La Mision Franciscana
Enviado por danyelmel • 1 de Julio de 2013 • 3.128 Palabras (13 Páginas) • 379 Visitas
Espiritualidad Franciscana
Hna. Josefa Gorostegui, fmic
TEMA 5
LA MISIÓN
1.- “ LOS HERMANOS VAYAN POR EL MUNDO ”
A imagen de Jesús, aquellos a quienes Dios llama para que le sigan, son consagrados y enviados al mundo para imitar su ejemplo y continuar su misión.
Después de un tiempo de tanteo sobre las diversas posibilidades de vivir el Evangelio en la Iglesia, se decide por la vida apostólica entendida fundamentalmente como pobreza minoridad y predicación itinerante.
MISIÓN - Encargo recibido
APOSTOL - Enviado
EVANGELIO - Buena Noticia
EVANGELIZAR- Anunciar la Buena Nueva de Jesús.
CATEQUESIS – Educación sistemática de la fe
Qué entendemos Evangelizar
«El Señor nos ha enviado a evangelizar a los hombres, pero ¿has pensado ya lo que es evangelizar a los hombres? Mira, evangelizar a un hombre es decirle: “tú también eres amado de Dios en el Señor Jesús”. Y no sólo decírselo, sino pensarlo realmente. Y no sólo pensarlo, sino portarse con este hombre de tal manera que sienta y descubra que hay en él algo de salvado, algo más grande y más noble de lo que él pensaba, y que se despierte así a una nueva conciencia de sí. Eso es anunciarle la Buena Nueva y eso no podemos hacerlo más que ofreciéndole nuestra amistad real, desinteresada, sin condescendencia, hecha de confianza y de estima profundas. Es preciso ir hacia los hombres. La tarea es delicada...» (Eloi Leclerc, Sabiduría de un pobre. Ed. Marova, Madrid 199212, pp. 163-164).
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2.- PREDICAR CON LAS OBRAS
La vida apostólica de Francisco va más allá de la simple predicación penitencial. Seguir a Jesús, según el ejemplo de los apóstoles, es comprometerse con su causa y descubrir a los demás la gozosa realidad del Reino. De ahí que la misma vida evangélica, en cuanto parábola en acción de que el Reino está ya entre nosotros, sea la principal tarea del apostolado. Puesto que si de lo que se trata es de hacer presente de una forma eficaz la fuerza transformadora de Cristo, nada mejor que la propia vida transformada por el Evangelio para hacer patente que el Reino es ya un hecho. Indudablemente el anuncio de la Palabra clarifica e interpreta el significado de una vida entregada al Señor; pero, como dice Fr. Gil en uno de sus Dichos, «la Palabra de Dios no está en el que la predica o la escucha, sino en el que la vive» (Dicta, p. 56).
a) La ejemplaridad de la vida evangélica
Cuando Francisco y los suyos, al volver de Roma, tratan de consolidar su identidad, dudan si dedicarse a la vida eremítica pura -de la que eran buenos conocedores- o si compaginarla con un servicio más directo a los hombres (1 C 35). En sus conversaciones sobre el modo de vivir con sinceridad el proyecto que el papa les acababa de aprobar, destaca su preocupación por caminar con hondura en la presencia del Señor y la forma que debe tomar su vida evangélica para que sirva de ejemplo a los demás (1 C 34).
Este comportamiento evangélico, propio de las bienaventuranzas, no es que margine el anuncio de la Palabra como una actividad secundaria. Simplemente reconoce que la comunicación del Evangelio no tiene por qué ser exclusivamente verbal. En una cultura como la medieval, donde el símbolo es el vehículo preferido para la comunicación, cabe perfectamente utilizar la vida según el Evangelio como un signo global para comunicar la fuerza del Reino.
No es posible detallar aquí toda la predicación gestual de Francisco, ni la utilización de los ejemplos como materiales de sus arengas y sermones. Simplemente subrayar que para él era de suma importancia el ejemplo, tanto cuando se refería a su comportamiento evangélico, como al utilizarlo en la predicación.
La finalidad del anuncio del Evangelio no se reduce a comunicar saberes, sino que implica también provocar la conversión. Por eso Francisco emplea la propia vida evangélica como un gesto, como una pregunta que exige una respuesta existencial. De este modo anuncia ya con el símbolo lo que significa y a lo que compromete el seguimiento de Jesús.
Este tema de la ejemplaridad de Francisco recorre todas las Fuentes franciscanas. El esquema que sigue es sencillo: Así como Cristo es modelo para Francisco, éste lo debe ser para los demás frailes. El Francisco histórico va dando paso al Francisco espejo de perfección (2 C 26) a medida que va entrando en el nimbo de lo cultural. Tanto es así que el mismo Señor es el que le confía la tarea, al decirle: «Te he puesto a ti como enseña de ellos, para que las obras que yo obro en ti, ellos las imiten de ti» (EP 81b). Francisco estaba persuadido de que, por haber alumbrado la Fraternidad, debía ser ejemplo y modelo para sus hermanos (LP 97; 2 C 120).
Esta misma ejemplaridad pasará también al grupo de hermanos, a la Fraternidad. Francisco solía decir a sus frailes que la vocación a la que habían sido llamados, más que para buscar su propia salvación, era para ir por el mundo exhortando a los hombres más con el ejemplo que con las palabras (TC 36); es decir, para dar ejemplos de luz a los envueltos en las tinieblas de los pecados (2 C 155). Viendo vuestras buenas obras glorifiquen al Señor.
La Fraternidad había interiorizado bien esta vocación ejemplar de su vida evangélica, pues a menudo era motivo de revisión al preguntarse cómo su vida serviría de ejemplo para los demás (1 C 34).
El buen ejemplo, sin embargo, no es algo etéreo que se diluye en insignificancias, sino que corresponde a un modo de vida que ilumina el caminar de los demás. De ahí que Francisco aconseje a los frailes que, «cuando van por el mundo, no litiguen ni contiendan de palabra, ni juzguen a otros; sino sean apacibles, pacíficos y mesurados, mansos y humildes, hablando a todos decorosamente, como conviene» (2 R 3,1-11).
La fórmula apostólica de misión les facilitó el encuadre en el que debía desarrollarse su vida. Testigos de la vivencia del Evangelio en Fraternidad, irán por el mundo para ofrecer su hallazgo a los demás, utilizando los medios pobres y pacíficos que Jesús ofrece en las bienaventuranzas.
Francisco describe este talante evangélico del apostolado que deben ejercer los frailes al recordarles que, en su caminar por el mundo, «nada lleven para el camino: ni bolsa, ni alforja, ni pan, ni pecunia, ni bastón. Y en toda casa en que entren digan primero: "Paz a esta casa". Y, permaneciendo en la misma casa, coman y beban de lo que haya en ella. No resistan al mal, sino a quien les pegue en una mejilla, vuélvanle también la otra. Ya quién les quite la capa, no le impidan que se lleve también la túnica. Den a todo el que les pida; y a quien les quita sus cosas, no se
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