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Cómo encontrar puntos en común entre la ciencia y la religión


Enviado por   •  1 de Marzo de 2017  •  Apuntes  •  1.413 Palabras (6 Páginas)  •  314 Visitas

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Cómo encontrar puntos en común entre la ciencia y la religión, existiendo tantos que parecen evidenciar todo lo contrario. Ambas son elementos de un antagonismo que las hace, a ojos de muchos, simplemente irreconciliables.  Probablemente Shapin (2000) al afirmar que “[la] ciencia es una actividad históricamente situada, que debe ser entendida en relación con los contextos en que se desarrolla” (p.26) propicia un primer acercamiento al que puede considerarse como uno de los argumentos que confirman en mayor grado esa irreconciabilidad.

Es decir, si la ciencia debe ser entendida en cuanto al contexto en que ésta tiene lugar, por qué no así la religión. Si las verdades que una u otra religión definen como universales y eternas son, en consecuencia, inamovibles, de una suerte de certeza absoluta, cómo es que pueden serlo si no existe manera de probar tal conjunto de certezas. La respuesta quizás sería la fe. La fe, en sentido general, es una idea bastante abstracta que no tendría cabida en, por ejemplo, la ciencia, a menos que se tenga fe en que la información acopiada para un determinado fin sí cumpla con las expectativas del estudio conducido. Pero, ¿es acaso un fin para la religión fundamentar con certezas fácticas alguno de sus dogmas?

Y, en cuanto a la ciencia ¿sería preciso darle un poco más de licencia para que incorpore posturas que no necesariamente se basen en evidencias contrastables, sino que también se fundamenten, exclusivamente, en la fe? En la religión y en su componente de religiosidad como se sugirió al principio, se consideran sus preceptos como inamovibles, si bien algunas de sus posturas se han ido adaptando conforme el paso del tiempo  más no así sus dogmas primigenios. Entonces, se tiene que la falta absoluta de certeza característica de la ciencia es un factor que difícilmente puede ser encontrado en la religión, dado que en lo que respecta a la ciencia, aún si toma mucho tiempo, sus ideas y/o conceptos, o las que podrían considerarse a su vez como unas doctrinas sí lo hacen, algo que Shapin (2000) deja claro al señalar que incluso lo que se consideró como una Revolución Científica en un momento determinado, no necesariamente lo fue en el contexto en que tuvo lugar, aún cuando las mismas personas involucradas en tales hechos revolucionarios así lo consideraran, aunque en un sentido más inmediato.

Al respecto, el autor afirma que a finales del siglo XVI e inicios del siglo XVII, los científicos desafiaban la antigua ortodoxia (y, de paso, la misma religión), ya que “[todos] los días se presentaban fenómenos nuevos sobre los cuales los textos antiguos guardaban silencio” (Shapin, 2000, p. 39). En el mismo sentido, señala que este nuevo escenario respondía igualmente a un más intrincado intercambio comercial entre Oriente y Occidente, el cual permitió un flujo constante, no sólo de nuevas ideas, sino también de artefactos.

Sin embargo, entre la religión y la ciencia, a pesar de parecer antagónicas, se pueden establecer elementos en común, no de contenido, sino más de forma. Al respecto Eiseley (1972) sugiere que la ciencia resulta ser “una institución cultural inventada” (p.95), la cual requería de un suelo único para que se desarrollara. De acuerdo a este autor, si bien se pueden rastrear aspectos científicos entre los antiguos griegos y chinos, entre otros (y así igualmente lo hace Shapin), la que puede ser considerada como ciencia moderna no es más sino un resultado de la civilización europea propiamente dicha, heredera de las concepciones medievales y renacentistas que le aún le son tan características. Por lo tanto, siendo el cristianismo un eje fundamental de la historia europea a partir de su adopción bizantina, éste sería un pilar en el desarrollo de su cultura y, por ende, de su ciencia. Así, Eisely (1978)  afirma que fue el cristianismo  “el que finalmente dio a luz en una forma clara y articulada al método experimental de la ciencia misma” (p.62).

Lo anterior puede ser tanto debatible como aceptable. Primero, debido a la evidente persecución sufrida por muchos de aquellos que por medio de sus descubrimientos y aportes a la ciencia resultaron en oposición, incluso siendo creyentes, a los dogmas religiosos y, segundo, porque sin duda alguna el cristianismo fue definitivo en la configuración de lo que hoy llamamos Occidente.

La postura de Brooke (1998) en relación a lo expuesto anteriormente es similar ya que, yendo más allá de los innegables conflictos entre ambas vertientes, el autor busca rastrear y de esa manera establecer relaciones que vinculen la cosmovisión cristiana (judeocristiana siendo más específicos) con el desarrollo de la ciencia occidental.

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