LOS MAYAS DESPUES DE LA MUERTE
Enviado por josewalker20 • 26 de Noviembre de 2012 • 1.276 Palabras (6 Páginas) • 465 Visitas
Los mayas
La muerte es una constante en el pensamiento humano. Desde los tiempos más remotos, explicar el hecho natural de morir, intrigó y atemorizó a la humanidad. La fe y las teologías de distintas épocas le dieron explicación mediante cosmogonías en las que la muerte perdió su función terminal, de la nada, para convertirse en una esperanza de existir, en un cambio de sustancia con otra vida en un más allá.
Los mayas concebían el tiempo en forma cíclica, concepto fundamentado en el eterno movimiento del sol, la luna y los cuerpos celestes. Lo consideraban un atributo de los dioses, pues ellos lo llevaban a cuestas.
Tenían ciclos cortos, como el Winal, de 20 días, y otros largos, como la llamada Rueda Calendárica, resultado de combinar el calendario sagrado llamado Tsolk'iin de 260 días (13 numerales por 20 nombres), con el Ja'ab o año solar, de 365 (18 meses por 20 días, y un período de 5 días considerados aciagos). En este engranaje, de 52 años en total, las fechas no se repetían sino hasta iniciar un nuevo ciclo.
Esta concepción estaba ligada a un espacio universal en el que tenía lugar el fluir infinito del tiempo. Estaba constituido por la tierra, que era un plano rectangular, con trece planos celestes por arriba y nueve mundos inferiores por abajo. En el centro había una ceiba (Ceiba Pentandral), el Ya'axche', sagrado y primigenio árbol verde de la vida, que atravesaba todos los espacios, uniéndolos entre sí.
Creían en un solo dios llamado Junab K'uj, creador de los cielos, la tierra y de todo lo existente en esta vida. En las esquinas del mundo estaban los Bacabes sosteniéndolo, cada uno con sus características propias: al norte estaba Xaman y su color era el blanco; al sur, Nojol, de color amarillo; al este, Lak'in, con su color rojo; y al oeste Chik'in, al que le correspondía el color negro.
Los trece espacios celestiales eran llamados Óoxlajuntik'uj, y correspondían a las ramas superiores más frondosas de la ceiba, a cuya sombra se gozaba de frescura y descanso eterno. Cada uno estaba regido por una deidad. Las raíces gruesas y profundas del Ya'axche' conducían a los nueve mundos inferiores o Bolontik'uj, cada uno vigilado por su guardián protector.
Éste era el lugar en el que los ciclos de los humanos se enlazaban a las secuencias divinas que regían sus destinos. El recorrido del sol, principio de vida y movimiento: asciende del oriente iluminando los cielos hasta ocultarse por el poniente, y penetra en el inframundo convertido en jaguar para luchar contra las fuerzas de la oscuridad durante la noche, y renacer triunfante una vez más, y otra, y otra, y otra. Esta cosmovisión estuvo y está presente en la cultura maya; normó la economía de la vida cotidiana, los saberes, las fiestas y sus rituales, el culto a los dioses, la simbología del arte y la arquitectura.
Para los mayas, la vida humana estaba constituida por el Pixan, regalo que los dioses entregaban al hombre desde el momento en que era engendrado; este fluído vital determinaba el vigor y la energía del individuo, era una fuerza que condicionaba la conducta de cada hombre y las características de su vida futura. El elemento que viajaría al inframundo al sobrevenir la muerte física.
Creían que el mundo de los vivos, el de los muertos y el de los dioses, estaban unidos por caminos en forma de serpientes fantásticas por donde transitaban las ánimas. Estos lazos eran fervorosamente mantenidos mediante ritos propiciatorios, rezos y plegarias. Conducían a los difuntos hasta el cielo correspondiente, y eran también el camino de retorno desde su lugar junto a los dioses hasta su resurrección en el vientre de las mujeres embarazadas. Los guerreros muertos en batalla, las mujeres fallecidas durante el parto, los sacerdotes, los sacrificados
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