LA CAIDA La caída de los Ángeles
Enviado por elisaggm7 • 17 de Marzo de 2015 • 2.619 Palabras (11 Páginas) • 215 Visitas
LA CAIDA
La caída de los Ángeles
Todos los seres espirituales, tanto los ángeles como los hombres, son creados por Dios con un mismo destino: la visión beatífica, la visión directa de Dios. Todos ellos necesitan vida sobrenatural, para alcanzar las facultades de entendimiento y amor que ese destino requiere. Para todos ellos hay un período de tiempo -de crecimiento o de prueba- entre la adquisición de la vida sobrenatural y su fructificación en la visión beatífica.
Eso fue lo que ocurrió con los ángeles. Dios los creó, dándoles vida natural -espíritus puros que conocen y aman- y una vida sobrenatural; y algunos de ellos, en vez de elegir a Dios, se escogieron a sí mismos. Sabemos que había uno que los dirigía: a este le llamamos Diablo, y al resto, demonios.
Los ángeles que pecaron fueron apartados de Dios. Debían saber que esto llevaría consigo sufrimiento. Dios los había hecho, como a nosotros, para estar unidos a Él. Su naturaleza, como la nuestra, tiene muchas necesidades, necesidades que solo Dios puede satisfacer. Sin Dios, el espíritu es atormentado, pero no puede morir.
La caída de Adán
Dios creó al hombre con la vida natural del alma y el cuerpo, y con gracia santificante, por la que Dios habita en el alma y derrama abre ella la vida sobrenatural. Además, donó al hombre dones preternaturales que, más que dones sobrenaturales, son perfecciones de la naturaleza, para protegerle del daño la destrucción. Cabe resaltar entre estos últimos los de inmunidad ante el sufrimiento y la suerte, así como la integridad.
El punto de unión, para el primer hombre como para el resto de los seres espirituales, estaba en la voluntad, facultad que ama y decide; y decidió romper esa unión: pecó, desobedeciendo un mandato divino.
Una vez interrumpida la unión con Dios, la vida dejó de fluir. Perdió la gracia santificante; sobrenaturalmente hablando, había muerto. También perdió los dones preternaturales: ahora podía sufrir, estaba sujeto a la ley natural de la muerte y, lo que es peor, había perdido la integridad, la subordinación de las potencias inferiores a las superiores, al rechazar su propia subordinación a Dios. A partir de entonces, cada elemento dentro del hombre actuaría para lograr una recompensa concreta, inmediata y distinta de la que buscasen los demás
Consecuencias de la caída
Todos los hombres estábamos comprendidos en la catástrofe del pecado de Adán. Nacemos teniendo solo la vida natural, sin vida sobrenatural que nos proporcione la gracia santificante. Eso fue lo principal que Adán perdió para sus descendientes. Eso significa nacer con el pecado original, que no debe ser marginado como una mancha en el alma, sino más bien como la ausencia de la gracia, sin la cual no podemos -como ya hemos visto- alcanzar el objetivo para el que Dios había destinado al hombre. Los puntos más afectados por ese desorden son principalmente dos: las pasiones y la imaginación.
Las pasiones son buenas de suyo, y están puestas al servicio del hombre. Pero, en nuestro actual estado, nos dominan con la misma frecuencia con la que nos servimos de ellas.
Es la imaginación es la que nos domina, la que crea sus propias imágenes para ahorrar esfuerzo a la inteligencia y se niega a permitir que esta acepte las verdades espirituales, por el simple hecho de que no puede reproducirlas gráficamente.
El problema central ahora era la reparación, de la que todo el resto de la Teología se ocupa.
La restauración de la raza caída
Sabemos que quería redimir. Podemos confiar en que nuestros primeros padres lo sabían también. Pero lo primero que hizo puede parecernos extraño, porque no manifestó ese deseo sencillamente; no se lo manifestó a ellos, sino al Diablo, diciéndole que una mujer habría de aplastar su cabeza.
Nuestro Señor no lo describió como un ser sin importancia. Le llamó «asesino desde el principio, mentiroso y padre de mentirosos». A medida que su pasión y muerte se iba acercando, habló de él en muchas ocasiones.
Dios habló a Abrahán, sus descendientes serían sus elegidos. Entre el caos de naciones existentes, una albergaría las esperanzas de la humanidad. Sus miembros serían los guardianes del monoteísmo, proclamarían que Dios es uno; entre ellos nacería el Salvador del Mundo, el Mesías, el Ungido cuyo Reino no tendría fin.
LA VIDA FUTURA
La muerte
Para todos, la muerte llega cuando el cuerpo está tan débil o estropeado que no puede responder a la energía vivificante que le proporciona el alma; a partir de ese momento, el cuerpo comienza a corromperse. Pero ¿qué ocurre con el alma? Recordemos que el alma no recibe la vida del cuerpo, sino que es creada directa e individualmente por Dios. Así, puesto que el alma no toma su existencia del cuerpo, no hay razón para que esta acabe con la del último. Aún hay más: si nos hemos dado cuenta de que el alma es un espíritu, y de lo que es ser un espíritu, habremos concluido que su existencia no tiene fin.
El infierno
El pensamiento del Infierno es tan horrible que, a menos que nuestra mente entienda su naturaleza y significado, puede deformar y pervertir nuestro concepto de Dios. Puede, en pocas palabras, dañar o incluso destruir nuestra comprensión de aquella verdad suprema acerca de Dios que dejó escrita San Juan: «Dios es amor». Hay que comprender el Infierno como lo que es: un misterio profundo; no el misterio de la crueldad de Dios, sino el de la iniquidad del hombre, que es capaz de odiar a Dios. El alma condenada ha elegido su autosuficiencia pero esta no es bastante. Ha hecho de sí misma su propio Dios, y se encuentra con un dios lastimosamente, desesperadamente insatisfecho: no es otro el castigo más profundo del Infierno.
El purgatorio
El Purgatorio juega su papel: ha quedado suficientemente clara la verdad evidente de que el Purgatorio no es capaz de hacer lo que solo la sangre de Cristo hace; lo único que hace el Purgatorio es apartar los obstáculos que hemos puesto al poder purificador de la sangre del Señor.
Como ya hemos visto, la aceptación del sufrimiento es el proceso inverso al del pecado, ya que este consiste en la elección de la propia voluntad en contra de la de Dios. La aceptación rendida de la voluntad de Dios, cueste lo que cueste, por el contrario, lleva consigo la purificación.
La Iglesia nos enseña que la purificación de las almas del Purgatorio puede acelerarse y, en consecuencia, también su llegada al Cielo, por las oraciones de los que estamos en la tierra.
El cielo
Cuando el amor a uno mismo ha desaparecido por completo, en el momento de la muerte o después de haber sufrido en el Purgatorio, el alma
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