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Domingo Del Bautismo Del Señor


Enviado por   •  16 de Enero de 2012  •  3.369 Palabras (14 Páginas)  •  634 Visitas

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Domingo del Bautismo del Señor

Isaías 42, 1-4. 6-7; Hechos de los apóstoles 10,34-38; Marcos 1, 7-11

« Se abrió el cielo, y se oyó la voz del Padre: -Éste es mi Hijo amado, escuchadlo »

8 Enero 2012 P. Carlos Padilla Esteban

« Que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo,

porque Dios estaba con él »

Celebramos hoy la fiesta del Bautismo del Señor, la revelación del amor del Padre que

se derrama sobre su Hijo. Necesitamos recordar el amor de un Dios que se hace carne,

un amor que se regala. Porque si no, cuando nos olvidamos, vuelve esa melancolía que

nos hace sentirnos no queridos. Al notar la ausencia de amor en el alma, dejamos de

valorar nuestros talentos, nuestras obras, lo que valemos ya por el simple hecho de ser

hijos. Lo hemos comprobado, «nuestra mente está muy ligada a nuestros hábitos de

pensamiento, incluso cuando éstos nos hacen sufrir»1. Y con facilidad se apoderan de nosotros

esos pensamientos que nos llevan a no valorarnos y a sentir que otros no nos valoran y

valen, además, mucho más que nosotros. Son pensamientos que se apoderan del alma y

nos cuesta mucho cambiar esas formas de pensar. Una y otra vez vuelven a nosotros y

con ellos baja nuestra autoestima casi sin darnos cuenta. Los síntomas son muy

reconocibles como leía el otro día: «Los síntomas que manifiestan una baja autoestima son los

siguientes: autocrítica rigorista, hipersensibilidad a la crítica, indecisión crónica, deseo excesivo de

complacer, exigencia exagerada, culpabilidad, hostilidad flotante, actitud hipercrítica frente a todo,

indiferencia o pasotismo»2. En ocasiones estos síntomas toman posesión de nuestra vida y

no nos dejan ver todo lo bueno que hay alrededor. Puede que sólo se den algunos de

ellos, pero siempre que nos descubramos cayendo en alguna de esas actitudes tenemos

que preguntarnos cómo está nuestro ánimo. La verdad es que, cuando no nos valoramos,

tampoco somos capaces de valorar a otros. Nos encerramos en nuestro egoísmo, detrás

de nuestras barreras y huimos así de nuestra responsabilidad con el mundo.

La baja autoestima nos convierte en personas hipersensibles, incapaces de aceptar la

crítica y nos encierran en nuestra inseguridad. Y todo porque no nos atrevemos a

enfrentar con alegría las contrariedades, las debilidades propias o las caídas. Nos

anclamos en una creencia falsa: «Todo nos tiene que salir bien siempre». En la película «El

Castor» decía uno de los protagonistas: «Nos han dicho siempre, nuestros padres y profesores,

que todo va a salir bien. Pero, ¿qué pasa si todo de repente se tuerce?». ¿Cómo nos enfrentamos

a la posibilidad de que nuestra vida no resulte como pensábamos y no responda a

nuestras expectativas? ¿Cómo reaccionamos ante los fracasos y frustraciones? Nuestro

umbral de tolerancia del fracaso es muy bajo. La frustración nos vence si no somos

capaces de mirar a Dios, en quien se encuentra el amor verdadero que nos sostiene. La

Madre Teresa nos hace volver la mirada al amor de Dios: «Cuando nos sintamos solos,

cuando no nos sintamos amados, cuando nos sintamos enfermos y olvidados, recordemos que

somos algo muy preciado para Él. Él nos ama»3. Y hoy resuenan en nuestros oídos las

palabras que el Padre, desde el cielo, le dice a su Hijo: «Apenas salió del agua, vio rasgarse el

cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: - Tú eres mi Hijo

1 Laurent Gounelle, “No me iré sin decirte adónde voy”, 166

2 Xavier Quinzá Lleó, SJ, “Ordenar el caos interior”, 72

3 Madre Teresa, “El amor más grande”, 42

2

amado, mi predilecto». Marcos 1, 7-11. Comprendemos que ese amor nos levanta y nos hace

conscientes de nuestra dependencia. Necesitamos oír esa voz cada día, en cada hora.

Cuando caigamos en la tristeza o cuando no logremos entender los planes de Dios.

Si vivimos de esta forma, será posible recorrer ese camino en el que volvemos a

empezar siempre de nuevo. Es fundamental que podamos llegar a valorar todo lo que

recibimos como un don: «Poco a poco aprenderás a centrar tu atención en tus cualidades, tus

valores, todo cuanto hace de ti alguien bueno. El sentimiento de tu valía personal se inscribirá

progresivamente en ti hasta convertirse en una certeza. Desde ese momento ningún ataque,

ninguna crítica, ningún reproche, podrá desestabilizarte»4. Mirar nuestros talentos, alegrarnos

con lo que tenemos, es el camino. centrarnos en lo que sí que hacemos bien, en lo que nos

hace fecundos, no queriendo ser los primeros en todo, no pretendiendo hacerlo todo

bien. Si cambiamos nuestra forma de pensar, poco a poco irá cambiando nuestra actitud

interior ante la vida, ante las decepciones y críticas. El perfeccionismo nos angustia, el

deseo de hacerlo todo bien, la exigencia de no caer nunca. Todo ello nos hace creer que

nuestras obras pueden ser perfectas y, cuando no es así, tenemos la sensación de un

constante fracaso. Por eso es tan importante descubrir la belleza de nuestra vida,

encontrar el sentido por el que nos levantamos y luchamos cada día. Es muy valioso

potenciar nuestros talentos y no vivir lamentándonos por lo que no tenemos. Queremos

vivir agradecidos por todo lo recibido, sin exigir cosas distintas, sin pretender una vida

diferente a la que tenemos. Dios nos quiere hacer fecundos en nuestra pobreza.

Lo más verdadero, la certeza de nuestra vida, es comprender que somos elegidos por

Dios, que somos hijos, enviados por un amor que nos reconoce cada día. Las palabras

del profeta resuenan en el corazón ayudándonos a caminar: «Así dice el Señor: «Mirad a mi

siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que

traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada

no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se

quebrará, hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas. Yo, el Señor, te

he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo,

luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la

mazmorra a los que habitan las tinieblas». Isaías 42,

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