •  1.398 Palabras (6 Páginas)  •  280 Visitas

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es Licenciado en Criminología con Espacialidad en prevención del delito e

investigación criminológica por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Ha escrito

diversos artículos en revistas nacionales e internacionales. Es miembro de la Sociedad

Internacional de Criminología con sede en París. Presidente de la Sociedad Mexicana de

Criminología Capítulo Nuevo León A.C. Director de la Revista “Archivos de Criminología,

Criminalística y Seguridad Privada”. Correo:

Así Comió Zaratustra ( WOODY ALLEN - Pura Anarquía)

No hay nada como el descubrimiento de una obra desconocida de un gran pensador para provocar un gran revuelo en la comunidad intelectual y hacer que los académicos vayan de acá para allá a toda prisa, como esas cosas que uno ve cuando mira una gota de agua por el microscopio. En un reciente viaje a Heidelberg para procurarme unas raras cicatrices de duelo del siglo XIX, me topé precisamente con un tesoro de esa clase. ¿Quién habría pensado que existía el libro Sigue mi dieta de Friedrich Nietzsche? Si bien su autenticidad podría antojarse un pelín sospechosa a los puntillosos, la mayoría de quienes han estudiado la obra coinciden en que ningún otro pensador occidental ha estado tan cerca de reconciliar a Platón y el dietista Pritikin. He aquí una selección.

La grasa es una sustancia, o la esencia de una sustancia, o un modo de esa esencia. El gran problema se plantea cuando se acumula en la cadera. Entre los presocráticos, fue Zenón quien sostuvo que el peso era una ilusión y que por mucho que comiera un hombre, siempre sería sólo la mitad de gordo que el hombre que nunca hace flexiones. La búsqueda del cuerpo ideal obsesionó a los atenienses, y, en una obra de Esquilo extraviada, Clitemnestra rompe su juramento de no picar nunca entre horas y se arranca los ojos al tomar conciencia de que ya no le cabe el traje de baño.

Fue necesaria la mente de Aristóteles para explicar el problema del peso en términos científicos, y, en un fragmento inicial de la Ética, declara que la circunferencia de cualquier hombre es igual al contorno de su cintura multiplicado por el número pi. Esto bastó hasta la Edad Media, cuando santo Tomás de Aquino tradujo al latín unos cuantos menús y se abrieron las primeras marisquerías buenas de verdad. La Iglesia seguía viendo con malos ojos eso de salir a cenar, y el uso de aparcacoches era pecado venial.

Como sabemos, durante siglos Roma consideró el sándwich de pavo abierto -un canapé avant la lettre- el colmo de la vida licenciosa; muchos sándwiches fueron obligados a permanecer cerrados y no se abrieron hasta la Reforma. Las pinturas religiosas del siglo XIV representaban al principio escenas de la condenación en las que los obesos vagaban por el Infierno, castigados a una dieta a base de ensaladas y yogur. Especialmente crueles fueron los españoles, y, durante la Inquisición, un hombre podía ser sentenciado a muerte por rellenar de cangrejo un aguacate.

Ningún filósofo se acercó siquiera a resolver el problema de la culpabilidad y el peso hasta que Descartes dividió en dos mente y cuerpo, para que el cuerpo pudiera atracarse mientras la mente pensaba: "¿Y qué más da? Ése no soy yo". La gran duda de la filosofía sigue sin solución: si la vida no tiene sentido, ¿qué hacer con la sopa de letras? Fue Leibniz el primero en decir que la grasa se componía de mónadas; Leibniz hizo dieta y ejercicio, pero nunca se libró de sus mónadas, o al menos no de las que se adherían a sus muslos. Spinoza, por su parte, cenaba frugalmente porque creía que Dios estaba presente en todo, y resulta intimidatorio engullir un bollo si uno piensa que está echando mostaza a la Causa Primera de Todas las Cosas.

¿Existe relación entre una dieta sana y el genio creativo? Basta con fijarse en el compositor Richard Wagner y ver lo que se echa al coleto. Patatas fritas, queso gratinado, nachos: Dios santo, el apetito de ese hombre no tiene límite, y sin embargo su música es sublime. Cosima, su mujer, tampoco se queda corta, pero al menos sale a correr todos los días. En una escena extraída del ciclo del Anillo, Sigfrido decide salir a cenar con las doncellas del Rin y, heroicamente, devora un buey, dos docenas de aves, varios quesos de bola y 15 barriles de cerveza.

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