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Biografía de Roberto Murray McCheyne


Enviado por   •  29 de Septiembre de 2014  •  Biografía  •  3.151 Palabras (13 Páginas)  •  230 Visitas

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Roberto Murray McCheyne nació en Edímburgo el 29 de mayo de 1813, en una época en que los primeros resplandores de un gran resurgimiento espiritual tenían lugar en Escocia. Entre los preparativos secretos con que Dios contaba para derramar sobre su pueblo días de verdadero y profundo refrigerio espiritual se hallaba el nacimiento del más joven de los cinco hijos de Adam McCheyne. 

Ya desde su infancia Roberto dio muestras de poseer una naturaleza dulce y afable, a la par que todos podían apreciar en él una mente despierta y una memoria prodigiosa. A la edad de cuatro años, y mientras se reponía de cierta enfermedad, Roberto hizo del estudio del hebreo y del griego su pasatiempo favorito. A los ocho años ingresó en la escuela superior, para pasar años más tarde a la Universidad de Edimburgo. En ambos centros de enseñanza se distinguió como aventajado estudiante, de forma especial en los ejercicios poéticos. Se nos habla de él como de buena estatura, lleno de agilidad y de vigor; ambicioso--- aunque noble en su disposición, evitando cualquier forma de engaño en su conducta. Algunos le consideraron como poseyendo de forma innata todas las virtudes del carácter cristiano, pero, según su propio testimonio, aquella pura moralidad externa por él exhibida, nacida de un corazón farisaico, y al igual que muchos de sus compañeros, él se afanaba en saciar su vida de los placeres mundanos. 

»La muerte de su hermano David causó una profunda impresión en su alma. Su diario contiene numerosas alusiones a este hecho. Años más tarde, escribiendo a un amigo, Roberto decía: "Ora por mí, para que pueda ser más santo y más sabio, menos como soy yo mismo, y más como es mi Señor... Hoy hace siete años que perdí a mi querido hermano, pero empecé a encontrar al hermano que no puede morir". 

A partir de entonces, su tierna conciencia despertó a la realidad del pecado y a las profundidades de su corrupción. "¡Qué infame masa de corrupción he sido! He vivido una gran parte de mi vida completamente separado de Dios y para el mundo. Me he entregado completamente al goce de los sentidos y a las cosas perecederas en torno a mí". 

Aunque él nunca supo la fecha exacta de su nuevo nacimiento, jamás abrigó temor alguno de que éste no se hubiera realizado. La seguridad de su salvación fue algo característico de su ministerio, de modo que su gran preocupación fue, en todo tiempo, obtener una mayor santidad de vida. 

En invierno del año 1831 inició sus estudios en el Divinity Hall, en donde Tomás Chalmers era profesor de Teología, y David We1sh lo era de Historia eclesiástica. Junto con otros compañeros suyos, Eduardo Irving, Horacio y Andrés Bonar -quien más tarde escribiría su biografía- y otros fervorosos amigos, Roberto M. McCheyne se reunía para orar y estudiar la Biblia, especialmente en sus lenguas originales. Cuando el Dr. Chalmers tuvo noticia del modo simple y literal con el que McCheyne escudriñaba las Santas Escrituras, no pudo por menos de decir: "Me gusta esa literalidad. Verdaderamente, todos los sermones de este gran siervo de Dios están caracterizados por una profunda fidelidad al texto bíblico.

»Ya en este período de su vida, McCheyne dio muestras de un gran amor por las almas perdidas, y junto con sus estudios dedicaba varias horas a la semana a la predicación del evangelio, tarea que realizaba casi siempre en los barrios pobres y más bajos de Edimburgo. 

Al igual que otros grandes siervos de Dios, McCheyne tenía una clara conciencia de la radical seriedad del pecado. La comprensión clara de la condición pecadora del hombre era para McCheyne requisito impre3dindible para hacer sentir al corazón la necesidad de Cristo como único Salvador, y también experiencia necesaria para una vida de santidad. Su diario da testimonio de lo severo que era en el juicio que de sí mismo se hacía. "Señor, si ninguna otra cosa podrá librarme de mis pecados, a no ser el dolor y las pruebas, envíamelas, Señor, para que pueda ser librado de mis miembros cargados de carnalidad. Incluso en las más gloriosas experiencias del creyente, McCheyne podía descubrir ribetes de pecado, y así nos dice en una ocasión: "Aún nuestras lágrimas de arrepentimiento están Manchadas de pecado". 

Andrew Bonard escribió acerca de su amigo en los siguientes términos: "Durante los primeros años de sus cursos en el colegio el estudio no llegó a absorber toda su atención. Sin embargo, apenas empezó el cambio en su alma también se reflejó en sus estudios. Un sentimiento muy profundo de su responsabilidad le llevó a dedicar todos sus talentos en el servicio del Maestro, de quien los había redimido. Pocos ha habido que con tan entera dedicación se hayan consagrado a la obra del Señor como fruto de un claro conocimiento de su responsabilidad". 

Mientras cursaba los estudios de Literatura y Filosofía sabía encontrar tiempo para dedicar su atención a la Teología y a la Historia Natural. En los días de su mayor prosperidad en el ministerio de la predicación, cuando juntamente con su alma, su congregación y rebaño constituían el dentro de sus desvelos, con frecuencia se lamentaba por no haber adquirido, en los años previos, un caudal de conocimientos más profundo, pues se había dado cuenta que Podía usar las joyas de Egipto al servicio del Señor. De vez en cuando sus estudios anteriores evocarían en su mente alguna ilustración apropiada para la verdad divina, Y precisamente en el solemne instante en que presentaba el evangelio glorioso a los más ignorantes y depravados. 

Sus propias palabras ponen mejor de manifiesto su estimación por el estudio, y al mismo tiempo descubren el espíritu de oración que, según McCheyne, debía siempre acompañarlo. "Esfuérzate en tus estudios", escribía a un joven estudiante en 1840. "Date cuenta que estás formando, en gran parte, el carácter de tu futuro ministerio. Si adquieres ahora hábitos de estudio matizados por el descuido y la inactividad, nunca sacarás provecho del mismo. Haz cada cosa a su tiempo. Sé diligente en todas las cosas; aquello que valga la pena hacerlo, hazlo con todas tus fuerzas. Y, sobre todas las cosas, preséntate delante del Señor con mucha frecuencia. No intentes nunca ver un rostro humano hasta que no hayas visto primero el rostro de Aquel que es nuestra luz y nuestro todo. Ora por tus semejantes. Ora por tus maestros y compañeros de estudio." A otro joven escribía: "Cuidado con la atmósfera de los autores clásicos, pues es en verdad perniciosa; y tú necesitas muchísimo, para contrarrestarla, el viento sur que se respira de las Escrituras. Es cierto que debemos conocerlos -pero de la misma manera que el químico experimenta con los tóxicos- para descubrir sus cualidades, y no para

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