10 Mandamientos De Fernando Savater
Enviado por rasdcs • 19 de Noviembre de 2013 • 5.894 Palabras (24 Páginas) • 1.055 Visitas
I
Amarás a Dios sobre todas las cosas
Diálogo del filósofo con el Señor
Nos mandaste amarte sobre todas las cosas. Me pregunto y te pregunto: ¿tanta necesidad tienes de
que te amen? ¿No es un poco exagerado? ¿No delata una especie de zozobra, de inquietud extraña? Sí...
sí... ya sé que eres un dios celoso, que no acepta ningún tipo de competencia. Pero quiero que entiendas
que no eres muy original. Esto que te sucede le pasa prácticamente a todos los dioses. Estoy viendo que
en ese aspecto sois todos bastante parecidos: excluyentes y posesivos. Siempre queréis todo el amor para
vosotros. Se os ve un poco inseguros de vosotros mismos y necesitados de que los demás estemos siempre
refrendando vuestra superioridad sobre el cosmos y el mundo. Mira... ni siquiera ése es nuestro
problema. Nuestra verdadera dificultad son tus representantes, porque normalmente no te diriges a los
hombres deforma directa. Aquellos que hablan en tu nombre son un verdadero dolor de cabeza. Siempre
nos sugieren y ordenan lo que tenemos que hacer de acuerdo con su nivel de poder.
Aquí estamos frente al primer mandamiento, algo inmodificable según tus leyes: Amarás a Dios
sobre todas las cosas, y no se hable más.
Pero vivimos en el siglo XXI, discutiendo tus leyes... no pongas mala cara si ahora, mal que te
pese, te cuestionamos... son los tiempos que corren.
DE LOS DIOSES CONCRETOS AL ABSTRACTO
El primer mandamiento es el más religioso de todos, porque mientras que los demás se relacionan
con cuestiones de comportamiento social y de grupo, éste plantea una exigencia que la divinidad le
demanda al individuo.
Así, un profeta anónimo le hace decir a Yahvé: «Yo soy el primero y el último; fuera de mí no
existe ningún dios»; «Antes de mí ningún dios había, y ninguno habrá después de mí»; «Yo soy Yahvé y
fuera de mí ningún dios existe»; «Todos ellos son nada; nada pueden hacer, porque sólo son ídolos
vacíos». Frente a estas formas de definirse no podemos negar que, por lo menos, se trata de alguien con
una autoestima superlativa y, sin exagerar, digna de un dios.
Debo admitir que, como no soy creyente, me resultaría muy difícil amarle, y que, incluso aunque
creyera, me costaría describir bien la relación que podría mantener con un ser infinito, inmortal,
invulnerable y eterno. Personalmente entiendo el amor como el deseo casi desesperado de que alguien
perdure, a pesar de sus deficiencias y de su vulnerabilidad. Por eso sólo puedo amar a seres mortales.
La inmortalidad me merece respeto, agobio, pero no me merece amor. Por otra parte, nunca he
sabido muy bien qué se entiende por esa palabra misteriosa que otros manejan con tanta facilidad: Dios.
Hay un libro de Umberto Eco y el cardenal Cario Maria Martini en el que discuten sobre estas
cuestiones. Su título es En qué creen los que no creen1. A quienes no creemos nos es muy fácil explicar
en qué creemos. Lo que me resulta misterioso es saber en qué creen los que creen y, sinceramente, por
más que los he escuchado nunca he entendido a qué se refieren.
F e r n a n d o S a v a t e r L o s d i e z m a n d a m i e n t o s e n e l s i g l o X X I
8
Sin embargo, los no creyentes creemos en algo: en el valor de la vida, de la libertad y de la
dignidad, y en que el goce de los hombres está en manos de éstos y de nadie más. Son los hombres
quienes deben afrontar con lucidez y determinación su condición de soledad trágica, pues es esa
inestabilidad la que da paso a la creación y a la libertad. Los emisarios y los administradores de Dios
personifican en realidad lo más bajo de una conciencia crítica e ilustrada: el fanatismo o la hipocresía, la
negación del cuerpo y la apología del poder jerárquico en su raíz misma.
Un dios abstracto, ¡qué gran novedad! Unos dos mil años antes de Cristo, los dioses siempre habían
sido animales, o árboles, o ríos, o piedras, o mares. Habían tenido un cuerpo, habían sido dioses visibles.
Precisamente las divinidades eran fenómenos que podían verse. Entonces apareció un ser abstracto, hecho
de pura alma y se produjo una verdadera revolución.
Los romanos admitían que cada cual podía tener sus divinidades, porque ellos creían que los dioses
de todos los pueblos eran tolerantes entre sí. Por esta razón, fue paradójico que acusaran de ateos a los
primeros cristianos, aunque veremos que esta manera de razonar tenía su lógica. Los romanos veían que
los cristianos rechazaban a todos los dioses existentes. Resultaba una actitud incomprensible y sectaria, ya
que había una gran variedad. Se les ofrecían los de Oriente, los de Occidente, los de forma animal, los de
forma vegetal. Pero no había nada que hacer: los cristianos los rechazaban a todos. No querían saber nada
con el culto al Emperador, ni con los encarnados en las glorias de cada una de las ciudades. Por tal
motivo, los seguidores de ese dios, que no se veía en ninguna parte, que era la nada, fueron tachados de
ateos por los paganos de Roma.
Los cristianos traían consigo el legado judío. La idea del monoteísmo, de un dios único, excluyente,
infinito, abstracto e invisible, era lo normal para ellos, pero resultó de verdad sorprendente y
revolucionario para el resto.
Pero esa concepción religiosa ¿fue un retroceso o un avance en el desarrollo espiritual de la
humanidad? En cierto sentido la podríamos calificar de positiva porque significó un paso hacia una mayor
universalidad, hacia una mayor abstracción conceptual, El dios se convirtió en un concepto, en una idea.
Dejó de ser cosa, ídolo. Los dioses anteriores estaban siempre ligados a realidades concretas: la
naturaleza, la ciudad, la vida. Entonces surgió un dios que no conocía la naturaleza porque estaba por
encima de ella y además era su dueño. Ignoraba las ciudades porque vivía en todas y en ninguna, pero
además en el desierto y también en una zarza ardiente. ¿Ese dios supuso un progreso respecto a los otros,
o más bien fue una especie de recaída hacia algo más primitivo y atávico? Porque, si bien significó una
ganancia en universalidad, amplitud y espiritualidad, también fue una pérdida en lo que se refiere a la
relación de los hombres con lo natural, con el mundo, con lo que podemos celebrar de la vida concreta y
material.
Por ejemplo, para el escritor y filósofo Marcos
...