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Crecimiento Espiritual


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IV Trimestre de 2012

Crecer en Cristo

Notas de Elena G. de White

Lección 5

3 de Noviembre de 2012

Crecer en Cristo

Sábado 27 de octubre

Pero el plan de redención tenía un propósito todavía más amplio y profundo que el de salvar al hombre. Cristo no vino a la tierra solo por este motivo; no vino meramente para que los habitantes de este pequeño mundo acatasen la ley de Dios como debe ser acatada; sino que vino para vindicar el carácter de Dios ante el universo. A este resultado de su gran sacrificio, a su influencia sobre los seres de otros mundos, así como sobre el hombre, se refirió el Salvador cuando poco antes de su crucifixión dijo: “Ahora es el juicio de este mundo: ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (Juan 12:31, 32). El acto de Cristo de morir por la salvación del hombre, no solo haría accesible el cielo para los hombres, sino que ante todo el universo justificaría a Dios y a su Hijo en su trato con la rebelión de Satanás. Demostraría la perpetuidad de la ley de Dios, y revelaría la naturaleza y las consecuencias del pecado (Patriarcas y profetas, p. 55).

Domingo 28 de octubre:

La redención

Los que profesan creer la verdad, ¿escuchan realmente las palabras de Jesús? Él ha dicho: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. “Yo soy el pan de vida”. “Yo soy el buen pas­tor... y pongo mi vida por las ovejas” (Juan 6:48; 10:10, 14). Los que se llaman por su nombre, ¿creen realmente que los hijos de Dios son preciosos a su vista? Al considerar lo que el Señor ha hecho por noso­tros, ¿apreciaremos el amor manifestado hacia nosotros y permitiremos que nuestro corazón sea transformado y nuestro orgullo humillado en el polvo? Con el propósito de llegar a ser el sustituto y la seguridad de los humanos, él dejó de lado su honor y su comando en el cielo y vistió su divinidad con humanidad...

Bajo el poderoso impulso de su amor, tomó su lugar en el universo e invitó al Gobernante de todas las cosas a tratarlo como el representan­te de la familia humana. Se identificó con nuestros intereses, desnudó su pecho para enfrentar el golpe de la muerte, cargó con la culpa y la penalidad humanas y ofreció un completo sacrificio a Dios. Por esa expiación, tiene el poder de ofrecerle a los seres humanos perfecta justicia y plena salvación. Todo aquel que en él cree como su Salvador personal, no perecerá sino tendrá vida eterna (Review and Herald, 18 de abril, 1893).

Jesús, el precioso Salvador, era la Majestad del cielo, pero vino a nuestro mundo y caminó entre los hijos de los hombres no como un Rey que demandaba honores sino como alguien que deseaba servir a otros. Los estimaba por el precio que habría de pagar por su reden­ción. Dijo: “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:28). Su constante preocupación no era cómo obtener los servicios de los demás sino cómo ser una ayuda y bendición para ellos. Lleno de com­pasión por el mundo caído, dejó las cortes celestiales, vistió su divi­nidad con humanidad, tomó la forma de siervo y se hizo “obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8), a fin de que pudié­ramos ser limpiados del pecado y pudiésemos compartir su gloria. La cruz de Cristo avergüenza nuestros deseos y ambiciones egoístas y nuestras luchas por obtener honor y posición. Jesús fue “despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto” (Isaías 53:3). ¿Esperan entonces sus seguidores ser exalta­dos y favorecidos? Cristo es nuestro ejemplo y nos dice a cada uno de nosotros: “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29). ¿Hemos aprendido esta lección en la escuela de Cristo? Si no lo hemos hecho, debemos aprenderla, porque no podemos ser verdaderos maestros de la verdad hasta que no hayamos aprendido este primer gran principio de la religión verdadera: “el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo” (Mateo 20:26, 27) (Signs of the Times, 9 de marzo, 1888).

Lunes 29 de octubre:

Esclavos libertados

No solo el hombre sino también la tierra habían caído por el peca­do bajo el dominio del maligno, y había de ser restaurada mediante el plan de la redención. Al ser creado, Adán recibió el señorío de la tierra. Pero al ceder a la tentación, cayó bajo el poder de Satanás. Y “el que es de alguno vencido, es sujeto a la servidumbre del que lo venció” (2 Pedro 2:19). Cuando el hombre cayó bajo el cautiverio de Satanás, el dominio que antes ejercía pasó a manos de su conquis­tador. De esa manera Satanás llegó a ser “el dios de este siglo” (2 Corintios 4:4). Él había usurpado el dominio que originalmente fue otorgado a Adán. Pero Cristo, mediante su sacrificio, al pagar la pena del pecado, no solo redimiría al hombre, sino que también recuperaría el dominio que éste había perdido. Todo lo que perdió el primer Adán será recuperado por el segundo. El profeta dijo: “Oh torre del rebaño, la fortaleza de la hija de Sión vendrá hasta ti: y el señorío primero” (Miqueas 4:8). Y el apóstol Pablo dirige nuestras miradas hacia “la redención de la posesión adquirida” (Efesios 1:14). Dios creó la tierra para que fuese la morada de seres santos y felices. El Señor “que formó la tierra, el que la hizo y la compuso; no la crió en vano, para que fuese habitada la crió” (Isaías 45:18). Ese propósito será cumplido, cuando sea renovada mediante el poder de Dios y libertada del pecado y el dolor; entonces se convertirá en la morada eterna de los redimidos. “Los justos heredarán la tierra, y vivirán para siempre sobre ella” (Salmo 37:29). “Y no habrá más maldición; sino que el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán” (Apocalipsis 22:3) (Patriarcas y profetas, p. 53).

Todo el cielo ha estado observando con interés, y listo para hacer cualquier cosa que Dios pueda señalar, a fin de ayudar a hombres y muje­res para que lleguen a ser lo que Dios quiere que sean. Dios obrará en favor de sus hijos, pero no sin su cooperación. Deben tener energía indo­mable Y un deseo constante de ser todo lo que les es posible llegar a ser.

Deberían tratar de cultivar sus facultades y desarrollar caracte­res que sean idóneos para un cielo santo. Entonces, y solo entonces, los siervos de Dios serán luces refulgentes y brillantes en el mundo. Entonces tendrán energía en su vida cristiana, porque pondrán todas sus facultades en la tarea y responderán a los esfuerzos

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