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¿Qué sostiene el Concilio Vaticano II acerca de la Humanidad de Jesús?


Enviado por   •  24 de Julio de 2016  •  Ensayo  •  2.536 Palabras (11 Páginas)  •  384 Visitas

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¿Qué sostiene el Concilio Vaticano II acerca de la Humanidad de Jesús?

El Concilio Vaticano II enseña: « La verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación ». Y confirma: « Jesucristo, el Verbo hecho carne, “hombre enviado a los hombres”, habla palabras de Dios (Jn 3,34) y lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre le confió (Jn 5,36; 17,4). Por tanto, Jesucristo ver al cual es ver al Padre (Jn 14,9), con su total presencia y manifestación, con palabras y obras, señales y milagros, sobre todo con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos, y finalmente, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con el testimonio divino.

¿Cómo narra Marcos y Lucas la Concepción Virginal de Jesús?

Marcos 6:3

¿No es éste el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas? Y se escandalizaban de él.

Lucas 1:28

Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: !!Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres.

¿Qué sostiene el Docetismo?

El docetismo fue un error con muchas variaciones acerca de la naturaleza de Cristo. Generalmente, éste enseñaba que Jesús sólo parecía tener un cuerpo y que él no era realmente encarnado, sino solo en apariencia.

 Este error se desarrolló fuera de la filosofía dualista la cual veía a la materia como intrínsicamente maligna, que Dios no podría estar asociado con la materia y de que Dios, siendo perfecto e infinito, no podría sufrir. Por lo tanto, Dios como la palabra, no podría haber venido en carne de acuerdo a Juan 1:1, 14: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios…Y la Palabra se convirtió en carne y habitó entre nosotros…” Esta negación de la verdadera encarnación significaba que Jesús verdaderamente no sufrió en la cruz y de que Él no se levantó de los muertos.

¿Qué sostiene Arrio y Apolinar de Laodicea acerca del Alma de Cristo?

La herejía arriana, al negar la divinidad del Verbo, negaba también que Jesucristo fuera Dios. Arrio y Apolinar de Laodicea negaron que Cristo tuviera verdadera alma humana. El segundo ha tenido particular importancia en este campo y su influencia estuvo presente durante varios siglos en las controversias cristológicas posteriores. En un intento de defender la unidad de Cristo y su impecabilidad, Apolinar sostuvo que el Verbo desempeñaba las funciones del alma espiritual humana. Esta doctrina, sin embargo, suponía negar la verdadera humanidad de Cristo, compuesta, como en todos los hombres, de cuerpo y alma espiritual. Fue condenado en el Concilio I de Constantinopla y en el Sínodo Romano del 382. También actualmente la Iglesia ha vuelto a recordar que Jesucristo es el Hijo de Dios subsistente desde la eternidad que en la Encarnación asumió la naturaleza humana en su única persona divina.

¿Cómo explican la Fisonomía Humana de Jesús los Evangelios?

Jesucristo, hombre como nosotros, tiene una fisonomía humana bien concreta. Las particularidades individuales de Cristo expresan la persona divina del Hijo de Dios, pues El ha hecho suyos los rasgos de su propio cuerpo y alma hasta tal punto que, la fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de la fe cristiana.

En cuanto al aspecto físico de Jesús, los Evangelios no nos han llegado indicación directa alguna. Sin embargo, indirectamente poseemos datos de los que podemos deducir su notable fortaleza física: su largo ayuno, las grandes distancias que recorrió, el rigor de los sufrimientos de su Pasión, etc. No hay motivo para suponer que su humanidad fuese vigorizada por la divinidad por encima de las fuerzas naturales, aunque esto tampoco se puede excluir de manera absoluta.

Jesús aparece en los evangelios como un varón de gran equilibrio mental, que nunca pierde el señorío sobre sí mismo, incluso cuando se manifiesta con ira santa o revela que su alma está triste hasta la muerte; sus respuestas a los fariseos cuando intentan tergiversar sus palabras, son rápidas, inteligentes, directas y, al mismo tiempo, sin engaño. Su lenguaje adquiere con frecuencia tonos sublimes y poéticos de perenne belleza, como en el Sermón del Monte o en las parábolas.

Hable sobre la Resurrección Gloriosa de Jesús según San Juan y sobre su ascensión según San Marcos

Evangelio según San Juan (Juan 20, 1-18)

El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos. Los discípulos regresaron entonces a su casa. María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: «Mujer, ¿por qué lloras?». María respondió: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto». Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. Jesús le preguntó: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?». Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo». Jesús le dijo: «¡María!». Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: «¡Raboní!», es decir «¡Maestro!». Jesús le dijo: «No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: «Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes». María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras.

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