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La soberbia no es sólo el mayor pecado según las escrituras sagradas


Enviado por   •  28 de Octubre de 2013  •  1.921 Palabras (8 Páginas)  •  648 Visitas

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La soberbia no es sólo el mayor pecado según las escrituras sagradas, sino la raíz misma del pecado. Por lo tanto de ella misma viene la mayor debilidad. No se trata del orgullo de lo que tú eres, sino del menosprecio de lo que es el otro, el no reconocer a los semejantes.

Quizá lo más pecaminoso de la soberbia sea que imposibilita la armonía y la convivencia dentro de los ideales humanos. Nuestros destinos son enormemente semejantes: todos nacemos, todos somos conscientes de que vamos a morir, todos compartimos necesidades, frustraciones, ilusiones y alegrías. Que alguien se considere al margen de la humanidad, por encima de ella, que desprecie la humanidad de los demás, que niegue su vinculación solidaria con la humanidad de los otros, probablemente ése sea el pecado esencial. Porque negar la humanidad de los demás, es también negar la humanidad de cada uno de nosotros, es negar nuestra propia humanidad. No hace falta remontarse a la teología para convertir en pecaminosa la soberbia.

• La soberbia, como todos los pecados, tiene distintas gradaciones.

Ocurre que hay momentos en los que se toma como soberbio a quien sobresale por sus virtudes. El vicio tiene que ver con la representación de la excelencia, pero no con la excelencia en sí misma. El excelente no tiene la culpa de serlo. La soberbia en estos casos es la excelencia arrojada a la cara del otro. Mi queridísimo abuelo Antonio me pidió en su lecho de muerte '¡Que nunca nadie te haga callar! ¡No dejes que te hagan callar!'. Yo le prometí que así sería y seguí por la vida rebelándome, ante todos los que intentaran robarme la palabra. No voy a negar que me siento muy bien en medio de una buena discusión, una virtud que heredé de mis antepasados femeninos. Para mal o para bien, muchas veces soy dominado por una terquedad natural. Tengo una sensibilidad especial para descubrir que hay del otro lado de cada planteamiento, lo que el otro calla. Hace años que vengo predicando contra los que hacen de su pensamiento ortodoxo una cuestión de fe. Estos individuos se obligan a olvidar la razón del otro, que se transforma —casi como un juego de palabras— en la sinrazón, en la no existencia de contenidos razonables en las posturas asumidas. Y así sucede: cuando escucho ese silencio intervengo, y por supuesto que lo hago con gusto.

• La soberbia nace cuando la criatura desafía a Dios no admitiendo su condición de criatura y tratando de imponer su deseo frente a la divinidad.

Pero se supone que Dios marca los límites que deben tener las pulsiones. Entonces la criatura decide entre servir o no servir a ese Dios y lo enfrenta cuando decide no ser siervo. También existe la soberbia racial. Hay pueblos que miran por encima del hombro a otras colectividades, sin haberse molestado nunca en intentar entenderlas. En comprender en qué difieren de ellos, en darse cuenta de que hay otras costumbres, otro tipo de juego social. Entonces se los considera inferiores y descartables. Se los califica de incivilizados y ese argumento fue a caballo de dominaciones y esclavitud. Se termina aplicando la barbarie a quienes se etiqueta como bárbaros.

• Un ejemplo histórico de soberbia y poder lo dio Napoleón Bonaparte cuando logró que el propio Papa Pío VII se trasladara a París especialmente para coronarlo en la catedral de NÉtre-Dame.

Durante la ceremonia, Napoleón tomó la corona y se invistió él mismo con los símbolos imperiales, mostrándose por encima de todos los presentes, incluido el representante de Dios en la tierra. Creo que el vicio social por excelencia es la vanidad, porque es el pecado de los demás. Mientras que las personas orgullosas no dependen de otros y en eso precisamente consiste su orgullo. Los vanidosos en cambio, necesitan de los demás. Requieren que los otros les alaben, cosa que el soberbio rechaza. Un escritor orgulloso cuando alguien le dice: 'Pero maestro que bien escribe usted y que magnífica es su obra' piensa: 'Desgraciado si tú no sabes ni leer, qué me importa que te parezca bien o mal lo que yo hago'. Mientras que el vanidoso al escuchar una alabanza piensa: 'Cuánta razón tiene este hombre'. Le encuentra algo simpático al adulón más repelente y rastrero que se le cruce. El vanidoso es una persona muy sociable, a diferencia del orgulloso que se aparta de la multitud: 'Solamente mi propio criterio cuenta sobre mí'. Por otra parte, nada me abruma más que la falsa humildad. Cuando alguien dice 'yo no quiero nada para mí, todo lo que pido lo quiero para otros'. Mala señal. A mí la gente que no quiere nada, me produce desconfianza.

• Ser soberbio es básicamente el deseo de ponerse por encima de los demás.

No es malo que un individuo tenga una buena opinión de sí mismo —salvo que nos fastidie mucho con los relatos de sus hazañas, reales o inventadas— lo malo es aquel que no admite que nadie en ningún campo se le ponga por encima. En general, podemos admitir que nosotros tenemos cierto lugar en el ranking humano, y que hay otros que son más prestigiosos. Pero los soberbios no le dejan paso a nadie, ni toleran que alguien piense que puede haber otro delante de él. Además sufren la sensación de que se está haciendo poco en el mundo para reconocer su superioridad, pese a que siempre va con él ese aire de 'yo pertenezco a un estrato superior'. Si no lo consideran el mejor, el soberbio sufre lo indecible porque todos son agravios, se siente un incomprendido por una sociedad de palurdos analfabetos. Si llega a un convite y lo sientan en el extremo de la mesa, el soberbio se preocupa porque a otro de menor rango lo han puesto en un

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