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America Latina


Enviado por   •  30 de Septiembre de 2013  •  6.702 Palabras (27 Páginas)  •  430 Visitas

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Rouquié, Alan.

América Latina.

Introducción al Extremo Occidente.

Ed. Siglo Veintiuno.

Primera edición. México, 1989.

¿Qué es América Latina?

Puede parecer paradójico comenzar a hablar de un "área cultural" mencionando la precariedad de su definición. Por singular que pueda parecer, el concepto mismo de América Latina representa un problema. No es inútil pues intentar precisarlo, recordar su historia y hasta criticar su uso. De empleo corriente hoy en la mayoría de los países del mundo y en la nomenclatura internacional, no tiene todo el privilegio del rigor. Un poco al estilo del más reciente y muy ambiguó "Tercer Mundo", ese término a veces parece ser fuente de confusión más que instrumento de delimitación preciso.

¿Qué se entiende geográficamente por América Latina? ¿El conjunto de los países de América del Sur y América Central? Desde luego, pero según los geógrafos México pertenece a América del Norte. ¿Quizá para simplificar debemos conformarnos con englobar bajo esta denominación a las naciones al sur del río Bravo? Pero entonces habría que admitir que Guyana y Belice donde se habla ingles y el Surinam de habla holandesa forman parte de América Latina. A primera vista se trata de un concepto cultural. Y nos inclinaríamos a pensar que cubre exclusivamente las naciones de cultura latina de América. Ahora bien, aunque con Quebec, Canadá sea infinitamente más latina que Belice y tanto como Puerto Rico, estado libre asociado de Estados Unidos, nunca nadie ha pensado incluirlo, ni siquiera al nivel de su provincia franco hablante, en su subconjunto latinoamericano.

Más allá de estas imprecisiones, podríamos pensar en descubrir una identidad subcontinental fuerte, tejida de diversas solidaridades, ya sea que se refieran a una cultura común o a vínculos de otra naturaleza. Sin embargo la diversidad misma de las naciones latinoamericanas, amenaza con menospreciar esta justificación. La escasa densidad de las relaciones económicas, y hasta culturales, de naciones que durante más de un siglo de vida independiente se volvieron la espalda mirando deliberadamente hacia Europa o América del Norte, las enormes disparidades entre países -ya sea desde el ángulo del tamaño como del potencial económico o del papel regional-no favorecen una real conciencia unitaria, a pesar de las oleadas de retórica obligada que este tema no deja de provocar.

Por eso uno se interroga sobre la existencia misma de América Latina. De Luis Alberto Sánchez en Perú a Leopoldo Zea en México, los intelectuales se han planteado la cuestión sin dar respuesta definitive. Lo que está en tela de juicio no es sólo la dimensión unitaria de la denominación y la identidad que encierra frente a la pluralidad de las sociedades de la América llamada latina. En efecto, en ese caso, para poner el ácento en la diversidad y evitar cualquier tentación generalizante, bastaría con eludir la cuestión hablando, como por lo demás se ha hecho, de "Américas latinas". Este término tiene la ventaja de reconecer una de las dificultades, pero al precio de acentuar la dimensión cultural. Ahora bien, también plantea un problema.

¿Por qué latina?

¿Qué abarca esta etiqueta ampliamente aceptada hoy? ¿De dónde viene? Las evidencias del sentido común desaparecen pronto en el caso de hechos sociales y culturales. ¿Son latinas esas Américas negras descritas por Roger Bastide? ¿Latinas la sociedad de Guatemala donde el 50% de la población desciende de los mayas y habla lenguas indígenas, y la de las sierras ecuatorianas donde domina el quechua? ¿Latino el Paraguay guaraní, la Patagonia de los agricultures galeses, la Santa Catarina brasileña poblada de alemanes así como el sur chileno? En realidad se hace referencia a la cultura de los conquistadores y de los colonizadores españoles y portugueses para designar formaciones sociales de componentes múltiples. Se comprende así a nuestros amigos españoles y muchos otros que hablan más fácilmente de América hispana, y hasta, para no ignorar el componente de habla portuguesa del que es heredero el gigantesco Brasil, de Iberoamérica. En efecto el epíteto latina tiene una historia aun cuando Haití, francohablante en sus élites, puede hoy servir de coartada: aparece en Francia bajo Napoleón III, vinculado al gran designio de "ayudar" a las naciones "latinas" de América a detener la expansión de Estados Unidos. La desafortunada locura mexicana fue la realización concrete de esta idea grandiosa. La latinidad tenía la ventaja, al borrar los vínculos particulares de España con una parte del Nuevo Mundo, de dar a Francia legítimos deberes para con esas "hermanas" americanas católicas y romanas. Esa latinidad fue combatida por Madrid en nombre de la hispanidad y de los derechos de la madre patria, donde el término América Latina sigue sin tener derecho de ciudadanía. Estados Unidos, por su parte, opuso el panamericanismo a esa máquina de guerra europea antes de adoptar esa denominación vertical conforme a sus propósitos y que contribuyó a propagar.

Esa América conquistada por los españoles y los portugueses es bastante latina, al menos hasta 1930 en la formación de sus élites donde la cultura francesa reina exclusivamente. ¿Quiere esto decir que esa América sólo es latina por sus "preponderantes" y sus oligarquías, que la América del primer ocupante y de los de abajo que sólo recoge migajas de latinidad y resiste a la cultura del conquistador representa por sí solo la autenticidad del subcontinente? Los intelectuales de la década de los treinta, particularmente en los países andinos, que descubrían al indígena olvidado, desconocido, lo creyeron. Haya de la Torre, poderosa personalidad política peruana, propuso incluso una nueva denominación regional: "Indoamérica". Tendrá menos éxito que el indigenismo literario en el que se inscribe o el partido político de vocación continental al cual Haya dio origen. El indio no tiene mucho éxito en América ante las clases dirigentes. Marginado y excluido de la sociedad nacional, es culturalmente minoritario en todos los grandes estados e incluso en los de viejas civilizaciones precolombinas y de fuerte presencia indígena. Así, según el último censo (1980), de 66 millones de habitantes sólo había en México 2 millones de no hispanohablantes y menos de 7 millones de mexicanos que conocían una o varias lenguas indígenas. Podemos seguir soñando, con Jacques Soustelle, imaginando un México "que a semejanza del Japón hubiera podido conservar en lo esencial su personalidad autóctona sin dejar de introducirse en el mundo de hoy". No fue así, y ese continente está condenado al mestizaje

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