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El Episcopado De Santo Domingo


Enviado por   •  1 de Agosto de 2013  •  2.669 Palabras (11 Páginas)  •  322 Visitas

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INTRODUCCION

La CED institución de carácter permanente, erigida por la Santa Sede, en la cual los Obispos dominicanos ejercen unidos diversas funciones pastorales respecto de los fieles del territorio nacional. Su fin es el de promover la misión y función de la Iglesia, formas y modos de apostolado convenientemente peculiares de acuerdo a las circunstancias de tiempo y lugar de la nación dominicana.

HISTORIA

En el año 1954 se creó la primera “Comisión Episcopal Nacional de la República Dominicana”, con anterioridad a la 1ra. Conferencia General del Episcopado Latinoamericano de Río de Janeiro (1955). Se funda oficialmente la Conferencia del Episcopado Dominicano el 22 de Septiembre del año 1962, cuando la Santa Sede aprueba “ad experimentum” sus estatutos, formalmente constituida por:

S.E.R. Mons. Octavio Antonio Beras Rojas † (Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo), S.E.R. Mons. Hugo Eduardo Polanco Brito † (Obispo de Santiago de los Caballeros), S.E.R. Mons. Francisco Panal Ramírez, O.F.M. Cap. † (Obispo de La Vega)., S.E.R. Mons. Juan Félix Pepén Solimán † (Obispo de La Altagracia de Higüey), S.E.R. Mons. Tomás Francisco Reilly, C.S.S.R. † (Prelado Nullius de San Juan de la Maguana). En el 1963 se celebra la Primera Asamblea Plenaria y 1966 se crean las primeras Comisiones Episcopales.

Han sido presidentes de la Conferencia del Episcopado Dominicano (1955-2011): Cardenal Octavio Beras Rojas†; Mons. Juan Antonio Flores Santana; Mons. Hugo Eduardo Polanco Brito†; Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez; Mons. Ramón Benito de la Rosa y Carpio; Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez (actual). La construcción de la actual sede de la CED se comenzó en el año 2000. Su bendición e inauguración fue el día 3 de Julio del 2005.

DESARROLLO

MENSAJE DE LA IV CONFERENCIA A LOS PUEBLOS DE AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE

Convocados por el Santo Padre Juan Pablo II a la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y presididos por él en su inauguración, nos hemos reunido en Santo Domingo, representantes de los episcopados de América Latina y Caribe y colaboradores del Papa en la Curia Romana. Participaron también otros obispos invitados de diversas partes del mundo e igualmente sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y laicos, además de observadores pertenecientes a otras iglesias cristianas.

Unas significativas efemérides ha sugerido la fecha de esta IV Conferencia: los 500 años del inicio de la evangelización del nuevo mundo. Desde entonces, la Palabra de Dios fecundó las culturas de nuestros pueblos llegando a ser parte integrante de su historia. Por eso, tras una larga preparación que incluyó una novena de años inaugurada aquí mismo en Santo Domingo por el Santo Padre, nos hemos congregado con actitud asumida por el mismo Santo Padre, a saber, con la humildad de la verdad dando gracias a Dios por las muchas y grandes luces y pidiendo perdón por las innegables sombras que cubrieron este período.

La IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano ha querido perfilar las líneas fundamentales de un nuevo impulso evangelizador que ponga a Cristo en el corazón y en los labios, en la acción y la vida de todos los latinoamericanos. Ésta es nuestra tarea: hacer que la verdad sobre Cristo, la Iglesia y el hombre penetren más profundamente en todos los estratos de la sociedad en búsqueda de su progresiva transformación.

La NUEVA EVANGELIZACIÓN ha sido la preocupación de nuestro trabajo.

Nuestra reunión está en estrecha relación y continuidad con las anteriores de la misma naturaleza: la primera celebrada en Río de Janeiro en 1955; la siguiente en Medellín en 1968, y la tercera en Puebla en 1979. Reasumimos plenamente las opciones que enmarcaron aquellos encuentros y encarnaron sus conclusiones más sustanciales.

Estos eventos constituyen una valiosa experiencia eclesial de la cual procede una rica enseñanza episcopal, útil a las Iglesias y a la sociedad de nuestro continente. A estas orientaciones se suma ahora el compromiso evangelizador que emerge de la presente reunión, y que ofrecemos con humildad y alegría a nuestros pueblos.

La presencia maternal de la Virgen María, unida entrañablemente a la fe cristiana en Latinoamérica y Caribe, ha sido desde siempre, y en especial en estos días, guía de nuestro camino de fe, aliento en nuestros trabajos y estímulo frente a los desafíos pastorales de hoy.

II. AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE: ENTRE EL TEMOR Y LA ESPERANZA

Grandes mayorías de nuestros pueblos, padecen condiciones dramáticas en sus vidas. Así lo hemos comprobado en las diarias tareas pastorales, y lo hemos expresado con claridad en muchos documentos. Así cuando sus dolores nos apremian, resuena en nuestros oídos la palabra que dijo Dios a Moisés: «He visto la aflicción de mi pueblo, he oído sus gritos de dolor. Conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado para hacerlo subir a la tierra espaciosa y fértil» (Éx 3,7-8).

Esas condiciones podrían cuestionar nuestra esperanza. Pero la acción del Espíritu Santo nos proporciona un motivo vigoroso y sólido para esperar: la fe en Jesucristo, muerto y resucitado, quien cumple su promesa de estar con nosotros siempre (cf. Mt 28,20). Esta fe nos lo muestra atento y solícito a toda necesidad humana. Nosotros buscamos realizar lo que Él hizo y enseñó: asumir el dolor de la humanidad y actuar para que se convierta en camino de redención.

Vana sería nuestra esperanza si no fuera actuante y eficaz. Falaz sería el mensaje de Jesucristo si permitiera una disociación entre el creer y el actuar. Exhortamos a quienes sufren a abrir sus corazones al mensaje de Jesús, que tiene el poder de dar un sentido nuevo a sus vidas y dolores. La fe, unida a la esperanza y a la caridad en el ejercicio de la actividad apostólica tiene que traducirse en «tierra espaciosa y fértil» para quienes hoy sufren en Latinoamérica y el Caribe.

La hora presente nos hace evocar el episodio evangélico del paralítico que estaba desde hacía treinta y ocho años junto a la piscina de la curación pero que no tenía quien le introdujese en ella. Nuestro quehacer evangelizador quiere actualizar la palabra de Jesús al hombre inválido «Levántate, toma tu camilla y anda» (cf. Jn 5,1-8).

Deseamos convertir nuestros afanes evangelizadores en acciones concretas que hagan posible a las personas superar sus problemas y sanar sus dolencias —tomar sus camillas y caminar— siendo protagonistas de sus propias vidas, a partir del contacto salvífico con el Señor.

III. UNA ESPERANZA QUE SE CONCRETA EN MISIÓN

La

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