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LA LITURGIA EUCARÍSTICA COMO PEDAGOGÍA DE LA FE.


Enviado por   •  12 de Noviembre de 2016  •  Ensayo  •  2.461 Palabras (10 Páginas)  •  389 Visitas

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Facultad de Teología del Uruguay

Mons. Mariano Soler

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Pedagogía

LA LITURGIA EUCARÍSTICA COMO PEDAGOGÍA DE LA FE

Educador:                                     Educando:

P. Lic. Fabián Silveira s.a.c.            Heber Omar Santiago López Castillo

Montevideo

Noviembre de 2016

LA LITURGIA EUCARÍSTICA COMO PEDAGOGÍA DE LA FE

El presente trabajo contiene un análisis de la liturgia eucarística como pedagogía de la fe cristiana. En este análisis veremos cómo la Iglesia se ha valido de la liturgia de la Eucaristía como un medio para trasmitir y alimentar la fe al pueblo de Dios.

El misterio de la celebración Eucarística que ha alimentado la vida de la Iglesia, por más de dos milenios y por el que se fundamenta la unidad eclesial, contiene en cada uno de sus ritos, signos y palabras un alto valor catequético, de tal manera, que fortalecen y alimentan la fe del creyente. No se puede perder de vista que la Iglesia desde su labor de Madre y Maestra, realiza cada una de sus acciones con el fin de acoger a los hijos nacidos por el Bautismo y de alimentar su fe gradualmente con la celebración de los sacramentos, sobre todo con la celebración de la Eucaristía, celebrada de acuerdo a las disposiciones que ordenan las normas litúrgicas.

El pasaje de los discípulos de Emaús, el documento Sacrosanto Concilio del Concilio Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia Católica, leídos en clave de liturgia eucarística, permiten una aproximación a la dimensión pedagógica que pretendo exponer. Estos textos muestran elementos claves que facilitan la comprensión de la misma.

Ahora bien, el papa Juan Pablo II indica que, “la Iglesia vive de la Eucaristía”, afirmación que se comprende a la luz del misterio de la Salvación y que en ella se encierra “todo el núcleo del misterio de la Iglesia” (Ecclesia de Eucharistia 1). Así pues, la liturgia de la Eucaristía, es por lo tanto la fuente de donde mana y el fin de toda la acción eclesial (SC 10). Así pues, ella es su fuerza y su motor, su origen y su meta, de ella se alimenta para tomar fuerzas y ser signo en el mundo (SC 2).

Jesús resucitado, instaura un nuevo modo de presencia en medio de sus discípulos, en el relato del texto de Emaús. Una presencia mediada por los signos de la Palabra y la Fracción del Pan. Así pues, “la Escritura y la Eucaristía, como lugares de encuentro con Cristo, están sugeridas en el relato de la aparición del Resucitado a los dos discípulos de Emaús” (Ecclesia in América 12).

La riqueza de este texto de los caminantes de Emaús, ilumina de esta manera, la afirmación de la liturgia de la Eucaristía como lugar privilegiado en el que el Señor resucitado sale al encuentro del cristiano, “le explica las Escrituras y parte para él el Pan” (plegaria eucarística n° V). Pero al tiempo que los discípulos se encuentran con el Señor Resucitado, la Eucaristía celebrada con él, les permite salir a prisa para ir a encontrarse con la comunidad reunida en Jerusalén (Lc 24, 33 – 35). Así pues, se delimitan dos momentos de este lugar de encuentro: Dios, en la persona de Jesús que sale al encuentro del hombre y El hombre que se encuentra con los otros en el sacramento de la unidad.

Ahora bien, en este encuentro con Jesús resucitado, la Iglesia, por medio de la Eucaristía, se convierte en maestra de la fe. Pues, “la naturaleza sacramental de la fe alcanza su máxima expresión en la Eucaristía, que es el precioso alimento para la fe, el encuentro con Cristo presente realmente con el acto supremo de amor, el don de sí mismo, que genera vida. En la eucaristía confluyen los dos ejes por los que discurre el camino de la fe, por una parte, el eje de la historia: la eucaristía es un acto de memoria, actualización del misterio, en el cual el pasado, como acontecimiento de muerte y resurrección, muestra su capacidad de abrir al futuro, de anticipar la plenitud final. La liturgia nos lo recuerda con su hodie, el « hoy » de los misterios de la salvación. Por otra parte, confluye en ella también el eje que lleva del mundo visible al invisible (…)”. (Lumen Fidei 44).

La Eucaristía como lugar de encuentro con los hermanos y signo de la unidad de la Iglesia, lleva a los fieles a tener la actitud de “los discípulos de Emaús, que después de encontrar y reconocer al Señor resucitado, vuelven a Jerusalén para contar a los apóstoles y a los demás discípulos lo que les había sucedido (Lc 24, 13-35). Los dos discípulos reconocerían más tarde que su corazón ardía mientras el Señor les hablaba en el camino explicándoles las Escrituras (Lc 24, 32)”. Así pues, los discípulos de Emaús, reavivan en este gesto la unidad a la que invita la celebración de la Eucaristía.

Se puede hablar de la Eucaristía como signo de la unidad de la Iglesia que en torno a su Señor se alimenta de la mesa de la Palabra y de la Eucaristía.

Es cierto que el objetivo de la liturgia no es en primer término la transmisión de la fe, sino la celebración de la fe por parte de aquellos que ya han sido previamente evangelizados (SC 9). Pero también es cierto que como ‘fuente y cumbre’ de toda la vida cristiana, la liturgia es la mejor expresión de la fe de la Iglesia (lex orandi – lex credendi). La liturgia eucarística lleva en sí una fuerza evangelizadora que manifiesta su propia identidad. Evangeliza con su propio método y a distintos niveles.

La celebración de la Eucaristía introduce a los fieles en el núcleo del misterio que creen, celebran y viven los cristianos. Por eso la liturgia tiene también un gran valor pedagógico, catequético, evangelizador, porque expresa, explica y transmite la fe a través de palabras y signos.

Es posible hablar de la acción evangelizadora de la liturgia, porque la presencia viva de Cristo evangelizador, a través de los signos litúrgicos, sigue anunciando el Evangelio en cada eucaristía. Cristo está presente en toda la acción evangelizadora, pero en la liturgia está de forma especial.

La evangelización desde la Eucaristía, se da desde la acción litúrgica y no desde otras acciones. Por medio de la celebración litúrgica de los sacramentos, de manera especial de la Eucaristía y del conjunto de los gestos concretos que ella requiere, la Iglesia no hace otra cosa que prolongar y actualizar los gestos de Cristo. En cierto sentido y sin abandonarla en modo alguno, Cristo “ha pasado la posta” a su Iglesia, por eso decimos que Cristo es la cabeza del cuerpo que es la iglesia (Colosenses 1:18).

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