LA ESPERANZA DE LOS CIELOS NUEVOS Y DE LA TIERRA NUEVA

LA ESPERANZA DE LOS CIELOS NUEVOS Y DE LA TIERRA NUEVA

1. El fin de los tiempos

El NT hace referencias constantes a la realidad de unos cielos nuevos y una transformación plenificante de la realidad existente. Un ejemplo claro es el llamado discurso escatológico que recoge el evangelio de san Mateo.

Las imágenes del género apocalíptico están utilizadas y puestas al servicio de un mensaje mucho más profundo; igual que ocurrirá con Jesucristo, en su muerte y en la transformación definitiva de la resurrección, así también ocurrirá con todo ser humano y con toda la realidad. El texto afirma la intervención definitiva de Dios en la historia, en esa intervención, como en todas las demás, Dios sorprenderá y se escapará de cualquier cosificación humana.

El NT asegura la certeza de la intervención salvífica final de Dios, ésta no ha de ser nunca entendida como amenaza ni esperada con temor. Pues es motivo de esperanza e impulso de vida presente para el cristiano.

Respecto a la idea “del fin del tiempo”, entendido como final de esta realidad que conocemos, es necesario también establecer una diferencia entre la comprensión que de ella hace la física y la teología. Por una parte, la física, presenta el final de la realidad como una involución a la concentración inicial, por lo que podríamos plantearnos la pregunta sobre si esta concepción propugna un nuevo comienzo, así como, un retorno continuado y repetición de situaciones. Desde la teología, siguiendo la enseñanza bíblica, presenta la historia desde una concepción lineal. Todo lo existente ha tenido un origen puntual que proviene de la voluntad creadora de Dios, quien la ha hecho llegar a la existencia desde la nada. La creación aparece como criatura deseada por Dios y dotada de un sentido, una finalidad. Así pues igual que tiene inicio tiene final. En el cual también está Dios.

Pertenece, por tanto, a la fe cristiana confiar en que “al fin de los tiempos” Dios intervendrá definitivamente llevando a consumación su obra creadora. Esta afirmación podría considerarse solo como un deseo. Sin embargo, se fundamenta en un hecho ya acontecido y que constituye su fortaleza; la resurrección de Jesucristo.

Por la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, el cristiano no solo confía, sino que aguarda, el cumplimiento definitivo de la promesa de Dios. Buscar lo mejor es el motor natural del ser humano y aguardar confiadamente, viviendo de acuerdo con lo que se espera, se convierte en motor existencial.

En consecuencia, el anuncio del fin de los tiempos como cumplimiento final del proyecto de Dios, no puede separarse de la fe en persona de Jesucristo. Él, su vida y su mensaje, son garantes de la intervención salvífica de Dios. Por esto, puede decirse que la fe cristiana no está anclada en el pasado y su fundamento son los acontecimientos del pasado, en especial, el “acontecimiento” Cristo, pero el cristiano siempre mira a un futuro pleno y ese futuro se convierte en motor de vida presente.

1. El juicio como salvación

El <> nicenoconstantinopolitano afirma que “Cristo ha de venir a juzgar a vivos y a muertos y su reino no tendrá fin”. Esta afirmación hace referencia a la intervención definitiva de Dios en la historia humana, ésta estará mediada por Cristo. Y es la manera en que la fe de la Iglesia ha expresado la esperanza en un cielo nuevo y una tierra nueva, es decir, su esperanza en la recapitulación final de toda la creación, la plenitud de la salvación ganada por Cristo en su primera venida.

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