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LA ESCOLÁSTICA DE SANTO TOMÁS


Enviado por   •  7 de Noviembre de 2013  •  2.750 Palabras (11 Páginas)  •  270 Visitas

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En el fondo de la gaveta escondo un pequeño tesoro: una colilla de cigarrillo adherido a

un vidriecito. Es una colilla amarillosa por el humo, y de paja, como se acostumbra a

fumar en el sur del Brasil. Nada de nuevo y, sin embargo, esta insignificancia, tiene una

historia única, habla al corazón, posee un valor evocativo de una nostalgia infinita. Era el

11 de Agosto de 1965, en Munich: lo recuerdo muy bien. Allá afuera, las casas aplaudían

el sol vigoroso del verano europeo; flores multicolores lucían en los parques y se

asomaban sonrientes a las ventanas. Eran las dos de la tarde, cuando el cartero me trajo

la primera carta de la patria, cargada con la tristeza del camino recorrido. La abro

precipitadamente y descubro que parece un periódico porque todos describen... Decía: Ya

debes estar en Munich cuando leas estas líneas. Igual a todas las otras, sin embargo esta

carta te lleva un hermoso mensaje, una noticia que entendida desde la fe, es de veras

maravillosa.

Dios ha exigido de nosotros en estos días un tributo de amor, de fe y de sumo

agradecimiento: descendió al seno de nuestra familia, nos miró uno por uno y escogió

para sí al más perfecto, al más santo, al más maduro, al mejor de todos, al más próximo a

El, a nuestro amado Papá. Querido, Dios no lo apartó de nosotros, porque lo dejó aún

más verdaderamente entre nosotros; Dios no se llevó a Papá para sí, sino que nos lo dio

aún más; El no lo arrancó de la alegría de nuestras fiestas, sino que lo plantó hondamente

en la memoria de todos.

Al día siguiente, en el sobre que me había traído el anuncio de la muerte, percibí una

señal de vida de aquel que nos diera en todos los sentidos: una amarillenta colilla de

cigarrillo de paja, del último cigarrillo que se había fumado momentos antes del infarto al

miocardio que lo liberó definitivamente de esta cansada existencia. La institución

profundamente femenina y sacramental de mi hermana, había colocado la colilla en el

sobre.

Desde este momento en adelante, la colilla de cigarrillo dejó de ser solamente eso, para

ser un sacramento vivo, que habla de vida y acompaña la vida. Esa colilla pertenece al

corazón de la vida y a la vida del corazón, ya que recuerda y hace presente la figura de

Papá.

"Oímos de sus labios y aprendimos de su vida que quien no vive para servir, no sirve para

vivir"; así está escrito en su tumba".

(Leonardo Boff)

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Somos seres simbólicos. Solemos

expresar con gestos nuestra vida,

nuestros amores y nuestras esperanzas.

Lo mejor de nosotros lo solemos

expresar con signos, que son más

elocuentes que cualquier explicación

racional.

Un beso, un detalle, una mirada, una

sonrisa, un abrazo, unas lágrimas, un

regalito, unas palabras, que sólo se

entienden desde el amor, son maneras

diferentes de expresar lo que se siente.

También la fe, por estar en las honduras de la vida, se expresa simbólicamente. Desde

antiguo los cristianos quisieron manifestar lo que sentían y vivían de Jesús. Una pequeña

frase, un pescadito garrapateado en las paredes de las catacumbas, un poco de agua, el

reunirse para partir el pan, la cruz, se fueron volviendo signo de fe, que en ellos

palpitaba, de la presencia de Jesús, a quien sentían vivo en medio de ellos.

Así como nuestra vida se expresa en gestos, así la fe de la Iglesia se vuelve símbolos,

signos que hablan de Dios, de Cristo, del Espíritu, del amor eficaz del Señor. La vida se

hace gestos, y la fe se hace sacramentos.

La dimensión simbólica del Hombre y de la Fe

La vida de los hombres está llena de símbolos, de sacramentos de la vida cotidiana: una

colilla de cigarrillo que recuerda al papá muerto, el jarro de agua fresca, la mantilla que

usaba mamá, una tarjetica que se guarda con cariño como recuerdo del amigo de

siempre, la dedicatoria de un libro de poemas, unos te quiero mil veces dichos a la luz de

un farol, son algunos de los sacramentos de la vida ordinaria.

Se trata de cosas y palabras que dejaron de ser simples cosas y palabras, para convertirse

en signos que hablan de un mensaje más profundo. Son signos que contienen, exhiben,

rememoran, visualizan y comunican una realidad diferente de ellos, en ellos presente y

por ellos aludida.

Cambiar la mirada: Entrar en la dimensión simbólica supone un cambio de mirada en

nosotros. La mirada científica y objetiva no puede entender la dimensión de los signos.

Para la mirada científica una colilla de cigarrillo no es más que un conjunto de tabaco,

alquitrán y otros materiales ya parcialmente consumidos; una tarjeta no es más que un

poco de papel usado y viejo; un beso es una mutua transmisión de saliva y la dedicatoria

de un libro no es más que un conjunto de palabras que forman oraciones con sujeto y

predicado. Para la mirada científica y objetiva, las cosas no hablan de otra realidad, no

dicen, no revelan. Las palabras no dicen más de lo que dicen. Expresiones como "tú eres

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mi corazón", "mi vida eres tú", "mi cielo", resultan ininteligibles ante la mirada científica y

objetiva. Para esa mirada el corazón es un músculo, la vida viene en gran parte del

funcionamiento adecuado de ese órgano y el cielo no es más que la forma metafórica

como solemos llamar a los estratos superiores de la atmósfera.

Para entrar en la dimensión simbólica hay que adquirir otra mirada, la mirada

sacramental. Ante esa mirada, todo puede decir mucho más de lo que dice. Una prenda,

igual a millones de prendas más, puede ser única porque me hace presente a un ser

querido. Una tarjeta, igual a millones de tarjetas más, puede ser especial para mí, porque

me trae a la memoria la presencia viva del amigo que tanto amo. Una frase como "Tú eres

mi vida", repetida cada día, dicha siempre, se vuelve la más honda expresión del intenso

amor que siento por alguien.

Penetrar en la estructura de lo simbólico: Cambiar de mirada, superar

...

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